Los Hermanos D'angelo [ahora en físico]

Capítulo 16

Era el día veintitrés de diciembre de mil novecientos setenta y seis. Jacob estaba en una misión de reconocimiento con su mejor amigo Christian y otros dos agentes. Habían estado siguiendo una pista de un cartel de narcotráfico, todos sus movimientos los habían llevado hasta ahí, a las afueras de Montana, cerca de la frontera con Canadá.

—Vaya jueves de mierda estamos llevando eh —le dijo Christian.

—Mañana es noche buena amigo, tienes que estar con buen humor.

—Estoy congelado, Jacob, no ha parado de nevar en todo el mes, tengo nieve hasta dentro de los calzoncillos y sólo estamos aquí metidos en esta cueva, esperando a que veamos algún puto camión llegar y entrar a esa fábrica que está en medio de la nada. Y el pueblo más cercano está a decenas de kilómetros.

—Llevamos casi un año siguiendo este rastro, amigo, ya es hora de que nos vaya bien —dijo el agente que estaba con ellos, llamado Isaac.

—Además, si te quieres retirar, puedes llamarle a Burton, él está en ese pueblo que mencionaste esperando a que suene su maldita radio para venir a toda prisa hasta acá con la camioneta. Todo está totalmente controlado. —Jacob era un optimista de primera.

—Tú y tu maldito optimismo, cabrón.

—Faltan dos horas para que nos podamos ir de aquí a tomar las vacaciones de navidad. Aguantaremos dos horas más si ya hemos estado tres días aquí metidos. —Isaac también estaba que se moría del frío.

—Las luces de la fábrica no se han encendido ni una sola vez, ni hemos visto un solo auto llegar o irse —reprochó Christian.

—Si te la vas a pasar quejándote es mejor que llame ya a Burton. —Jacob se comenzaba a cansar del pesimismo de su compañero.

Estaban metidos dentro de un agujero que se abría sobre una colina gracias a una piedra que había en la parte superior. Habían puesto un camuflaje militar de color blanco en el exterior para que desde la fábrica que estaba a poco más de medio kilómetro no se viera nada.

—Créeme que…

—¡Silencio! —ordenó Jacob—. Viene una camioneta —susurró.

A la distancia se veían los focos de un vehículo, era lo único que se distinguía tras la densa nieve que caía del cielo.

—¿Se dirigen a la fábrica? —preguntó Isaac.

—Eso parece, aunque las luces apuntan directo a nosotros. —El corazón le latía a mil por hora.

—¡Mierda! ¡Vienen hacia nosotros! —gritó Christian.

—Joder, joder —repetía con apuro Smith mientras sacaba y encendía la radio—. ¡Burton!, informa a la base que nos han descubierto. Necesitamos apoyo, ¡rápido!

—¡Preparen sus armas! —ordenó Isaac.

Detrás de los focos de la camioneta se separaron otro par, eran dos automóviles.

—¡Estamos acabados!

—¡Quietos! —gritó un tipo que saltó de la roca encima de ellos.

Todos se sobresaltaron del susto.

—Así que han estado investigándonos eh, pendejos —carraspeó el tipo, tenía una Ak47 y la estaba apuntando hacia ellos.

Los vehículos llegaron y de ellos bajaron cerca de diez sujetos, todos con armas de largo alcance y tatuajes por todo el cuerpo.

—¡Súbanlos y llévenlos a la fábrica! —ordenó el hombre que los sorprendió primero.

No tenían ninguna oportunidad de acabar con ellos, y si escapaban, el frío los mataría antes de llegar al primer pueblo.

—No se resistan muchachos —mandó Jacob. «La ayuda viene en camino», pensó.

Les amarraron las manos con una cuerda y a tropezones los empujaron a la parte trasera de una camioneta.

—No les tapen la boca, aun así nadie los podrá escuchar aquí —les dijo demasiado cerca de sus rostros. El aliento le olía a mierda y a tabaco.

Llegaron rápidamente al lugar. Con ellos iban dos tipos en la parte trasera, así que no pudieron intercambiar palabras, sólo miradas de desesperación y de miedo.

«Que llegue ya la ayuda… por favor», rogaba para sus adentros.

Los bajaron de un tirón, haciéndolos caer en seco al piso y los arrastraron hasta una de las habitaciones. Dentro de la fábrica olía a sangre, mierda y químicos.

—Bien —dijo uno de los traficantes, un tipo con el cabello gris sobrepasándole las orejas y una barba blanca opacada por el humo del cigarro—, vamos a necesitar que nos digan todo lo que saben. Así que mientras más pronto comiencen a hablar, más rápido acabaremos con esta mierda.

Los tenían hincados frente a él y rodeados por una docena de sujetos con armas de alto calibre. Ninguno de los tres agentes decía ni una palabra. Se estaban cagando del miedo.

—Bien, entonces nadie hablará, ¿cierto?

De nuevo hubo un silencio.

—¡Entonces los haré hablar! —gritó.

Sacó de uno de sus bolsillos unas pinzas de alicate y tomó a Isaac del cabello, jalándoselo hacia atrás. Intentó meter las pinzas a su boca, pero al no dejarse, comenzó a pegarle en los labios con ellas hasta que no quedaron más que jirones de carne colgando de su boca. Todo con ayuda de otros dos tipos que lo sujetaban del cuerpo. Cuando ya no le quedaba nada de carne en los labios no tuvo de otra más que abrir la boca y en cuanto lo hizo, un tipo metió los dedos de sus dos manos en ella para mantenerla abierta.




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