Los Hermanos D'angelo [ahora en físico]

Capítulo 18

—El interrogatorio fue todo un asco —decía Jacob frente a la grabadora—, los chinos no quisieron decir nada y ni siquiera presionándolos soltaron una sola pista sobre la mafia china. Tan sólo los capturamos y los encerramos por cargos de asalto a tienda con arma blanca. Es todo.

El oficial Caro paró la grabadora y le agradeció por haber registrado los hechos. Después, el agente Smith salió de la sala de interrogaciones y subió las escaleras para llegar de nuevo a la sala de expedientes, que estaba en el segundo piso.

Al abrir la puerta inmediatamente sintió que algo no cuadraba en su vista tal como la había dejado antes de irse, pero no sabía que era. Se quedó de pie unos minutos frente a la puerta mirando el escritorio, luego los estantes, la caja de la mafia rusa que tenía sobre la mesa, la posición de la silla, la intensidad de la iluminación del foco… algo no se sentía bien.

Comenzó a caminar lentamente hasta el escritorio, moviendo los ojos de aquí para allá como relámpagos entre las nubes de lluvia, casi ni respiraba. Al momento de llegar a su silla notó que estaba justo como la dejó, tal como la recordaba. Antes de sentarse se quedó un momento junto a ella para ver esta vez en dirección a la puerta e intentar ver la diferencia desde ese ángulo, seguía sin notarla.

Se sentó y al momento en que su trasero tocó el metal de la silla lo pudo ver perfectamente.

La caja estaba cerrada.

«Yo la dejé abierta», recordó al instante.

Ni siquiera se preocupó en leer lo que había en el interior, era como si hubiera unido todas las piezas del rompecabezas.

«Primero el oficial Caro tenía esta caja en su oficina, después actuó muy nervioso cuando se le cayó, tartamudeaba y sudaba demasiado. Cuando por fin llegué a la sala de expedientes me llama y me dice que tenemos que irnos de la comisaría cuanto antes, casualmente los tipos son gente asiática y tienen parecido a la mafia china, resulta que ninguno de los dos dice nada y finalmente, la caja del expediente está cerrada cuando recuerdo muy claro que yo la dejé abierta», calculaba todo en su mente.

Se levantó y se encaminó a la oficina del jefe de la policía.

—Oficial Caro, ¿puedo entrar? —preguntó al llegar.

—Por supuesto, agente Smith, adelante.

—Me preguntaba si por casualidad alguien entró a la sala de expedientes, señor.

—Creo que nadie lo ha hecho, agente Smith, no sabría decirle. ¿Por qué lo pregunta?

—Porque antes de salir a su llamado había dejado la caja de la mafia rusa abierta, y ahora que he vuelto está cerrada.

«Malditos imbéciles», pensó Caro.

—Pensándolo bien, creo que sí, el personal de limpieza pudo haber entrado. Casi nunca usamos esa habitación así que ahora con su presencia los de limpieza le habrán dado prioridad a limpiarla. —No sabía que excusa inventar.

—Perfecto, iré a preguntarles ahora mismo —dijo Jacob.

«Maldito hijo de perra, ¿no te cansas de tocar los huevos?», se dijo Caro.

—Son casi las diez de la noche, Smith, ellos salen de servicio a las ocho. —Agradeció infinitamente para sus adentros.

—Demonios, bueno. Le agradezco su tiempo.

—Al contario, que bueno contar con un agente tan observador como usted —mintió.

«No me creo ni una sola palabra de lo que este cabrón me está diciendo», se dijo Smith al salir de la oficina.

—Cualquier mierda que esté en el expediente ahora es de dudarlo —susurró.

Bajó las escaleras y caminó hacia su vehículo, subió en él e hizo como que se iba, pero en realidad sólo dio una vuelta en la manzana y se quedó fuera de la vista de la oficina de Caro, que tenía una pared de cristales apuntando a la calle.

Se aseguró de mantenerse fuera de su campo visual y esperó pacientemente en su auto, comiendo unas papas fritas que tenía desde la tarde en la guantera.

Se hicieron las doce de la noche hasta que Caro salió de la comisaría. Olía a rata desde lejos. Cuando subió a su vehículo y comenzó a alejarse, Jacob lo siguió con una distancia prudente.

Había hecho su tarea, y sabía que el rumbo que había tomado no era el de su casa, sabía dónde vivía.

Paró en dos ocasiones, la primera en una tienda 24hrs para comprar lo que parecían frituras y pan, y la segunda en una farmacéutica de donde salió con una bolsa de medicamentos.

«Probablemente no tomó el camino a su casa para ir a comprar estas cosas», se decía. Se estaba tratando de convencer él mismo. De verdad quería creer que la policía de Nueva York no estaba enredada con las mafias.

Continuó siguiéndolo por más tiempo, en definitiva, no iba a su casa. Estaban llegando al barrio de Riverdale.

Caro salió de su auto después de estacionar frente a una casa enorme, parecía que la habitaba gente con mucho dinero. Entró en la residencia y Jacob esperó muy paciente en su vehículo, a media manzana de distancia.

—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Qiang en cuanto Caro entró a su despacho.

—El maldito agente del FBI está metiendo sus narices donde no debe —contestó con el ceño fruncido.




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