Los Hermanos D'angelo [ahora en físico]

Capítulo 19

—¿Me pueden decir qué carajos están haciendo? —les preguntó Caro.

—Mira, todo forma parte de un plan muy bien elaborado del señor Rinaldi, si te contáramos todo serías capaz de comprenderlo a la perfección —respondió Giancarlo de una manera serena.

—¿Por qué están sus caras en los periódicos? —dijo mientras aventaba uno al escritorio frente a ellos. Estaban en el despacho del casino.

—Te recuerdo, Salvador Caro, que nosotros no estamos aquí para quedarnos. Nos iremos a Italia apenas nos sea favorable. —Estaba colmando la paciencia de Giancarlo.

—Eso significa que cuando se larguen no van a necesitar más la protección de la policía, o sea que me quedo sin mi parte.

—El chino seguirá distribuyendo psiconauticos sin parar, Caro, él te seguirá dando una muy, muy buena parte. —Antoni entró a la conversación.

—Pero será menos de la que recibo ahora y, en cambio ustedes, seguirán vendiendo incluso el triple yéndose a Europa y teniendo asegurado su mercado aquí en América.

—¿Por qué fuiste policía si eres tan bueno para hacer cálculos, cabrón? —rio.

—Como sea, eso no nos interesa por ahora. Ya no nos pueden ver públicamente a nosotros tres juntos. Ya todo mundo sabe que ustedes son hijos de unos mafiosos italianos, de hecho, de los mafiosos italianos más importantes y poderosos de su tiempo.

—¿Los hijos pagan las consecuencias de los padres? —Giancarlo no dejaba de sonreír.

—No tienes derecho a decir eso si estás siguiendo los mismos pasos que ellos, pendejo.

—¡Ja! —Antoni se burlaba tras cada oración que decía Caro.

—Lo que quiero decir es que ahora es sospechoso que nos vean juntos, puede que hasta abran una carpeta de investigación exclusiva para ustedes dos y, además, teniendo al agente del FBI tras nosotros, hará más difícil escabullirse de sus narices.

—Lo entendemos, Caro, de verdad, agradecemos infinitamente tu preocupación, lo tenemos controlado.  

—Espero que sea así, no se trata de meternos en problemas, muchachos. —Tenía los brazos cruzados y los ojos ocultos tras unas gafas de sol.

—Antes de irnos te dejaremos una gran bonificación, lo suficiente como para que no tengas que trabajar más en tu vida.

—Pensemos en el ahora, ya nos preocuparemos después por el futuro.

—Podremos reunirnos aquí o en la cárnica cada vez que sea necesario. Haremos que Aivor vaya a recogerte para que no tengas tu carro estacionado por esos lugares. Seremos muy discretos.

—Pues entonces no me queda más que desearles suerte. Estamos en contacto —declaró mientras les extendía la mano.

Ambos se la dieron.

—Nos vemos, Caro —le dijo Giancarlo.

Antoni sólo asintió con la cabeza.

—Ah —soltó Caro al abrir la puerta—, y dile a tu hermano que no es bueno tener relaciones amorosas con las distribuidoras. —Y salió.

A Antoni se le borró la sonrisa.

—Es Anne, ¿cierto? —Giancarlo no lo podía creer.

—Hermano, es diferente —dijo.

—Mierda, Antoni, si podemos pagar a las mejores mujeres, ¿por qué metes a tu cama a una de las distribuidoras principales?

—¿Qué tiene de malo?

—¿Enserio? Los sentimientos, Toni. Los sentimientos juegan un papel muy importante a la hora de hacer declaraciones y en los interrogatorios.

—¿Crees que por que me ame nos podrá delatar más fácil?

—Sí, Antoni. Se trata de psicología básica.

—¿Desde cuándo eres psicólogo? —Se levantó del borde del sillón bruscamente.

—No hay que estudiar para saber las cosas básicas del instinto humano, idiota.

—¿Entonces qué quieres? Que le diga que no quiero ya nada con ella, ¿y que nuestro amor es imposible?, ¿eso quieres?

—Quiero que abras los ojos, una mujer como ella no tiene nada para ofrecerte…

—Dime que es broma la basura que estás diciendo, Giancarlo.

—Podrás encontrar un mucho mejor partido…

—Aún recuerdo cuando su padre conoció a su madre —dijo Rinaldi mientras entraba a la habitación—, su abuelo se volvió loco, quería que la dejara inmediatamente —reía al hablar—. ¿Pueden creerlo? El tipo más deseado en toda Génova, un joven guapo y de renombre, con mucho dinero en los bolsillos… se enamoró de una mujer que vivía en una casa de cartón…

—Mientes —interrumpió Giancarlo—, nos dijiste que la familia de mi madre era de buen apellido.

—Lo fue en cuanto se casó con tu padre.

Antoni se estaba aguantando la risa.

—Pero era una mujer humilde, Antoni, no una delincuente. —Rinaldi dirigió su mirada hacia él.

—¿Usted también me va a regañar? ¿Qué es esto?, ¿un amor imposible?

—No, no te voy a decir nada al respecto. No se puede decir nada cuando es amor verdadero lo que se está en juego…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.