Los Hermanos D'angelo [ahora en físico]

Capítulo 31

—Hace un par de semanas les dije que ya tenemos un carguero que nos puede llevar en dos tandas a Italia —comentó Rinaldi.

—Sí, lo tenemos claro. La primera tanda nos llevará a nosotros y poco más de setenta de nuestros hombres —añadió Giancarlo.

—Y la segunda llevará todas las cosas materiales; los autos, las maquinas con las que hacemos los psiconauticos y todo el efectivo que tenemos —terminó de decir Antoni.

—Y que sale en dos meses si empezamos a contar a partir de hoy. —Aivor estaba sentado en el borde del sofá, inclinado hacia el frente, poniendo la yema de su dedo en la punta de su cuchillo de caza.

—Sí, sí, exacto. Aquí en estados unidos tenemos ya todos los contactos que necesitábamos; gente que trabaje en la distribución e importación, hombres y un par de políticos que se hacen de la vista gorda.

—Sin olvidar a la policía de Nueva York —añadió Giancarlo.

—Esa es la hermosa cereza del pastel. Además, en Italia los he conectado ya con otro par de familias que aún apoyan la causa de los D’angelo…

—¿La causa? —interrumpió Antoni— ¿Estamos intentando darle pena a alguien?

—No, muchacho, hice mal uso de palabras, perdón. Quiero decir que aún son fieles a su apellido, a quienes fueron sus padres y ahora por ende a ustedes. Hice mis movimientos antes de venir a este país, tengo todo controlado.

—¿Por qué no haces todo tú solo, Rinaldi? Realmente no parece que seamos de vital importancia en el plan —soltó Antoni.

—Esto no lo hago por mí, lo hago por ustedes, lo hago por la promesa que les hice a su madre y a su padre antes de que murieran. Lo hago para que tomen el lugar que les pertenece, que cobren venganza y no dejen pasar lo que les hicieron por alto… Si yo lo hiciera solo no habría manera de llegar a ningún lado, estoy viejo y lo único que funciona bien es mi cerebro, mis manos y mis pies ya dieron lo suyo.

—No puedo creer que de nuevo estés diciendo esas estupideces, Antoni. —Giancarlo estaba realmente enfadado.

—No me iba quedar en paz si no lo hacía.

—¿Puedo continuar? —Rinaldi sacó dos portafolios de un cajón del escritorio.

—Adelante, Rinaldi, discúlpeme.

—No te preocupes muchacho, entiendo tu punto. —Miró a ambos hermanos—. En este maletín están las especificaciones de a qué hora, a quién y dónde entregar la segunda tanda de cosas que irán en el carguero. Aquí está todo especificado, para cuando vaya a partir nosotros ya estaremos en Italia, será difícil ordenar desde allá así que mejor dejamos todo claro de una vez.

—Bien pensado, Rinaldi. —La sonrisa de Giancarlo era genuina.

—Gracias, muchacho. En este otro portafolio está la lista de nombres de los muchachos que trabajan para nosotros. Además de las órdenes y especificaciones de cómo manejar la droga en esta parte del mundo cuando nos vayamos, es lo que me ayudaste a planificar, Giancarlo —recordó Rinaldi.

—Sí, sí, eso está claro.

—¿Por qué él te ayuda a esas cosas y yo no? —Antoni los miró seriamente.

—Porque te pasas todo el día con tu novia, hermano —respondió Giancarlo.

—Buen punto —dijo y se calló.

—Recomiendo que este portafolio lo entregue Giancarlo, ya que tiene cosas extremadamente específicas sobre el viaje de nuestras pertenencias; y que este otro se lo entregue Antoni a Nacho, él últimamente está muy ocupado manejando la gente por nosotros, y tú —dijo apuntándole con el dedo—, te llevas mejor con nuestros distribuidores.

—Muy gracioso. —Antoni captó la indirecta al instante.

—Cada uno irá a llevarlos al lugar correspondiente. Las dos cosas tienen información muy valiosa y que nos podría poner en riesgo a todos. No podemos mandar una caravana a escoltarlos ya que llamaría mucho la atención, mejor vayan solos cada uno por separado, sean discretos y tengan mucho cuidado.

—Así será —dijeron los hermanos al mismo tiempo mientras se ponían de pie y tomaban cada uno su portafolio correspondiente.

Salieron a la entrada principal, afuera estaba el auto de Antoni y el de Aivor, Giancarlo no tenía su auto ahí.

—Encárgate de no perder eso —dijo Giancarlo mientras subía al coche del ruso.

—Y tú encárgate de no perder el tuyo —replicó Antoni.

A una manzana de distancia estaba Jacob en su auto, viendo por los binoculares a los hermanos salir con un portafolio cada uno.




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