Los Hermanos D'angelo [ahora en físico]

Capítulo 34

El agente Smith llegó a estacionarse justo donde siempre lo hacía cuando vigilaba a Antoni D’angelo. Era de noche, por esas horas Antoni ya no rondaba el lugar. Tenía una oportunidad de entrar y llegar a la habitación de la mujer del cabello blanco.

Salió de su auto, la lluvia se había convertido en una tormenta, fuertes vientos y gotas gigantes azotaban la ciudad. Caminó apresuradamente hasta la recepción.

—Hola, buenas noches. Vengo de parte de Antoni D’angelo, me encargó que pasara por unas cosas a su habitación.

—Por supuesto —dijo la recepcionista—, el señor Antoni siempre tan olvidadizo.

Lo conocían y le tenían cierto cariño.

—Me podría indicar la habitación por favor, al señor D’angelo se le olvidó decirme cuál era.

—Es la habitación noventa y cuatro, y está en el décimo piso, siempre ha sido un olvidadizo. —La recepcionista tenía una gran sonrisa en el rostro. Realmente nadie esperaba que alguien le tendiera una trampa o algo así.

—¡Gracias! —dijo Jacob, y se acercó al elevador para entrar y subir hasta la planta correspondiente.

Sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. Cada vez que subía un piso el elevador hacía un sonido muy característico que ya tenía clavado en el centro del cerebro.

Cuando llegó al décimo y las puertas se abrieron, sintió un hueco en el estómago.

Caminó en busca de la habitación noventa y cuatro hasta encontrarla, pegó discretamente el oído a la puerta esperando escuchar algo de actividad; la tormenta en el exterior lo hacía difícil.

Tomó una bocanada de aire y tocó la puerta.

—¿Sí? —respondió una voz femenina desde el interior.

—Disculpe, señorita, necesito su firma en unos documentos, si me pudiera hacer el favor —dijo tratando de hacer que su voz sonara lo más natural posible.

—Por supuesto, deme un segundo —respondió.

Jacob sacó su arma de su cinturón, esperando a que abriera la puerta. Escuchó claramente unos pasos acercarse y la entrada se abrió.

Una mujer se estaba terminando de secar su cabello blanco, parecía como si recién se hubiera salido de bañar.

—¿Es usted la mujer de Antoni? —preguntó con una voz seria.

—Sí… —Claramente estaba desconcertada.

Jacob entró abriendo la puerta por completo y cerrándola tras él.

—¿¡Quién carajos es usted!? —gritó Anne.

—Eso no importa —dijo apuntando con su arma—, quiero que te pongas de rodillas con las manos en la cabeza, ¡ahora! —exclamó.

Anne hizo caso, el arma más cercana que tenía estaba dentro de su bolso, que estaba colgado al lado de la entrada, justo detrás de Jacob.

—¿Qué que quiere? —le preguntó, le temblaba todo el cuerpo. Estaba asustada.

—Sé quiénes son los D’angelo y lo que traman.

—¡Ellos no traman nada!

—¡Cierra la boca, mujer! —ordenó Jacob—. ¡Hablarás cuando yo te lo pida!

Anne se encogió de hombros, los ojos se le comenzaron a poner rojos.

—Los D’angelo son los que hacen los psiconauticos, ¿verdad?, ¿¡verdad!? —rugió al ver que no respondía.

La mujer estaba empezando a sollozar, no sabía qué hacer. La podrían matar ahí mismo.

—Tu silencio ha dicho más que tus palabras.

Las lágrimas comenzaban a recorrerle la mejilla.

—¿Quién les vende las armas? —preguntó. Seguía apuntándole con el arma, estando siempre a una distancia moderada.

—No lo sé… —chilló.

—¡Si no me das un puto nombre voy a matar a tu puto novio hoy mismo! —gritó. La lluvia hacía que el sonido de su voz se atenuara, y combinada con los relámpagos hacía parecer que sólo tenían el volumen de la televisión muy alto.

—¡Sólo sé que es un ruso! —exclamó entre llantos.

A Jacob se le erizó la piel.

«Bingo».

 

En la recepción, Antoni D’angelo llegaba totalmente empapado.

—Señor D’angelo, qué milagro que viene a estas horas. —Lo recibió un hombre, hacía unos minutos habían hecho el cambio de turno los recepcionistas.

—Con la tormenta que está cayendo lo único que quiero es dormir abrazado —bromeó.

—¡Y que lo diga! ¡Vaya suerte tiene usted de poder descansar en los brazos de una mujer tan linda!

Antoni guiñó el ojo con picardía y se dirigió al elevador. La música del ascensor hacía que dentro se sintiera una gran calma comparada con lo estruendoso de la tormenta en el exterior. Llegó al décimo piso y se encaminó a la habitación de Anne.

Puso su mano en el pomo para girarlo.

—¡Sólo sé que es un ruso! —Escuchó a Anne gritar en el interior.

Abrió la puerta y vio a su mujer de rodillas siendo apuntada con una pistola. No dijo ninguna palabra, sólo se abalanzó corriendo hacia el sujeto para intentar tumbarlo y así quitarle el arma. Sin embargo, la velocidad del tipo fue más que la de él y logró esquivarlo por muy poco, haciendo que Antoni cayera al suelo. Anne se levantó al instante y en un par de zancadas llegó a su bolso en la puerta, pero antes de poder abrirlo Jacob corrió hacia ella y la empujo con todo su cuerpo, ocasionando que la mujer saliera disparada hacia el pasillo dándose un fuerte golpe en la cabeza.




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