—Así es Dimitri, cargamento de diez Ak 47 para hoy a las diez cuarenta y cinco —dijo Qiang por el teléfono.
—Allí estaré, el dinero en la mano, ya lo saben —contestó. Su voz áspera le hacía parecer alguien peligroso, aunque, realmente sí lo era.
—Hasta entonces.
Antoni y Giancarlo estaban con el chino, acompañados de Aivor.
—Está todo listo, muchachos. Dimitri llegará al lugar del acuerdo para que Caro lo mate.
—Perfecto, Qiang. Nosotros ya tenemos todo listo, volvimos a hacer mucho papeleo para adelantar nuestro viaje a la siguiente semana, para ser exactos, el viernes —informó Giancarlo.
—Será lo mejor, chicos. Recuerden mandarme unas postales cuando estén en Italia —rio.
—Oh, claro que te mandaremos muchas postales, en medio de la droga —declaró Antoni.
—Unos de mis muchachos irán a concretar el trato con Dimitri, así no nos exponemos nosotros. Además son de fiar y no dirán nada si la policía los atrapa.
—Además sigue estando Santafé —añadió Antoni. Estaba en el sofá de la nueva casa de Qiang lanzando su reloj de bolsillo al aire y volviéndolo a atrapar mientras caía.
—Esta vez Santafé no podrá hacer nada. No hay manera de dejar libres a alguien que intenta comprar armas ilegalmente y sin registro.
—Tiene sentido —asintió Giancarlo. Estaba en el sofá, recto como una tabla. La madurez que había ganado en estos seis meses había sido abrumadora, ya ni siquiera le interesaban las fiestas, a diferencia del pasado, que no se podía perder ninguna.
Wong estaba de pie junto a Qiang, quien estaba sentado en una silla con forma de trono frente a un escritorio.
—Ahora toca esperar.