—Logramos capturar a Dimitri, el ruso traficante de armas que llevaba años en búsqueda y captura —dijo a su grabadora—, si es que a matarlo se le puede decir así. Los Myers me dijeron que los D’angelo llegaron a despedirse, así que voy a ir a de nuevo a la agencia de cargueros cerca de City Island, si tienen un trato con ellos lo voy a averiguar.
Salió de su auto con un paquete en la mano y se encaminó a la puerta de la agencia, entró y de nuevo lo recibió la chica a la que su jefe había llamado Imelda.
—Hola, buen día, ¿en qué le puedo ayudar?
—Hola qué tal, no sé si me recuerda, viene hace una semana a preguntar hacia dónde van sus barcos.
—Sí, lo recuerdo bien. —Tenía una gran sonrisa en el rostro, mostraba unos dientes amarillos dentro de su boca—. Y sí, los cargueros van a cualquier parte de Europa.
—Qué suerte, tengo un paquete que necesito enviar a Italia.
—¡Oh! —El rostro de la chica se iluminó—. ¡Vaya suerte que tiene usted señor! Este mismo viernes sale un barco directo a ese país.
Jacob se aguantó las ganas de reírse.
—¡Genial! Mi paquete lo enviaré a Génova, es para un amigo de la familia —dijo recordando la ciudad donde nacieron los D’angelo.
—¡No me lo creo!, ¿de verdad? —La chica soltó una carcajada y dio un pequeño golpe en la mesa—. ¡El barco va para allá!
Esta vez el agente no pudo aguantarse la risa.
—¡Increíble! —Fue lo único que pudo decir.
—Eso quiere decir que los costos de transportación se reducirán considerablemente. ¿Me puede pasar el paquete?, ¿qué es?
—Por supuesto —dijo Jacob mientras se lo daba—. Son unos libros que no pueden encontrar por allá.
—Pesan dos kilos y medio —declaró Imelda tras ponerlos en una báscula—. El costo de envío será de ciento veinte dólares.
—Me parece perfecto, el nombre y destino ya está en la etiqueta.
—Lo recogerán en la agencia del muelle —leía la chica—, para Christian Clifford.
—Sí, exacto.
—¿A qué hora partirá el barco? —preguntó mientras sacaba el dinero de su billetera.
—Partirá a las seis de la mañana, señor. —La chica continuaba sonriendo.
—Entendido, muchas gracias, señorita, buena tarde.
—Igualmente, que le vaya bien.
Jacob salió del lugar y se dirigió a su vehículo, que estaba estacionado enfrente. Tomó la grabadora del asiento del copiloto y la encendió para continuar registrando su informe.
—Los italianos partirán hacia su país el viernes a las seis de la mañana. Me quedaré plantado aquí desde la noche del jueves, así podré asegurarme de que no suban sin antes verlos directamente. Los D’angelo no han salido estos últimos días, las ratas se han estado escondido en las sombras. No puedo esperar a que vengan para interceptarlos.