La noche era fresca y el viento soplaba fuertemente, haciendo que la marea se volviera loca. Podía escuchar las olas del mar azotar en el muelle. El gran carguero había llegado desde la tarde; un barco gigante, imponente y muy hermoso, tenía escritas las palabras “Avanti Nel Futuro” en su lado derecho. Jacob estaba en su auto comiendo una hamburguesa con una malteada mientras vigilaba la embarcación. Nada podía subir sin que el se diera cuenta, en su campo de visión se encontraban todas las posibles entradas al carguero.
Eran las cinco de la mañana, llevaba ya más de cinco horas en su auto, la espalda le dolía y se había impregnado el interior de un olor a grasa, mantequilla y orina. Había llevado consigo varias botellas vacías para hacer pipí dentro, no podía exponerse a que lo descubrieran saliendo de su coche en la madrugada.
—Puedo hacer dos cosas —dijo en su grabadora mientras intentaba sacarse un pedazo de lechuga de un diente con la lengua—; la más fácil es impedir que suban, arrestándolos en el intento. No serían tan estúpidos como para matar a un agente del FBI; o también puedo colarme en el barco y arrestarlos en Italia. Sin embargo no sé si en Italia la policía también estará comprada por ellos. Mierda, es más difícil de lo que creí. Bien podría haber llamado a más agentes al operativo, pero no quiero incluir a nadie más, la última vez asesinaron a todos en Montana…
Detuvo la grabación en cuanto vio por el retrovisor a una camioneta negra yendo hacia su dirección. Se agachó lo más que pudo en su asiento y la escuchó pasar a su lado. Una vez se fue de largo se incorporó de nuevo y observó; el auto se había estacionado exactamente enfrente del barco, dejando un camino directo hacia el muelle y por ende, a la subida del navío.
Sacó sus binoculares para ver con mejor claridad de quiénes se trataba, la luz del sol todavía no se asomaba en el horizonte por lo que le era difícil aun así distinguir rostros.
Por muy poco clara que fuera la vista, eran inconfundibles los peinados de los D’angelo, y tan notorios con su color rubio. Pudo ver que llegaban más camionetas por el camino al muelle así como un auto que estacionó frente a la agencia, de él bajó el jefe, la persona que había visto salir con el portafolio en la mano aquella vez. La agencia quedaba a espaldas de Jacob, mientras que el barco estaba frente a él, quedando el agente Smith en un punto medio. De nuevo se agachó al ver que los hermanos italianos se acercaban a donde el dueño de la agencia, se quedaron parados justo al lado de su auto ya que el señor también se había intentado acercar a ellos.
—¿Todos los hombres pueden subir ya, señor Vitale? —preguntó alguien.
—Por supuesto, señor Giancarlo, el capitán ya está avisado de que todos los hombres que vienen con usted puedan abordar el barco sin ningún problema ni retraso.
—Estupendo —dijo Antoni. Le reconoció la voz al instante.
Jacob estaba agachado en su asiento, conteniendo casi hasta la respiración. Los tipos estaban solamente a un par de metros de su coche.
—Bien, empezaremos a subir entonces —declaró una voz más vieja seguida de un estornudo.
—El barco es todo suyo, señores.
—¡Todos! —Escuchó que gritó una voz con un acento ruso muy particular—, ¡pueden subir al barco! ¡Háganlo lo más rápido que puedan!
—Gracias, Aivor. Venga, subamos nosotros primero. —De nuevo la voz vieja.
«Debe ser Rinaldi el que está hablando», se dijo. Claramente tenía un acento italiano más marcado a diferencia de las demás.
Escuchó muchos pasos al lado de su coche, eran los hombres de los D’angelo subiendo al barco. Jacob asomó un poco la cabeza y vio alejarse a un grupo de alrededor de sesenta hombres, iban directo al barco.
«Esta es mi oportunidad». Tomó su grabadora y bajó del coche en medio de un movimiento rápido y cauteloso, intentando hacer el menor ruido posible.
Cuando estuvo afuera y notó que nadie lo vio, trotó ligeramente hasta alcanzar al grupo, los primeros ya estaban subiendo por las escaleras de abordaje.
Se fue colando en medio de todos para no quedar expuesto en los bordes y poder subir más fácilmente. Tenía su arma en la parte frontal de su cinturón y su mano izquierda preparada en caso de que la deba usar. Notó que no había nadie monitoreando la subida al carguero, un alivio interior se esparció por su pecho como un globo de agua reventándose. Al subir por completo vio a su lado izquierdo a los hermanos D’angelo, a Rinaldi y al tipo de la cicatriz en la cara, todos estaban charlando con un hombre que tenía el cabello pintado de color purpura, inmediatamente Jacob giró su rostro al lado contrario para evitar ser reconocido.
—Dejamos esto en tus manos, recuerda que estás por encima todos los demás en Nueva York —dijo Antoni.
—Lo sé, lo aprecio mucho, los echaré de menos por acá —dijo el tipo del pelo pintado. Su acento colombiano era inconfundible.
—Ándate con cuidado, Nacho. Si ves algo que no cuadra, no dudes en contactarnos de la manera que puedas. —Esta vez el que habló fue Giancarlo.
—Nos vemos, muchachos —terminó, y después de estrechar sus manos entre todos, bajó del barco con un par de hombres a su espalda.
—¡Chicos! —gritó Aivor—, ¡todos bajen a la bodega! Hasta no alejarnos de Estados Unidos nadie puede verlos en la cubierta.