Cuando hubieron sucedido poco más de cuatro meses, Bethany Carter despertó del coma en una insípida y fría cama de hospital en la glamorosa ciudad de Florencia, en Italia. Sin el menor recuerdo de quién era, amnesia retrógrada fue su diagnóstico. El doctor Vitto, un hombre que a pesar de su avanzada edad, no sucumbía a los deterioros de la vejez, paseaba una suave luz por sus ojos, terminando con la revisión rutinaria.
-Muy bien señorita Carter. Todo parece estar en orden, pero eso es algo que solo usted podría confirmarme. Dígame ¿algún mal la apercibido recientemente? -Preguntó el doctor.
-No, en lo absoluto. -Respondió Bethany, sentada en la cama, vistiendo una bata de hospital. Era una mujer de tez pálida y cabello rojizo con un corte que le caía un poco más abajo de los hombros.
-Perfecto. -Exclamó Vitto con simpatía, de pie en una esquina. -El señor Tonali se encuentra a esperas de poder verla ¿Desea que le permita el ingreso? -Inquirió. Bethany retorció la sábana, nerviosa. En la última semana el único contacto que mantuvo fue con su doctor y algunos enfermeros. No recordar nada de su vida, la asustaba. Sin embargo, no iba a poder vivir en el hospital hasta recuperar su memoria. Debía hacerle frente a lo que se suponía era su vida, y, según su doctor, rodearse de aquello que le fue cotidiano, ayudaría en su proceso de recuperación.
-Hágalo entrar. -Concedió Bethany. Vio al doctor desaparecer tras la puerta.
Quizás hayan sido sus nervios, pero bajo su juicio demoraron más de lo prevenido. Por lo que entendía, el hombre que estaría a punto de ingresar era su prometido, no sabía mucho más de él. También entendía que era la única persona que estuvo presente cuando despertó del coma y la única visita que recibió los últimos siete días.
Su corazón se aceleró cuando, finalmente, la puerta se abrió dándole paso a un hombre alto de cabello corto, pero tupido color castaño y ojos oscuros. De mandíbula fuerte y cuerpo bien definido. El recién llegado no estaba menos nervioso que Bethany.
-Mi nombre es Ciro Tonali. -Dijo ofreciéndole la mano en un saludo formal. Bethany la estrechó. Pensaba que, por ser su prometido, tendría un saludo más afectivo, un abrazo cuando menos. Le sorprendió su distancia.
-Yo soy Bethany, pero eso ya lo sabes. -Ciro asintió con la cabeza. Arrastró una silla y se acomodó a un costado de la cama.
-El doctor Vitto me comentó que te encuentras en mejor estado. Creo que estaría bien que te llevara a casa hoy mismo. -Espetó Ciro manejando con mucho cuidado el tacto. Podía imaginar lo difícil que estaba siendo todo para su prometida, lo último que deseaba era asustarla o peor.
-Sí, creo que estaría bien. -Dijo Bethany no tan convencida. -Podrías responderme lo siguiente: ¿Cómo terminé aquí? El doctor Vitto me mencionó que fue en un accidente de auto, pero no me dio más detalles.
-La verdad no hay muchos detalles para dar. Tú ibas camino a casa cuando un ebrio insolente golpeó tu auto. Lo siguiente que sé es que me llamaron del hospital, cuando llegué tú entrabas a cirugía. -Bethany se dio un minuto para imaginar el acontecimiento. Debió haber sido peor de lo que Ciro lo hacía sonar, de lo contrario no habría estado cuatro meses en coma.
-¿Cómo se encuentra él?
-¿El ebrio? -Inquirió con sorpresa. No se suponía que se preocupara por quien la envío al hospital. Bethany confirmó a su pregunta. -No lo sé, yo espero que en prisión. -Dijo haciéndola sonreirse, aparentaba ser un buen hombre, aunque Bethany no se olvidaba que a penas se trataba de la primera impresión. Todavía quedaba mucho por conocer.
Antes de salir del hospital, Bethany rellenó algunos formularios, al terminar cambió su bata de hospital por unos pantalones de licra azules, una blusa sin mangas a juego y un blazer negro. El calzado lo complementaba unos botínes de cuero sintético y tacón. Ciro le había comentado que todo lo sacó de su guardarropa, y que era su estilo de vestir. A Bethany no le costó trabajo creerlo, pues adoraba el resultado final.
Caminó junto a su prometido por el estacionamiento, sofocados por el intenso calor que azotaba Italia a mediados de año, hasta llegar a un Mustang Shelby color mostaza que presumía un valor incalculable. Ciro, despilfarrando caballerosidad, se anticipó a ella y le abrió la puerta de copiloto para luego él ponerse detrás del volante.
-¿A qué te dedicas? -Cuestionó Bethany colocándose el cinturón de seguridad. La pregunta tensionó a Ciro quien supo disimularlo.
-Soy abogado. -Dijo un poco tímido. -Trabajo en las oficinas privadas del gobierno.
-Eres un hombre de la ley y el orden. -Resumió su prometida haciéndolo reírse.
-Es una forma de decirlo, sí. -Dijo partiendo del estacionamiento. La mujer quedó en duda. El Mustang le pareció muchísimo más costoso que el sueldo de un sencillo funcionario. Aun con esa inquietud cosquilleando su curiosidad, prefirió no comentar al respecto.
-¿Y yo? ¿A qué me dedico?
-Tú eres agente de bienes raíces. -Aseguró firmemente. Y con orgullo, añadió: -La mejor de toda Italia.
Continuaron el viaje en silencio lo que intrigó a Ciro. Esperaba que lo acribillara con muchas preguntas, para eso se había preparado. Aunque en algunos momentos consideró en aclararle pequeños detalles de su vida, se contuvo no queriendo agobiarla. Cuando estuviese preparada, ella misma las sacaría a la luz.
Tras poco más de cuarenta y cinco minutos de ruta, el Mustang se perdió a las afueras de Florencia y un tramo más de viaje los llevó a una mansión de tres plantas antecedido por un porche de quinientas hectáreas, todo protegido detrás de una verja de solemne altura hecha de hierro. Un guardia que custodiaba la entrada a un costado, en un diminuto cuarto, les abrió la verja. Para sumarle a la protección, había tres perros pitbull terrier que recibieron el auto con ferocidad. Su carácter se menguó cuando notaron que de trataba del dueño de casa.