La cama de Bethany era una marea de vestidos de todos los colores y formas, no conseguía uno que se amoldara a la ocasión.
El vestido de tafetán color ciruela, de tirantes y corte superior a la rodilla le parecía ordinario. Hizo un pequeño berrinche y se dispuso a quitarse el décimo vestido, cuando bajó el escote volvió a notar la cicatriz en su abdomen. La inquietud que tenía por darle una explicación era tan arraigada que su memoria le combinó vagos recuerdos de un bebé: lo sostenía en sus brazos y en otras oportunidades lo dormía en una cuna. Bethany se preguntaba si en realidad eran recuerdos o si su mente le estaba jugando sucio y solo le daba lo que quería. Se apuntó aclararlo con el doctor Vitto en la siguiente consulta de revisión.
Vestida solo en bragas, se metió al guardarropa y se dio su tiempo para seleccionar un vestido de los enésimos que habían, uno más encantador que el anterior. Le parecía alucinante cómo no podía escoger uno siendo todos elegantes.
-¿Bethany? -Escuchó la voz de Ciro en al otro lado de la puerta. Nerviosa, tiró un suéter de lana que había en un gancho y se lo colocó, salió del guardarropa y abrió la puerta de la habitación cubriendo sus piernas con la misma.
-¿Qué ocurre? -Preguntó simulando naturalidad.
-Mi ropa también está en tu guardarropa, y me estaba preguntando si podía pasar a escoger algo. -Bethany lo pensó, y aunque preferiría negarle el acceso, no podía dejarlo ir a la cena en chándal y camiseta.
Asintió y abrió la puerta por completo. Se tiró del borde del suéter de lana para cubrirse la braga. Ciro se comportó con decencia y evitó mirarle las piernas desnudas, aunque la tentación susurraba a su oído. Si de él dependiera la habría lanzado a la cama y le hubiese hecho el amor encima de los vestidos regados, tirando por la borda la cena. Pero no debía, primero tenía que enamorarla y luego podrían hacer cuánto quisieran.
Se llevó un traje de algodón azul claro que estaba envuelto por una bolsa de plástico, y antes de salir del guardarropa alcanzó un vestido de corte largo, color negro con atavíos brillantes y unas zapatillas de tacón alto plateadas. En la habitación le entregó ésto último a Bethany.
-Si te preguntas, esto fue lo que tenías puesto la noche que nos conocimos en Roma. -Le mostró el traje azul. -Yo también llevaré lo que tenía puesto esa noche.
-Gracias. -Dijo la mujer aliviada. Ciro cabeceó y se marchó cerrando la puerta.
El vestido negro era una maravilla. Tenía un recorrido de perlas que empezaba en el lado izquierdo del escote y terminaba en el tobillo derecho, la única pierna que alcanzaba a ser cubierta por la tela. Y su fina espalda quedaba al descubierto. No era una mala elección. Ahora solo debía averiguar qué peinado se haría. Consideró cruzar toda la casa para preguntarle qué se había hecho aquel día, no obstante, se rehusó, negándose a la idea de depender de su prometido incluso en ocasiones banales como lo es un peinado. Si lo había resuelto una vez sería capaz de resolverlo por segunda vez.
Enrolló su cabello en un rodete que sujetó con un palillo muy elegante. Dejando un mechón suelto que caía por su frente y terminaban un poco más abajo de la barbilla. No usó demasiado maquillaje, tan solo un bálsamo labial de color rojo y bordeó la línea de sus ojos de una tonalidad oscura. Salió de su habitación satisfecha con el resultado.
Ciro la recibió al final de las escaleras de marfil vistiendo el traje azul y calzado por unos mocasines negros. Le ofreció una mano y giró a la mujer de cabello rojo detallando cada una de sus curvas.
-Es el mismo peinado que usaste aquella noche. -Acotó el italiano con un singular brillo en sus ojos.
-¿Tú también usas el mismo peinado? -Preguntó divertida. Ciro pasó una mano por su cabello recogido hacia atrás y fijado con gel.
-Lo más parecido, ha decir verdad en aquel entonces llevaba el cabello más largo.
Partieron de la casa en el Mustang. Bethany miraba curiosa el auto imaginándose el momento en que se lo obsequió a su prometido: le habría cubierto los ojos y lo condujo abrazado al porche donde el Mustang estaba estacionado luciendo un lazo de cinta. Ciro, al principio no lo creería, luego se emocionaría y ansioso la subiría a él y juntos recorrieron los rincones más ocultos de Florencia. Si tuviera que sacar un positivo de no recordar nada sería que podía recrear los momentos como quisiera. Y así recordaría ese instante, al menos hasta recuperar la memoria.
El restaurante al que la llevó presumía de una finura intachable: el suelo estaba construido con un material similar al cristal, también las paredes. Los camareros vestían una camisa de botones blanca y un delantal rojo sobre pantalones de gabardina igualmente blancos. Y caminaban con elegancia, sin agites ni parloteo. Uno de los jóvenes empleados los guió hasta su mesa, en la tercera planta. Al lado de un ventanal por el que la luna se asomaba, sería ella la tercera en la cena.
-Este lugar es precioso. -Opinó Bethany ya estando solos.
-Tienes toda la razón. Me habían hablado maravillas de él, pero nada como entrar y comprobarlo. No entiendo cómo esperé tanto tiempo para venir.
-¿Es la primera vez que vienes?
-Sí. -Dijo Ciro. El mismo joven empleado los interrumpió para entregarle la carta de vinos. El italiano se decidió por un Merlot blanco. Solos de nuevo, continuó la plática: -Este restaurante, el desayuno al aire libre... Son cosas que yo vivo por primera vez porque no quisiera llevarte ninguna ventaja. Además en nuestras costumbres hay anécdotas y recuerdos que me saben agridulce siendo solo yo el que las recuerda. Lo que intento hacer es que vivamos experiencias, juntos que nos emocionen de la misma forma.
-Es muy considerado de tu parte. -Reconoció Bethany con atisbo de admiración.
Ambos pusieron una servilleta en sus respectivos regazos y la cena dio inicio entre buena charla y exquisitos platillos. Bethany encontró a Ciro muy platicador y simpático, un hombre bastante agradable. No permitió que la cena cayera en incomodidad y por supuesto, también se dio un momento para escuchar a su prometida, siempre con una sonrisa y una luz especial emanando de sus orbes. Ya Bethany notaba cuán enamorado estaba él de ella y se preguntaba para sus adentros, sin animarse a expresarlo a viva voz, si alguna vez fue un amor correspondido. Desde luego que ella todavía no se notaba enamorada, y es que Ciro seguía siendo un recién conocido.