El bikini de Bethany era azul índigo que dejaba poco a la imaginación, con flecos que bailaban de un lado al otro al caminar. Se había bronceado tumbada en la arena hasta notarse sofocada y entonces decidió entrar al mar que se contoneaban al ritmo de las olas.
Ya recordaba cuáles habían sido sus ansias por acudir a esa playa. La veía en folletos y catálogos, deseando verse bajo su incandescente sol mientras rodaba sobre la arena y la cristalizada agua mojaba su piel. Era el Edén en la tierra.
Salió del mar y se aproximó a su prometido que estaba cubierto por un toldo, presumiendo unos costosos lentes oscuros, sentado en una silla plegable. No había apartado sus ojos de su amada en ningún momento.
-¿Nadas? -Preguntó Bethany acomodándose en la silla plegable junto a él y secándose sus mechones con una toalla.
-Sí, aunque por ahora no tengo muchas ganas. -Se rehusó el italiano quitándose los lentes. No era entusiasta por convivir con la muchedumbre. Había sido la razón por la que se negó en tantas oportunidades a llevarla a la playa.
-¿Tampoco te apetece tomar el sol? -Inquirió de nueva cuenta Bethany, mirando el toldo que se oponía al astro.
-La verdad es que no. -Recibió un divertido gesto en señal de desaprobación. Su prometida colocó sobre sus hombros la toalla, entre su piel y su cabello para acostarse en la silla con sus piernas estiradas y los brazos a cada costado.
Ciro espiaba su escultural cuerpo sintiéndose deseo. De haberse encontrado en un sitio más privado la hubiese seducido y revivido aquellos momentos de pasión en los que se entregaba a la voluntad de su amada. Le gustaba ver a sus parejas moviéndose libres encima de él, derrochando poderío y sensualidad, pero ninguna otra sabá moverse cómo Bethany. Maldijo entre dientes su fortuna. Volvió a ponerse sus lentes y echó la cabeza hacia atrás para obligarse a calmarse. Lo último quería era que su exaltación se levantara bajo su traje de baño.
El celular de Ciro, timbró y de inmediato lo ojeó. Era una notificación de su empleada más veterna, por ende la más experimentada en el trabajo. Le avisaba de algunos inconvenientes en la reciente entrega. "La policía rusa retuvo el pedido." Leyó en el mensaje.
-Rayos. -Dijo Ciro siendo descuidado.
-¿Todo en orden? -Preguntó su compañera levantando la cabeza.
-Sí, nada de qué preocuparse. -Se excusó abandonando su asiento.
Su prometida lo vio hacerse paso entre la multitud y perderse llevándose el celular a su oído. Juzgando sus facciones con tiñes de preocupación, más de lo que quiso aparentar.
Se sobresaltó con la imprevista llegada de un chico, empleado del hotel.
-El spa aguarda por ustedes, señorita. -Dijo el joven. Bethany, que ya había visto el catálogo del hotel y todo lo que ofrece, descubrió que el spa era un servicio verdaderamente costoso.
-Debe de estar equivocado.
-¿Usted no es la prometida del señor Ciro Tonali?
-Sí, pero...
-El señor Tonali hizo una reservación especial. -Interrumpió el empleado, importandole poco sus alegatos. Le hizo un segundo aviso y se marchó.
El servicio básico de spa oscilaba entre unos ochenta mil euros, y el que Ciro había reservado era solo para personas muy importantes, superaba los doscientos mil. Cuando se alistó a la aventura esperaba una habitación sencilla en un hotel de tres estrellas, una visita a la playa y una cena sencilla. Sin embargo, el viaje traía más que eso, siendo una suite presidencial en uno de los hoteles de más renombre en todo Europa lo menos ostentoso. Seguía pensando que todo lo que le ofrecía estaba muy lejos del alcance de un abogado.
Se levantó de la silla dispuesta a buscarlo. Caminó entre la sofocante multitud, mirando a sus alrededores, sin obtener éxito. Consideró la idea de regresar al hotel y esperarlo allí, hasta que Ciro se hizo notar entre piedras y arbustos en una zona no dispuesta para los bañistas turísticos. Aun así, Bethany enfiló su rumbo.
Atendía una llamada notoriamente indignado. Caminaba de un lado al otro, llevándose la mano libre a su frente. Su rostro estaba encendido de cólera y sus venas sobresalían. Bethany se preguntaba cuántas veces, en los últimos diez años, ella causó en él esa reacción. Estaba demasiado lejos para alcanzar a oír qué decía.
Ciro se dio media vuelta y furioso, arrojó su celular contra las piedras haciéndolo volar en cientos de pedazos. Su respiración era agitada. Quiso tranqulizarse antes de regresar con su prometida para no estropearle las vacaciones. En definitiva, tomarse algunos días de descanso, lejos de sus negocios, no era lo suyo. Todo lo que quería era subirse a su avión privado y partir de regreso a Florencia.