Más calmado, retornó a la playa y su desagradable muchedumbre. Se presentó frente a su prometida con una sonrisa que eliminará de su rostro la amargura.
-Lamento la demora, estaba... -Intentó analizar un pretexto, pero su mente era ineficaz para hacerlo.
-Alguien del hotel me ha informado que el spa está listo. -Dijo Bethany no tan sonriente.
-Lo había olvidado. -Dijo profiriendo una maldición. Planeaba sorprenderla. Una vez más permitía que su trabajo lo distrajera de lo importante.
Avanzaron al hotel donde fueron guiados por una pareja de masajistas a una sala privada.Les apuntaron una segunda estancia en donde podían desprenderse de sus vestiduras. Estaban en pro de convertirse en un matrimonio así que a ambos los guiaron a la misma estancia. Si lo hubiesen consultado, Bethany se habría decantado una para ella sola.
-Tranquila, no veré nada. –La consoló Ciro, conociéndola tan bien. Y añadió con un malicioso tono de voz, cargado de deseo: –Tú, en cambio, puedes ver si lo prefieres.
Bethany se sonrió, un poco avergonzada reconociéndose curiosa por descubrir la viril anatomía de su prometido. Sacudió la cabeza para despejar todos sus pecaminosos pensamientos y empezó a desvestirse. Estaban de espalda, en una estancia muy reducida que el riesgo de no tocarse era mínimo. Ciro cumplió su palabra y se resistió a verla. Por su parte Bethany luchaba contra el cosquilleó de la férrea curiosidad. De vez en cuando, pasaba su mirada por encima de sus hombros, viéndolo cada vez más desnudo.
Su cuerpo estaba bien definido con brazos y piernas anchas. Y una espalda formidable. Bethany tragó saliva ante la impura idea de imaginarlo encima de su pequeña anatomía. Fue cohibida al placer del que sus ojos hacían goce cuando se colocó una toalla de baño blanca en la parte inferior de su cuerpo.
-Te espero afuera. –Dijo y se marchó. La mujer se fijó en que no iba ni a la mitad de su trabajo. Desajustó su el brasier de su bikini, luego se quitó el panty, quedando desnuda en su totalidad. Acarició la cicatriz de su abdomen con cuidado. Ciro le había dicho que en su relación existían más cosas que el accidente, el coma y la amnesia. ¿Se habría referido a esa cicatriz también?
Cuando salió, luciendo una toalla que cubría todo cuerpo, vio a la pareja de masajistas preparando los aceites esenciales, y a Ciro acostado sobre su espalda sobre una camilla de masajes con una toalla puesta en su torso inferior y un antifaz de seda cubriendo sus ojos.Ella ocupó la camilla de al lado y el masajista no tardó en extenderle otro antifaz de seda.
El masaje fue relajador, entre melodías suaves y un exquisito olor a incienso. Para Bethany fue como sumergirse en un placer ávido y puro. Conectó con fragmentos de su vida que el accidente no arrancó de raíz: estudió en la academia de ciencias de Washington D.C, allí vivió toda su niñez y parte de su adolescencia. Eran memorias ofuscadas, pero precisas. También recordó el rostro de algunos de sus compañeros de la secundaria. Si hacía un poco de esfuerzo, posiblemente también recordaría sus nombres, pero no deseaba forzarse. Estaba en un spa y quería disfrutarlo.
Por su parte, Ciro había estado estresado todo el tiempo. No era entusiasta por que otras manos (diferentes a las de su prometida) lo tocaran. Era una manía generada por su debilidad al caer a la tentación muy rápido. Además, no podía sacar de su mente los inconvenientes que tenía la empresa. Una mercancía de formula para bebé adulterada, retenidas por las autoridades rusas era grave. Solo esperaba que su hermano se hubiese puesto al mando de la empresa y lo hubiese solucionado. Ciro le había dejado un mensaje antes de entrar al spa, enfatizando su completa disposición de así requerirla. Brahim era un hombre de pocos compromisos, su labor en las empresas Tonali era clara: facturar. Solo en eso se destacaba.
Tras una tarde de spa, pasearon por Cerdeña y sus imperdibles maravillas en las cuales Bethany se perdía. Era un paraje encantador. Ciro podía presenciar su felicidad por cada sitio que veía y eso era suficiente para él. La complacería a diestra y siniestra, llevándola a cualquier parte que quisiera pues una vez estén de regreso en Florencia, difícilmente volverían a viajar solo por el placer.
Abarcaron de nuevo en el hotel cerca de las diez de la noche, luego de una cena que inició con un antipasto de aperitivo, seguido de una sopa de minestrone y de plato principal un Rigatin alla zozzona. Aunque Ciro se mostró renuente a comer postre, Bethany le combinó algunas probadas de su Biscotti de almendras y chocolate.
-¿Lo has pasado bien? –Preguntó Ciro entrando a la suite detrás de Bethany.
-Sí. Es una gran… -Sus palabras quedaron obstruidas cuando su prometido la tiró de un brazo para juntarla a él y besarla con pasión que poca era para el deseo que ya quemaba en su interior.
Sostenía su rostro con una mano, mientras que la otra bajó hasta su cintura apretádola a su cuerpo, deleitándose con el sabor a cereza de su pinta labios. Bethany también degustaba de su beso, sintiéndolo como el primero. Ciro la guió hacia sus espaldas hasta tumbarla sobre un sofá de terciopelo color crema. Se quitó la camiseta y se posicionó sobre su amada para seguir besándola. Mientras lo hacía, sentía sus manos que recorrían todo su torso desnudo. Quiso elevar más la temperatura y llevó las manos al cinturón de su pantalón, intencionado a desabrocharlo. Entonces Bethany le sujetó las manos, soltando sus labios.
-Sigue siendo pronto. –Dijo en un masculló tornado las facciones de Ciro en decepción. Se inclinó y volvió a besarla, esta vez con más calma.
-Claro. Te ofrezco una disculpa. –Dijo y se levantó, abriéndole espacio.
-No lo hagas, no te disculpes. –Articuló Bethany levantándose también. –Lo que hiciste me gustó. Es que no quiero precipitarme. Aún hay muchas cosas de mí que no entiendo y desearía aclararlas primero.