Dejó el cuarto de baño y notó que su prometida estaba preparada para salir de regreso a la calle.
-¿A dónde irás? -Preguntó sin sonar celoso.
-Con mis padres. Sé que en qué hotel se están alojando. –Respondió Bethany, guardando la libreta en la que anotaba las conjeturas de su vida en una pequeña bolsa de tela de cinturón cruzado.
Su tono de voz era indiferente, la señal más clara con la que Ciro podía corroborar su desencanto.
-Puedo acompañarte si quieres.
-No, pero te lo agradezco. –No pensó en su respuesta. Cuando estuvo a punto de marchar fuera de la habitación, sintió la mano del italiano que retenía la suya.
-Permite que llame al chofer, entonces. Aún no estás lista para manejar.
-¿Tienes chofer?
-Tenemos chofer, sí. –La corrigió.
Era un debate en el que Bethany tenía pocos argumentos a su favor. Ni siquiera había intentado manejar desde que salió del hospital. Así que, tragándose su orgullo, aceptó. Esa parte de quién era seguía intacta, y a Ciro le ilusionó en alguna forma. La mujer que lo enamoró hacía ya diez años seguía escondida en un rincón.
-Te pido que no vayas a mencionarles nada acerca de su fiesta de aniversario. –Rogó Ciro cuando la limusina maybach ya se asomaba. Bethany quedó atónita.
-¿Es tuya?
-Algo así. Mi padre no dejó claro cuál de sus hijos la heredaría.
Y con eso, la mujer subió al amplío interior del auto y partió.
La casa en la que vivía quedaba en medio de la periferia de Florencia, a más de una hora de la ciudad. En un paraje escondido. Una ostentosa mansión que no estaba a primera vista. Su suegro, había sido un millonario indudablemente que dejó bien acomodado a sus dos únicos hijos después de su deceso. A tales alturas, Bethany ya no creía que aquel lujoso avión privado hubiese pertenecido al amigo de su cuñado. Lo que no se explicaba era el por qué había mentido.
Se apeó de la limusina llamando la atención de todos los transeúntes que seguramente esperaban que del lustroso vehículo descendiera alguna celebridad. En recepción preguntó por el señor y la señora Carter, y la encargada demoró más tiempo de lo convenido, perseverando que en sus instalaciones no se alojaba ninguna pareja que utilizara apellido semejante. Solo mencionando sus nombres por separado, Red y Caitlin, tuvo concebido el paso.
Llamó a la puerta de la habitación 305.
-¿Quién es? –Escuchó la voz de su padre.
-Soy Bethany. –Dijo recriminándose por no haber avisado con anticipación su visita. Tal vez los interrumpió en un comprometedor momento. Aguardó por unos extensos minutos en los que llegó a creer que sus padres habían olvidado que estaba parada afuera.
-Hija. Qué enorme placer tenerte aquí. –La recibió Red con un abrazo, invitándola a pasar. Aunque la habitación no estaba mal, no se trataba de la más vistosa del hotel, ni se le acercaba. Contaba con televisión por cable y nula conexión a internet. No era los caprichos que se esperaba de un ingeniero y una enfermera.
-También me alegra verlos. Ciro me comentó que planean marcharse pronto a Estados Unidos. ¿Cuándo será? –Red y Caitlin se miraron esperando que uno excusara al otro.
-Eh… aún no lo sabemos con exactitud, pero la cotidianidad nos llama. –Dijo Caitlin dubitativa. El cejo de Bethany se frunció, advirtiendo una actitud rara en sus progenitores.
-Pero, cuéntanos qué te trae hasta aquí. –Dijo Red deseando cambiar de tema cuanto antes. Su hija ingresó más a la habitación y se acomodó en un sofá entretanto sus padres se acomodaron en el más grande, justo frente a ella. No pudo obviar que cada uno ocupo el extremo del sofá. Lo más apartado posible.
-¿Por dónde empezar? –Dijo Bethany. Había acudido con sus padres para buscar en ellos las respuestas que Ciro le omitía a las preguntas que su cuñado le sembraba. -¿Qué concepto tienen de mi relación con Ciro? –Una vez más, intercambiaron miradas.
-¿Por qué las dudas? Cariño. –Interrogó Caitlin. Su hija sacó del bolso de tela la libreta y se las compartió. Ni siquiera para indagar el contenido en sus hojas, sus padres cortaron distancias. En su lugar, Caitlin lo hojeó primero y luego se lo extendió a Red.
-Es lo poco que he entendido de mi vida hasta ahora. Sé que hay más, pero Ciro no es muy cooperativo. Precisamente hoy le pregunté acerca del día que nos conocimos y se mostró remiso.
-¿Y por qué ese día exactamente? –Preguntó Caitlin.
-Bueno, Brahim ha estado diciéndome cosas que me empujan a la curiosidad. El otro día me dijo que yo le recordaba a una mujer que él odió, pero que Ciro apreciaba. No sé a quién o a qué se refería, aunque noté que la mencionó en pasado. –Dijo con desanimo al no ser capaz de controlar los detalles que rigen su vida.
-¿Crees que hablara de una infidelidad? –Cuestionó Red luego de leer cada línea de la libreta. Bethany se encogió de hombros. Si lo consideraba como cierto no le molestaba, al final no esperaba que Ciro fuese prefecto, tampoco su relación. De hecho, en la mente de Bethany sucedían tantos escenarios que una infidelidad era lo mejor que pudo haber sucedido entre ella y su futuro esposo.
-¿Qué esperas que te digamos? Tú siempre te viste feliz a su lado. Nunca parabas de hablar de él. –Dijo Caitlin.
Bethany cubrió su rostro con sus manos. El no recordar quién era empezaba a ser perturbador. Al levantar de nuevo su mirada se percató, por primera vez desde que llegó a la habitación de sus padres, que contaba con dos dormitorios. Los miró curiosa sin recordar una muestra de amor que se hayan expresado mutuamente. Sin besos, ni apodos.
(…)
La habitación de Michael era pequeña e indecorosa, propio del motel harapiento en que se alojó, ubicado en Nápoles. No era que su sueldo como detective privado solo le alcanzara para moteles de quinta, si no que prefería la discreción. Nadie se interesaría por una persona que se alojara en un mugriento hostal estando de visita en una de las ciudades más hermosas de Italia.