Bethany se movió a penas para ojear el reloj despertador sobre la mesita auxiliar, era media noche y ella no lograba conciliar el sueño. Miró a su lado izquierdo y detalló a Ciro que estaba entregado por completo al hechizo de Morfeo. Dormía sin camisa y en bermudas, efecto del verano. Acarició su fornido bíceps con la yema de su dedo, limpió de marcas. Sin cicatrices o una gota de tinta. En su mente, iban y venían imágenes de un par de brazo masculino, uno lleno de tatuajes; desde el hombro hasta la muñeca y el otro con una especie de placapoliciaca con el número sesenta y siete en su interior, tatuado precisamente en la parte superior del bíceps. Recuerdos que no correspondían a su futuro esposo.
Se volvió de boca arriba para mirar el techo, ayudada de la tenue luz del patio que se colaba por la ventana abierta del balcón y cortaba la oscuridad. Alargó un suspiró pesaroso que señalaba su angustia. Ya había sucedido más de una semana y seguía sintiéndose una desconocida en su propia vida. En ocasiones, le apetecía dejarlo todo e irse. Buscar un refugio el cual llamar hogar, en el que pudiera encontrarse con ella misma, pero ¿dónde ?Era lo que se preguntaba a diario.
Abandonó la cama, sigilosa para no perturbar el buen descanso del hombre junto a ella. Descendió las escaleras, descalza, usando una bata de tirantes roja que se contoneaba con sus movimientos. Ingresó a la oficina de su esposo, encontrándolo todo perfectamente arreglado. Seguro que si movía algo, Ciro notaría que estaría fuera de su sitio. Sin embargo, ella no estaba allí para ultrajar ni nada menos, tan solo buscaba saciar las preguntas a las cuales Ciro le negaba respuestas.
Se acomodó detrás del escritorio y encendió el ordenador portátil, fiel compañía de su esposo. Pocas eran las veces que no lo usaba. El asombró no se limitó cuando denotó que la gran mayoría de las carpetas de archivos estaban resguardadas con una contraseña de seguridad. Intentó con su fecha de cumpleaños, con la de su prometido, con la fecha en la que, según Ciro, cumplían su aniversario y ninguna tuvo éxito. Cuando quiso darse por vencida, las causalidades de la vida le sonrieron al abrirse una carpeta sin necesidad de una contraseña.
“Un álbum de fotografías digital” Fue lo que sobrevino a la mente de Bethany de inmediato, y no se equivocada. Era una carpeta con más de cuatrocientas fotografías almacenadas. Presionó clik en una al azar que exhibió a los hermanos Tonali en alguna fiesta, y partiendo de esa fue curioseando una detrás de otra.Cada una solo afirmaba el buen vínculo entre Ciro y Brahim. Éste último no le daba una afectuosa impresión. Desde el comienzo, Bethany tenía claro que su relación con su cuñado estaba destinada a ser un fracaso. Él no presumía tener un vago interés por conocerla, y ella, aunque intentaría mejorar la situación, no haría un gran esfuerzo.
Se topó con una fotografía que le erizó la piel. Evidenciaba a Ciro rodeando con uno de sus brazos a Simon, ambos sonrientes para la cámara. Su hermano, no tendría más de veinte años, aún sus fisuras se marcaban con los estigmas propios de un adolescente. Ciro también se presenciaba más joven: su cabello era largo y su cuerpo era enclenque, nada parecido al pecho fornido de pectorales firmes que era ahora. Y vestía de manera informal, carente de seriedad. No había duda que esa foto tenía más de diez años que era el tiempo que tenían conociéndose.
Esa fotografía despertaba fantasmas que estremecían a Bethany. Apagó el ordenador, incapaz de continuar, y regresó a la cama.