Bethany acompañaba a sus padres en el aeropuerto en lo que su vuelo se anunciaba listo para ser abordado. Les había insistido demasiado para que alargaran su estadía por un tiempo más en Italia, sintiéndose aún desconocida en su vida. Las responsabilidades laborales fueron sus mejores pretextos. Ninguno de los dos habían salido de Estados Unidos por mucho tiempo, y el idioma lo dominaban fatal.
Su hija les relató, con cierto alivio contenido, lo que hasta ahora Ciro se había animado a decirle de su vida.
-¿Te mencionó algo al respecto de la mujer que nos insinuaste? -Preguntó Caitlin.
-No. Yo tampoco quise hablar del tema. Creo que si fuera importante, él me lo habría dicho. Tal vez sea Brahim quien quiere llenarme la cabeza de ideas.
-Lo que yo creo es que no puedes dejar nada guardado. Debes obligar a Ciro a que te lo diga. No puede sacar provecho de tu accidente para limpiar su imagen, si es que de verdad te engañó. -Sugurió su padre protegiendo a su hija. Si pudiera la tomaría de la mano y la llevaría consigo a Estados Unidos, lejos del italiano, pero Ciro, era un hombre al que había que tener mucho cuidado. Bethany estaría segura siempre que todo resultara a la conveniencia de él.
Los despidió a puertas del pasillo para abordar, prometiéndoles que pronto iría a Estados Unidos a recuperar los recuerdos que hubiesen quedado allí estancados.
A la salida del aeropuerto esperaba su chófer. Ciro se mostró en desacuerdo a su petición de viajar en un taxi o uber, algo más modesto. Le dijo que ningún auto iba a poder acercarla lo suficientemente a la mansión escondida, que tendría que caminar un largo trecho, hasta una hora y media para poder llegar. Sin embargo, sí accedió a cambiar la limusina por un auto que se mezclara con facilidad con el tránsito cotidiano de Florencia, un sedán fue el escogido.
Cuando ingresó a la propiedad hizo una mala cara al ver el Roll Royce plateado de su cuñado estacionado. Qué pronto se le había estropeado el día.
Brahim yacía adentro, fastidiado de oír a su hermano hablándole del muro que había derribado entre su prometida y él, reservándose para sí mismo los detalles de la noche de pasión. Lo último que quería era hacerlo imaginar a su mujer desnuda. Brahim sentía lástima por su hermano. Era un fiel creyente a las falsas promesas de cupido, y un hombre aprendido a la dependencia emocional de una mujer. Esa dependencia terminaría por condenarlo.
-Vaya, de haber sabido que teníamos visita hubiese llegado antes. -Fue el particular saludo de Bethany penetrando a la sala principal. Aunque Ciro no lo notó, Brahim sí se percató del sarcasmo en su voz.
El mayor de los Tonali se levantó para abrazar enamorado a su prometida. Ella y su cuñado se lanzaban lanzas de fuego con la mirada, a espaldas de Ciro. Uno toleraba menos al otro. Sus miradas perdieron intensidad cuando Ciro deshizo el abrazo.
-Ya nos marchamos. Brahim me acercara a las oficinas del bufete, luego tendré todo el tiempo del mundo para nosotros. –Informó el italiano.
-De acuerdo. En lo que espero planearé algo que podamos hacer. Se me ocurre tal vez ir al cine.
-Me encantaría. –Accedió sonriente, a pesar de contradecirse en sus adentros. Una de las muchas particularidades que Bethany todavía desconocía de su marido era su poca simpatía por convivir con la muchedumbre.
Brahim se despidió a regañadientes de quien habría sido, en un pasado, su amante, y siguió a su hermano al jardín de enfrente. Se subieron en su Roll Royce y partieron. La ventanilla abierta en el asiento de copiloto permitía que el viento se colara y desordenara los cabellos de Ciro quien en esa mañana se sentía innatamente contento. A su juicio, el mundo brillaba con nuevos colores. Sentía a Bethany más cerca, y el que se hubiese entregado a él ayudaba en ese sentimiento.
-Oficinas del bufete–Pronunció Brahim extrayéndolo de sus pensamientos arcoíris. -¿Por lo menos sabes dónde quedan?
-No, por qué lo sabría. –Su hermano se rió.
-Nuestro padre debe de estar retorciéndose en su tumba al oírte decir que eres un abogado.
-Lo creí conveniente, es lo más alejado de la realidad. –De nuevo se carcajeó.
Llegaron a uno de los almacenes de sus empresas donde un séquito de hombres vestidos con trajes negros y anteojos oscuros los recibió. Dos de estos vigías se encargaron de abrir las puertas del vehículo a cada uno de los hermanos, serviciales siempre. Antes servían a su padre, ahora obedecían sus órdenes.
-Señor lo encontramos en la periferia muy cerca de la frontera con Rusia. –Informó uno de los hombres caminando junto al mayor de los Tonali.
Entraron al almacén cuyas puertas de hierro oxidado chirriaron con el movimiento. Era un espacio desolado, harapiento y abandonado, de medidas grandes. Otro grupo de guardias vestidos de negro yacían en el interior, sosteniendo una maverick calibre 100 entre sus manos, a espaldas de un sujeto esquelético y de cabello rapado que estaba sujetado a la silla en que estaba sentado. Los hermanos se acercaron lo suficiente al prisionero.
-Brandon, Brandon, Brandon… -Canturrió Ciro. El mencionado estaba cabizbajo, aterrado. Por muchos años había sido un fiel trabajador en las empresas Tonali. La sorpresa fue vehemente cuando se descubrió que había estado informando a los federales de sus movimientos. –Es patético que tú y tu amiguito Spencer hayan si quiera soñado con la posibilidad de entregarnos a los altos mandos de las autoridades.
El capturado lanzó un escupitajo a los pies del italiano teniendo la suerte de no haber ensuciado sus costosísimos zapatos, de haberlo conseguido, su deceso habría sido paulatino y doloroso. Palideció cuando uno de los vigías le hizo entrega a Brahim de un revolver. El menor de los Tonali yacía a unos centímetros más atrasados de su hermano. Su deber era uno y lo cumpliría en cuanto Ciro le diera la orden.
-El imperio Tonali es una dinastía que ha sido perseguida por años. ¿Qué te hizo creer que tú ibas a conseguir un mejor resultado del que consiguieron tus antecesores? Desventurada sanguijuela traidora. –Recriminó el italiano muy cerca del rostro de su capturado. El así llamado Brandon adquirió el valor suficiente para mirarlo, no a los ojos, eso sería desafiarlo, y él no estaba en condiciones para hacerlo.