La media noche en Washington DC era más refrescante que en Italia, incluso era azotada por una fría brisa de viento. Bethany estaba acostada en su cama, lúcida por completo. Al borde de las lágrimas. Hasta ahora, su viaje había resultado infructuoso, siendo tan solo la comida norteamericana lo que más añoranza le producía. En su casa no se sentía diferente a como se sentía en casa de Ciro. Ahí también era una invitada. La academia, en lugar de recuperar detalles de su memoria, confundió los que ya había tenido.
Se levantó de su cama y se aproximó a una de sus maletas en donde extrajo su diario personal. Buscó la primera página en blanco y, bolígrafo en mano, empezó a escribir nuevas recopilaciones.
"Soy Bethany Carter, una desconocida en mi propia vida. No me apasiona mi trabajo, y no conozco a las personas que dicen quererme. Mi futuro esposo es un italiano, abogado y empresario. Tierno por demás, cuyo hermano me resulta poco agradable, a pesar de haber sido mi amante.
Mi prometido ya conocía a mi hermano mucho antes de conocerme a mí, pero nadie repara en ese hecho, ni mis padres."
Miró la página con desdén. No había cambiado mucho desde la última vez que escribió, y había cambiado poco desde la primera que lo hizo, hacía cerca de dos meses. El proceso de su recuperación era más lento de lo que se suponía. En un suspiró alargó sus deseos de llorar. Lloró con nostalgia, exprimiendo cada gota de su corazón. Se sentía sola, a pesar de sus padres y su esposo. No los sentía parte de ella, todo cuanto conocía era desconocido.
Su atención fue capturada por un inusual ruido que oyó a las afueras de su habitación. Era la madrugada, por lo que las explicaciones eran insuficientes. De nuevo escuchó, un segundo ruido, está vez fue como si el cristal chocara entre sí. Salió de su pieza, sigilosamente, asomándose por las esquinas antes de penetrar a alguna estancia. Su corazón latía vertiginoso.
No encontró nada fuera de su lugar en la sala principal, tampoco en la sala comedor. La última estancia que le quedaba por revisar era la cocina y enfiló su rumbo con mucho cuidado, pisando en las puntas de sus pies. Abrió la puerta despacio, encontrando a su madre sentada, bebiendo una copa de vino blanco en medio de la oscuridad.
-Jesús bendito, mamá me has dado un susto de infarto. -Dijo Bethany llevándose una mano a su pecho y la otra la estiró para encender la luz. -¿Qué haces levantada?
-No puedo dormir. -Dijo breve. Destilando un nostálgico tono de voz. Recuperada del susto, haló una silla y la acompañó a la mesa. Caitlin se levantó y tomó una segunda copa con la que combinó a su hija vino.
-¿Problemas con papá? -Preguntó sorbiendo de su copa.
-No en absoluto.
-¿Problemas en el trabajo?
-Cariño, hace mucho tiempo que el insomnio dejó de necesitar excusas para venir a verme. -Proclamó Caitlin, nostálgica.
Una sombra de tristeza y dolor perseguía a aquella mujer. Cualquiera podía notarlo, especial Bethany que sentía empatía por su madre. La acompañó en silencio, viendo las prisas con las que ella ingería las copas que se servía. Aventajándola por una diferencia de dos copas.
Caitlin tomó la mano de su hija, aquella en la que brillaba un diamante.
-¿Qué significa esto? -Preguntó intuyendo con horror la respuesta.
-Ciro y yo nos casaremos. -Entonces Caitlin sintió como si hubiese sido golpeada por un mazo. Le soltó la mano y se cubrió el rostro, lamentando la noticia.
-¿No crees que se hace una decisión muy precipitada?
-Tenemos diez años juntos y perdimos...
-No, no, no. -Se opuso su madre interrumpiéndola. -Un mes y poco más es el tiempo que llevan conociéndose. El resto no existe, lo perdiste junto con tus recuerdos. No puedes cansarte con un hombre al que no conoces.
-Mamá por qué dices estás cosas. -Dijo Bethany, disgustada. Lo último que necesitaba era que su progenitora le acreciera las dudas que ya tenía.
-Porque te quiero y no quiero que nada malo te ocurra. -Escapó de los labios de Caitlin una forma de advertencia. Ella misma reparó en su error, así que se llevó un sorbo de vino con el que cerraría la boca. A Bethany se le detuvo el corazón. En serio la notaba preocupada.
-¿Que nada malo me ocurra? -Repitió su hija con la mirada entornada. -¿Qué quieres decir con eso?
-Creo que el licor ya subió a mi cabeza, es mejor que lo olvides. -Deseó eludirla, fracasando en el intento.
-Acabas de advertirme acerca del hombre que convertiré en mi esposo, no esperes que lo olvide. ¿Acaso tú sabes algo que yo no? -Insistió Bethany descontenta, metiendo a su madre en un aprieto. Solo esperab que Ciro no lo supiera. Caitlin rascó su entrecejo, nerviosa.
-Yo no sé más que tú, y es por eso que me preocupo. No sé si Ciro sea un hombre violento, manipulador o si es un celopata, pero creo que no está absuelto de que lo sea. -Dijo buscando aquietar las mareas, sin poder verla a la cara.
-¿Qué se supone que haga, entonces? ¿Anulo la boda? -Inquirió Bethany.
Un desesperado "sí" se atoró en la garganta de Caitlin, pero no podía decirlo. Su hija debía casarse con el italiano por el bien suyo, el de Red y por supuesto, también el de ella misma. Los tres eran peones en su juego de ajedrez. Fichas que se movían a su conveniencia.
-Si las novias cancelaran sus matrimonios por petición de sus madres, nadie estuviera casado. -Dijo Caitlin, esbozando una dulce carcajada con la que logró amenizar el ambiente. -Solo espero que puedas conocerlo a detalle para que no sientas que cometes un error. La parte más difícil de un matrimonio es el divorcio.
-¿Tú crees que te equivocaste con papá? -Preguntó Bethany. No le asombraría que le dijera que sí, puesto que no notaba en ellos la química propia de los enamorados. Lo que veía en ellos correspondía más a una amistad.
-No, con tu padre no. Red es un buen hombre. Hubiese deseado conocerlo antes. -Reflexionó, bailando el vino en la copa.