Durante horas, Bethany lloró acurrucada entre los brazos de su futuro esposo quién se lamentaba por no haberse opuesto con firmeza a su idea de querer ir a Estados Unidos. Un viaje que resultó contraproducente, pues había llegado deshecha en la melancolía por ser incapaz de recordar su casa. Ni siquiera la señorita Halston revivió en sus memorias.
Cuando la noche cayó, la mujer volvía a compartir el lecho con su prometido. Envuelta en las mismas sábanas que él. Ciro la había abrazado y consolado todo cuanto necesitó, abstenido a los reproches. Él era lo más, si no lo único real que tenía en su vida, y sería perfecto si no fuese un hombre de misterios que le ocultaba cientos de secretos. Con sus ojos rojos e hinchados de tanto llanto, veía la sortija en su dedo, sin encontrarle otro significado que el de un accesorio. No era un símbolo de amor ni nada que se le asemejase. Tal vez su madre tenía razón y la decisión de casarse fue precipitada.
El celular móvil de Ciro timbró sobre la mesita auxiliar, esperaba que lo tomara y respondiera, pero ni siquiera se había despertado. Una segunda vez y Ciro tampoco se inmutó. Su sueño era profundo. Al tercer timbrado, Bethany no esperó que se despertara y pasó por encima de su prometido para alcanzar el celular de éste. Sentada sobre la cama, respondió la llamada.
-Señor Tonali, soy Marco. Le llamo desde el bar para informarle que su hermano está aquí, ebrio, alborotando la multitud y varios comensales ya se han quejado y amenazan con llamar a las autoridades. -Escuchó Bethany. Sin decir nada, finalizó la llamada. No era la primera vez, desde que la mujer salió del hospital, que aquel cantinero llamaba, y todas las veces anteriores había sido por la misma razón.
Quiso despertar a su prometido y que se ocupara del asunto, sin embargo, verlo cándidamente descansado, la motivó a hacerlo ella misma, al final y al cabo, no era como si el insomnio fuese a desaparecer.
Se levantó y se vistió con lo más sencillo que encontró en su guardarropa, que para ser sencillo era bastante elegante. Se apropió de las llaves del Mustang y partió. Ya había ido a dicho bar con Ciro, por lo que no se perdería. Las calles de Florencia eran activas, incluso de madrugada. Se apreciaban personas, vestidas de etiqueta entrando y saliendo de: bares, restaurantes y discotecas. Personas que, aunque no eran del todo jóvenes, no perdían su espíritu jovial y las ganas de disfrutar de la vida. No se engañaba, a ella también la movía esa clase de goce, sin preocupaciones. A Ciro no. Definitivamente, él era un hombre con un horario para dormir. No lo llamaría aburrido, solo que era entusiasta a un ritmo de vida más tranquilo.
Bethany estacionó el Mustang próximo a la entrada del bar. Ojeó la larga fila de personas que ansiaban entrar, y continuó a la puerta donde un hombre de gran tamaño custodiaba.
-Señorita ¿Tiene acceso VIP? Si no es así le voy a pedir que se forme. -Le dijo el guardia
-Vengo a recoger a Brahim Tonali. Soy la prometida de su hermano. -Explicó ella. Entonces, el paso le fue permitido sin más pretextos.
El interior del lugar era oscuro y estrecho a causa de la multitud que gozaba de su música y bebidas. Tuvo que caminar en medio del caos que no era cooperativo. Fueron muchos los piropos que recibió de parte de ebrios imprudentes. Ella, con gran facilidad, los ignoró.
-Señorita Carter. -Escuchó su mención a sus espaldas. Se viró para encontrar a un hombre de estatura baja y particular bigote. Era el dueño del lugar, íntimo conocido de los hermanos Tonali. -¿Y el señor Ciro?
-No vino. En su lugar estoy yo. ¿Podría llevarme con Brahim? Por favor.
-Por supuesto. Acompáñeme. -Dijo Marco, de simpatía especial. A Bethany le intrigaba el trato formal con el que trataba a su prometido y a su cuñado. Siempre de "señor" nunca por su nombre de pila, tampoco los tuteaba, aun teniendo más años que ellos.
La llevó a un pequeño almacén donde había una mesa, un estropeado sofá y un televisor de amplías pulgadas. Brahim yacía sentado en el estropeado sofá, platicando y carcajeándose con otros cuatro hombres que no parecían estar en mejores condiciones que él. Su ingreso vino acompañado de un aplastante silencio. Brahim contuvo un suspiro. La mujer de cabellos rojizos era radiante. Maldecía la suerte de su hermano al haber atraído a una diosa de semejante esplendor.
-Eres la asistente de mi hermano. -Dijo sonando como un perfecto cretino. Provocando la burla de sus amigos. Bethany no se inmutó, no esperaba menos de él.
-Señor, creo que ya viene siendo tiempo de que se marche. Es solo una...
-Guarda silencio, anciano molesto. -Reprendió Brahim al dueño de lugar quien agachó la cabeza. Una acción condenable en lo absoluto para Bethany que miró con desprecio a su cuñado.
-Vámonos ya. -Dijo ella sonando, sin así pretenderlo, como una orden, golpeando el pesado orgullo de Brahim quien se sintió humillado frente a sus amigos.
Brahim era dueño de una mirada de loco, fría y directa como la de un asesiono. Caminó despacio hasta su cuñada que supo disimular el atisbo de temor que sus ojos le inspiraban.
-No iré contigo a ningún lado. -Le dijo muy cerca de su rostro. Apestando a licor y tabaco.
-¿Prefieres que te recoja la policía? -Amenazó Bethany. Brahim soltó una carcajada.
-Este anciano no tiene el valor para llamar a la policía. -Dijo señalando despectivamente a Marco.
-Él no, pero yo sí. -Dijo con firmeza, borrando del rostro de su cuñado su estúpida sonrisa.
Fue suficiente para obtener la cooperación de Brahim que asió su chaqueta y se marchó siguiéndola. Tonali insistió en que se iría en su Roll Royce a su propia casa, pero Bethany, aunque no le disgustaba la idea, no lo permitió.
-¿Dónde está Ciro? ¿Por qué no vino? -Preguntó. El Mustang ya iba de regreso a la mansión.
-No quise despertarlo. -Dijo tranquila.
-Así que preferiste venir a mi socorro. -Dijo Brahim, odioso. Se atrevió a apartar un mechón del rostro de Bethany, ganándose una mal reacción de su parte quién lo fulminó con la mirada.