A primeras horas del día, Bethany había ido a su empresa de bienes raíces como la atenta jefa que creía ser. Sin embargo, no tardó mucho tiempo en sentirse fuera de su elemento. No entendía la mayoría de las cosas que sucedían allí, y el sentimiento de lejanía volvía a albergarla. Así que dejó encargada a Lorient y se marchó de regreso a su casa, dispuesta a encontrar su verdadera pasión porque los bienes raíces desde luego que no lo eran. Quizás se dedicó a ellos porque resulta ser un negocio rentable, que genera mucho dinero o tal vez, fue presionada a hacerse con una carrera para tomar las riendas de su vida adulta, como fuere, no funcionaba más.
Ya en casa, se dedicó a preparar una receta de donas horneadas que vio en un programa de televisión. Una de las cocineras acudió como su mano derecha, pues Bethany no tenía la menor idea de cómo funcionaban las cosas en su casa, ni siquiera sabía en qué cajón se guardaban los cubiertos. Lo que le pareció una vergüenza.
-¿Y cómo van con los preparativos para la boda? -Preguntó Caitlin que estaba al teléfono. Su hija se llevó el dedo índice a la boca para probar el chocolate que preparaba como el glaciado.
-Marcha bien, yo supongo. Ciro se ocupará de realizar la lista de invitados y, en base a eso, escogeremos el lugar de la ceremonia. Si me preguntan, preferiría hacerlo aquí en casa, no será algo grande.
-¿Le haz dicho tu opinión? -Esta vez fue Red el que habló.
-No me he animado. Lo veo tan ilusionado con todo esto que me da corte cohibirlo de algo. Es un buen hombre.
-Seguro que sí lo es. -Si Bethany hubiese prestado más atención, se habría fijado en el sarcasmo con el que habló su madre.
-¿Dinero? ¿Necesitas dinero, hija? Las bodas implican un gasto enorme. -Ofreció Red pareciendo un padre muy considerado.
-Te lo agradezco, pero no. Mi empresa maneja buenos números. Brahim me ayuda con su administración. -Dijo casual.
Escuchó a los perros emocionarse, típico cuando llegaba algún conocido. Se asomó y desde la entrada de la cocina notó el Mustang llegando.
-Los llamo luego. -Se despidió Bethany, y colgó no sin antes oírlos despidiéndose.
Ciro demoró lo justo desde la entrada hasta la cocina. Lo primero que hacía al llegar a casa era saludar a su amada. Le impresionó verla cocinar, más aún tratándose de repostería. Nunca antes lo había hecho. Se dieron un cálido y tierno beso.
-¿Cómo resultó todo? ¿Pudiste concluir con el caso? -Preguntó ella. Ciro le había dicho que estaba a la cabecilla de un caso crucial en el bufete.
-Todavía no. -Fue breve. No se extendería hablando de algo que desconocía.
Tomó una de las manos de Bethany y se llevó sus dedos a la boca para saborear el glaciado del que se había manchado. "Dulce" pensó Ciro, aunque no se refería al glaciado.
-¿Te gusta? -Ciro asintió.
-Creí haberte oído decir que estarías toda la mañana en “bienes raíces, Carter”.
-Cambié de idea. -Resumió.
-Mejor aún. Podemos visitar las localías con más paciencia. -Bethany detuvo todo lo que hacía, para verlo, incrédula.
-¿Hoy?
-Lo tenía reservado para el fin de semana, pero ya que estás libre y yo también, sería grandioso que empecemos. -Dijo entusiasmado.
Bethany vaciló con contradecir sus deseos. Con interrumpir este disparate. No obstante, antes de que pudiera decir nada, Ciro depósito un beso en su frente y corrió escaleras arriba para cambiarse de vestiduras y partir lo más pronto posible.
(...)
Era el cuarto templo que visitaban. Más grande y lujoso que el anterior, y seguramente menos que el siguiente. Bethany estaba sentada en uno de los banquillos principales, ante el imponente altar que se extendía frente a ella en colores blancos y azules, teniendo la vaga certeza de que su prometido no la conocía tan bien como creía, pues sabía que ya se había casado antes. En aquella ocasión lucía un vestido sencillo de color blanco y con un velo corto. Podía recordarse de pie frente al diácono encargado de la alianza, y junto a ella veía de soslayo al novio vestido con un traje también blanco, pero no lograba darle rostro a esa figura.
-Mio caro. -Escuchó Bethany, saliendo de sus pensamientos. Ciro llegaba a su encuentro y sentó a su lado. -¿Qué te ocurre? Te noto distraída.
-No sucede nada, solo que... -Carraspeó y nerviosa frotó sus palmas contra su jeans. -¿No crees que los lugares que hemos visitado son demasiado grandes?
-Los seleccioné acorde a los invitados. -Dijo Ciro tranquilo. Bethany le pidió ver la lista que había hecho. El italiano sacó su billetera y extrajo una hoja de papel doblada en varias partes. La extendió a su amada quien quedó atónita de verlo.
-¡Doscientos y seis invitados! -Exclamó sorprendida. -Se supone que sería algo íntimo. Familiares y amigos más cercanos, nadie más.
-No tienes la menor idea de lo que me costó reducir la lista y esa es la cantidad más pequeña que conseguí, sacando aun así amigos y familiares. -Se excusó el italiano. Bethany se tomó su tiempo para leer, uno a uno cada invitado, resultándole cada nombre más desconocido que el anterior. Los únicos invitados de su parte eran Red y Caitlin.
-¿Y qué tan allegado es para ti Voslov? -Recriminó tras encontrarlo en la lista.
-Si pudiera escoger, no lo invitaría, pero de no hacerlo se sentirá ofendido y es capaz de dar marcha atrás con la inversión.
-Pues no sé si lo quiera en mi boda. -Dijo volviendo a doblar la hoja y devolviéndosela.
-Yo sé que no lo quiero. -Dijo Ciro guardándose en un bolsillo la lista. Veía sus expresiones tristes, sus ojos carentes de brillo y su sonrisa ausente. -¿Esto es por el ridículo comentario que hizo durante la cena?
-Hay más que eso, pero no te mentiré me ha dejado pensativa lo que dijo. -Expresó Bethany mirándolo a la cara.
-Por favor, querida. Haz caso omiso a las palabras de un loco. Por supuesto que eres libre de irte cuando tú quieras. -Le dijo. No sintió que estuviera mintiendo, pero la verdad era que Bethany no reconocía la mentira en aquel hombre, aún desconocido.