"Un par de orbes negros que la miraban en una solemne oscuridad y unas manos que apretaban su delgado cuello."Ésto había sido una pesadilla muy recurrente que perturbaba a Bethany en sus primeros días de haber despertado del coma. Siempre creyó que era producto de su fantasioso subconsciente, relegando su importancia. Por supuesto que lo iba a creer así, no tenía sentido darle otra explicación.
Una azafata llegó para extraerla de sus pensamientos. Le ofreció una Margarita que Bethany aceptó sin pensarlo dos veces.
-Ya es el tercero. -Hizo la observación el italiano.
Estaban a cientos de metros del suelo, abordo del avión privado de Ciro; iba rumbo a su luna de miel. Bethany no dijo ni hizo nada, solo se bebió su copa de licor perdiéndose en el manto blanco de nube que sobrevolaban.
-¿Quieres hablarme de lo que te está pasando? -Insistió Ciro por enésima vez en el día, cansado de sentirse tan apartado de su amada estando tan cerca. Una vez más, su esposa lo ignoró.
Exhaló frustrado. Sacó su celular de su bolsillo y ojeó la bandeja de mensajes esperando que su hermano le hubiese escrito, sin embargo, no fue así. Brahim era otro que también estaba comportándose de forma esquiva con él. Y es que el acuerdo con Voslov no terminaba de convencerlo. El ruso ni bien esperó que amaneciera cuando ya había desplegado a sus hombres en territorio Tonali, despejando al séquito de los italianos y reclamando una pequeña, pero valiosa parte de Italia como suya. A Ciro ésto no le preocupaba. Se sentía seguro, Voslov no iba a pasarle por encima. Le preocupaba más su esposa, pues ella se escapaba por completo de su control.
-¿Cómo se llamaba? -Preguntó de pronto Bethany sin apartar su vista de la ventanilla.
-¿Quién?
-La mujer con la que salías cuando nos conocimos. -Se explicó sonando hostil.
-¿Es por eso que has estado tan extraña? Fue una grandísima...
-¿Cómo se llamaba? -Insistió Bethany desinteresada en oír estupidez.
-Primero tienes que decirme por qué estás tan interesada en saberlo. -Hubo silencio mientras que sus miradas se cruzaban; la de Bethany como una daga filosa dispuesta a herir. Hacía mucho tiempo que esa mirada no lo atacaba.
-Su nombre era Anne Johnson ¿Cierto? -Las expresiones de Ciro se transformaron dándole la razón. Bethany apretó su copa.
-¿Acaso mi hermano te lo dijo?
-¿Cómo terminaron y por qué? -Siguió escudriñando, nerviosa. Ciro se rascó una ceja, aun más nervioso que ella.
-Eso fue hace mucho tiempo atrás. No entiendo por qué lo sacas ahora a la luz. -Dijo.
-Solo respóndeme a la pregunta, por favor. -Ciro se removió incómodo en su asiento.
-Ella terminó conmigo y aunque no me dio explicaciones, pude entenderlo. Lo que tuvimos se hacía cada vez más monótono hasta que se hizo sencillamente insoportable.
-¿Dónde está ella ahora?
-No lo sé. -Dijo con voz temblorosa y mirada esquiva.
-Ciro ¿Dónde está ella? -Insistió Bethany.
-¡Que no lo sé! -Levantó la voz con poderío. Aborrecía cuando lo aprisionaban contra las cuerdas. Inmediatamente se sintió mal por haberle levantado la voz a su esposa. Más apacible, recompuso: -Mio caro, perdóname, pero no me gusta hablar de mi pasado.
Bethany no esperó a nada más, se bebió su copa en un solo trago y se levantó para cambiarse de puesto, al otro extremo del avión.
Obviamente, el viaje se hizo discrepante. Los recién casados a penas y se dirigían la palabra y eso solo en caso de importancia.
El avión arribó en su destino cuando la tarde empezaba a despedirse. Bethany se extrañó, prácticamente tardaron horas desde que salieron y se fijó que ni siquiera habían salido de Italia. Pensó que por ser su luna de miel irían a París, Ibiza o algún otro lugar exótico y muy romántico.
-¿Dónde estamos? -Preguntó Bethany forzándose a dirigirle la palabra. Seguía el paso de Ciro en las escaleras de descenso.
-En Roma. -Dijo el italiano deteniéndose para esperarla. Juntos llegaron al final de las escaleras.
-¿Roma? -Repitió ella confundida. Un empleado le arrebató las maletas y las metió en el portaequipaje de una limusina que esperaba estacionada. -¿Es una escala?
-No, es nuestro destino. Creí que era buena idea que pasáramos nuestra luna de miel en la ciudad que nos presentó. -Dijo él sonando muy seductor.
Se subieron a la limusina y ésta empezó a avanzar. Bethany continuó con su indiferencia, distrayendo su atención en la hermosa vista que pasaba por su ventana. Ciro, que estaba sentado justo a su lado, se removía incómodo y resoplaba en vagos intentos por cortar el silencio.
-Planifiqué todo un itinerario de este viaje y empieza con una cena esta misma noche. Los empleados pueden descargar todo el equipaje en el hotel y el chófer nos llevará al lugar acordado. -Dijo dubitativo, más cuando los ojos de su esposa cayeron sobre él. -A no ser que prefieras hacer otra cosa.
-En realidad, sí. Preferiría quedarme en el hotel. -El rostro del italiano se transmutó en decepción.
-Claro. Lo que tú digas.
-Ciro, no hemos cumplido ni siquiera veinticuatro horas de habernos casado y ya tenemos problemas.
-Tú los tienes. -Se apresuró a aclarar. -Y si pudieras confiar en mí lo solucionaríamos juntos.
Siguieron en silencio. Bethany ya había confiado en él antes, y en ambas oportunidades la había tomado por una ingenua, calmándola con mentiras que funcionaban como placebos. En un principio no lo entendía, ahora sí. La verdad era oscura y abrumadora.
La limusina giró en un cruce dejando a la vista en el CC Place un hotel de estructura grande y luminosa que sacudió el piso de Bethany y la motivó a acercarse más a la ventana para verla con mejor detalle. Era un recuerdo lo que la estaba sobreviendo. Y cuando estuvo a la entrada del hotel, debajo de tan solemne estructura su mente se hizo más nítida, se hizo más real. Se apeó del vehículo ignorando la petición de su esposo de que le permitiera abrirle la puerta y caminó al interior del hotel casi como si estuviera hipnotizada. Entraba a un lugar que le resultaba familiar, tanto así que podía decir que en diez años conservaba su mismo diseño moderno y los mismos colores, aunque más brillantes.