Michael estaba sentado en su sedán nafta estacionado a las proximidades de la plaza principal de Florencia, bebiendo un capuchino, era el tercero. Observaba con meticulosidad hacia una de las bancas en donde Bethany yacía sentada. No hacía nada, más que mirar al horizonte inexistente, perdida en sus pensamientos.
El desdén se reflejaba en sus apagados orbes y en sus alargadas facciones. Era el cuarto día que llegaba a esa plaza a hacer nada. Pasaba el día en esa banca refugiada bajo la sombra de un viejo árbol hasta que el ocaso anunciara su ida. Michael le había estado siguiendo la pista todo el tiempo. Sin acercarse demasiado a la mansión Tonali. Sabía que en el momento que uno de los hermanos lo detectara husmeando por su propiedad, sería su final. Desaparecería tal y como lo hizo Anne, sin dejar rastro ni sospecha.
Se bajó del auto y acomodó su americana. Cruzó la calle y llegó a un lado de Bethany sin que ella lo viera venir.
-Vaya que sorpresa. -Fingió Michael que ya se había convertido en Derek.
-Grata, déjame añadir. -Se levantó de la banca para darle un edificante abrazo. Le hacía falta alguien de confianza. En los recientes días no había podido hablar con nadie. Todos sus conocidos tenían relación con Ciro incluso sus padres de quienes estaba muy decepcionada.
-¿Todo en orden? No la noto muy bien. -Dijo Derek tras el largo abrazo una vez finalizado. -¿Ya conoció los tragos amargos del matrimonio?
-Si yo te contara. -Dijo Bethany. Lo invitó a tomar asiento a su lado.
-Créame puedo hacerme una idea. También estoy casado. -Dijo mostrando su dedo decorado con una argolla cualquiera.
-No puedo confiar en mi esposo. Presiento que me está ocultando muchas cosas.
-¿Alguna ex novia del pasado atormentando su feliz presente?
-Algo así, sí. –En otras circunstancias no le hubiese contado nada. Sin embargo, la incertidumbre la estaba asfixiando y no tener a nadie a quién contárselo era peor.
-No la presionaré, pero si quiere contármelo aquí estoy para escucharla. –Se ofreció desinteresado en oír los problemas que la aquejaban, solo le interesaba descubrir más de Ciro Tonali, único sospechoso de la desaparición de Anne. Intuía que era ella de quien la pelirroja hablaba.
“Mi esposo asesinó a su ex novia” pensó Bethany sin animarse a vociferarlo. Si no lo decía en voz alta no era cierto. Se aclaró la garganta y dijo:
-Él decidió no tener hijos y no me lo había dicho. Todos mis intentos de ser madre resultó una burla. –Derek alargó un suspiro, no era lo que esperaba oír. Lo menos que quería era convertirse en un terapeuta del corazón.
-Es una lástima, creo que sería una grandiosa madre. –Esto comprimió su corazón.
-Yo también quiero creer eso.
-Cuénteme acerca de esa ex novia. ¿Ella solo se apareció a hacerle la vida de cuadritos?
-Es lo más impresionante de todo el asunto. No necesitó aparecerse para hacerlo. –Sacudió la cabeza alejando sus locuras. Se levantó y se despidió de Derek a pesar de las insistencias de éste porque se quedara un rato más, ella se rehusó y con la vergüenza colorando sus mejillas se marchó.
Manejaba una camioneta Ford que estaba en el amplío estacionamiento de la mansión casi sin usar. Ciro no se mostró renuente en dejarle las llaves a su goce y disfrute. Regresó a una velocidad mínima calculando que llegaría a casa cuando el anochecer estuviera despidiendo el día como lo había hecho los últimos días. Salía muy temprano en las mañanas y regresaba tarde en la noche, y siempre evitaba no estar en la misma estancia que el italiano.
Seguía sintiéndose una estúpida cada vez que recordaba el informe médico que se encontró. Había ideado una familia a su lado y creyó que cuando tuvieran a su primer hijo junto, todo mejoraría. Sus especulaciones, que empezaban a convertirse en paranoia, terminarían. Que bofetada tan dolorosa e impredecible recibió.
Metió la camioneta hasta el interior del garaje y subió por las escaleras del mismo. Pasó a la cocina para prepararse un té y comer un poco antes de desaparecer en cualquier rincón de la inmensa casa y evitar ver a su esposo. Se acarició la parte baja del abdomen las cicatrices que parecían arder. Sabía que era una sensación creada por su mente que la hacía consciente de un pasado que no recordaba. De no ser por esos puntos en su piel creería que incluso Arthur, el bebé que se convirtió muy rápido en ángel, era una mentira. Aunque seguramente había algo oculto detrás de eso.
Puso mala cara cuando escuchó a su esposo llegar. No se inmutó y solo siguió en sus quehaceres, sirviéndose el té en una taza.
-Hola mio caro. -La saludó el italiano ingresando a la cocina. Quiso darle un beso en una mejilla, pero fue rechazado. Bethany giró la cabeza antes de que sus labios la tocaran. Ciro suspiró, su indiferencia lo estaba aniquilando. -Lo lamento mucho. Sé que me equivoqué. Debí haber sido honesto, pero tú estabas tan ilusionada con el bebé que no tuve el valor para decírtelo.
-Y pensaste que lo mejor era hacerme quedar como una ridícula. Una pobre ingenua ilusionada. ¿Por cuánto tiempo ibas a seguir burlandote de mí? -Le reclamó siendo lo más extenso que le hubiese dicho en los recientes días.
-No me burlaba de ti. Tienes que creerme que yo lo estaba pasando fatal.
-No te creo nada. Cómo podría hacerlo si no has hecho otra cosa que mentirme. El noventa por ciento de mi vida es un paripé creado por ti. -Dijo alzando el tono de voz. Ciro no quería caer en los arrebatos de la ira. Se aproximó a ella tentado a menguar su mal carácter.
-Mio caro yo... -Bethany lo abofeteó tan duro que su mano quedó ardiendo. La sangre del italiano empezó a hervir, aun así sonó muy calmado. -Tienes que parar de hacer eso.
-No vuelvas a llamar así. -Lo reprendió muy severa. Emprendió su huida rodeando la isla de granizo.
-Bethany aguarda un segundo. -Pidió Ciro con autoridad. Su esposa no lo obedeció entonces se vio obligado a sujetarla fuertemente de un brazo y detenerla.