Los hermanos Tonali: Atractivos y Peligrosos.

Capitulo 55

Luego de aquel indeseable hallazgo que Bethany encontró en la oficina de Ciro, el italiano decidió cerrar sus puertas negándole el acceso. Para Bethany fue casi una invitación. Le aclaró que allí dentro todavía quedaban secretos que descubrir. Y ella tenía mucho por averiguar.

Como Ciro no se hallaba en casa, la dama de fuego aprovechó para ingresar a la habitación prohibida. Encontró la llave en el primer cajón de la mesita auxiliar en la habitación en la que ahora él dormía.

Su piel se erizó en cuanto entró a la oficina silenciosa y organizada. Anduvo despacio como si estuviera en un templo sagrado. Abrió cajones y archiveros buscando cualquier otra pieza significativa que la ayudara a armar el puzzle.

-¿Qué se te ha perdido? -Escuchó Bethany una voz que la hizo sobresaltarse y dejar caer una carpeta repleta de papeles. Se dio media vuelta encontrándose con Brahim de pie en el umbral de la entrada. Mejor que Ciro.

-No te incumbe. -Le dijo toscamente mientras se agachaba a recoger el tiradero.

-Mi hermano cerró está habitación por una razón, creo que la misma por la que estás infringiendo esa decisión. -Especificó dando despreocupados pasos al interior de la oficina. Sus manos estaban guardadas en los bolsillos de su elegante pantalón de gabardina.

-Ciro ha estado mintiéndome todo este tiempo y tú eres parte del engaño. -Le dijo señalándolo de forma acusadora.

-Los secretos son inherentes al matrimonio. -Resolvió por decir. -Por cierto, quería felicitarte por tu boda. Me sorprendió demasiado que al final de todo sí te casaras.

-Ya te hubiera gustado a ti que no lo hubiese hecho. -Brahim ladeó la cabeza y entorno los ojos.

-¿Por qué lo dices? -La lengua de Bethany vaciló con soltarse y confesarle lo que había oído. Se contuvo por razones que desconocía.

-Me odias. Desde el primer momento que estuve en esta casa lo has hecho, al menos que yo lo recuerde. -Brahim relajó su carácter y empezó a acercarse a ella, despacio. -¿Qué cambió entre nosotros? ¿O acaso nuestro amorío se dio en esta constante fricción?

-No. Por supuesto que no. -La puso de espalda contra el escritorio, asechándola con su cuerpo. -Es solo que descubrí algo de ti que me causó repudio.

-¿Qué encontraste?

Brahim jugueteó con uno de sus mechones rojos y añadió en un tenue tono de voz más seductor:

-Mi hermano descubrió nuestra aventura en esta misma habitación. -Bethany lo empujó recuperando su espacio personal. Brahim rió con picardía.

El motor rugiendo del Mustang retumbó, Ciro estaba llegando.

-¡Mierda! -Maldijo ella moviéndose a guardar y organizar lo poco que había desubicado. No obstante, se adueñó de una carpeta de informes, bastante gorda.

Ambos estaban fuera de la oficina Bethany cerró con llave asegurándose de que nada estuviera fuera de lugar para su desgracia, su fechoría no había terminado en limpio, tenía un testigo.

-¿Puedo confiar con que no le dirás que estuve husmeando en su oficina? -El menor de los hermanos se lo pensó un rato. Al final le dio su palabra con que se mantendría entre ellos dos. Bethany corrió a su habitación no sin antes haber dejado la llave de la oficina de regreso en el cajón del que la sacó.

Se dispuso a escudriñar los papeles de la carpeta que hurtó, leyendo hasta dos veces para no pasarse nada por alto. No demoró demasiado en encontrar algo que activó su sensor de peligro. Se trataban de cheques de más de doce millones de euros cada uno, todos ellos destinados al mismo remitente: Luigui Lamberti. Si se fijaba podía notar que aquellas cifras donadas empezaron durante el lapso en el que ella estaba en el hospital. Buscó el nombre en el navegador. Y le saltó el perfil de un doctor italiano mundialmente reconocido y múltiple veces galardonado. Lo que la inquietó fue que hacía vida laboral en el hospital al que ella fue trasladada. Entonces, recordó que Vitto le había dicho que un colega suyo se había negado a su caso de forma repentina.

Cerró y guardó absolutamente todo y partió en la camioneta hacia el hospital. No dio explicaciones de su partida a Ciro, aun cuando éste se las había pedido.

Llegó a la recepción con ínfulas de grandeza y exigió una cita inmediata con el doctor de apellido Lamberti, si hubieran sido consientes del sin vivir en el que estaba envuelta posiblemente le habrían hecho una excepción, pero como no lo estaban se la negaron lo que exasperó a Bethany y armó un estruendoso escándalo hasta que la seguridad puso fin a su bochorno sacándola a las fuerzas del hospital. Bethany no se marchó, decidió montarse en su camioneta y vigilar la entrada. No se iría con las manos vacías.

La tarde transcurrió en una impacientada quietud que la llenaba de ansiedad. Si hacía ya algunos días atrás se había prometido no obsesionarse y adaptarse a su vida, ahora estaba dispuesta a todo lo opuesto, convencida de que estaba viviendo una historia que no fue escrita para ella. Finalmente, a pocas horas del anochecer, vio el rostro alargado y pálido del hombre que apareció en el buscador que se subió a un deportivo blanco y echó a nadar. Bethany lo siguió manteniendo una distancia considerada de hasta tres autos. Su enorme camioneta no pasaba desapercibido fácilmente por el tráfico ordinario.

Varias cuadradas marcaban la distancia del hospital hasta la casa del doctor. Bethany esperó unos minutos después de que ingresara con su vehículo al garaje de la ostentosa casa para descender de su camioneta y precipitarse a la entrada. Presionó el intercomunicador.

-Residencia de la familia Lamberti. Nombre y motivo de la visita. –Dijo una elocuente voz femenina.

-Es la señora de Tonali, vengo de parte de mi esposo. –Dijo sintiendo repulsión.

Luego de un rato en espera, la rejilla de la entrada se abrió a penas para hacer ver el angustiado rostro del doctor.

-¿Qué quiere? –Fue su saludo carente de cortesía y amabilidad.

-Respuestas. –Fue directo al grano. El hombre lucía tan asustado que en cualquier momento caería infartado. –Quiero saber por qué renunció a mi caso de forma repentina.




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