Bethany arrojaba ropa y otras pertenencias a una valija de mano. Se iría ese mismo día a cualquier parte del mundo, lejos de los atractivos y peligrosos hermanos Tonali.Y lejos del cuento de hadas que se inventaron solo para ella. Ni siquiera sus padres eran reales lo que la hacía preguntarse qué tan profundo llegaba ese mar de mentiras.
Con una valija mal empaquetada y un temor que abrazaba su alma se acercó a la mesita auxiliar pretendiendo buscar su pasaporte, pero no estaba. Buscó en el segundo cajón sacándolo por completo y vaciándolo en el suelo, tampoco lo encontró. Escudriñó cada rincón de la habitación, tumbándolo todo y desordenando todo. Se detuvo un instante en el caos que ella misma había hecho. Su pasaporte debía estar allí.
-Ciro. -Exclamó a la inmensidad del aire. Teniendo una acertada respuesta de qué pasó con su documento.
Sin perder tiempo partió en su camioneta hacia las oficinas del bufete, en el centro de la ciudad, donde Ciro le había dicho que pasaría la mañana encargándose de un caso. Mal aparcó a las afueras del imponente edificio y entró con sus botines de tacón haciendo tiki taka en el mármol del suelo. El silencio era inmaculado, y no se atrevió a mancharlo con su escándalosa voz. Se aproximó hacia la recepcionista lo más que pudo.
-Estoy buscando al abogado Tonali. -Preguntó ella transformando el arrugado rostro de la recepcionista en confusión.
-¿Quién?
-Ciro Tonali. -Repitió Bethany perdiendo seguridad.
-Tiene que estar equivocada, señorita. He trabajado en estás instalaciones por más de 30 años y nunca ha habido en mi nómina un abogado de apellido Tonali. -A Bethany se le llenaron los ojos de lágrimas, y el alma de una ferviente frustración. Su mente estaba ofuscada, no sabía qué pensar.
Salió del edificio sintiéndose una ingenua y se subió a la camioneta con su sangre hirviendo. Se lanzó por la carretera sin importarle nada, a estás alturas de su vida otro accidente de auto sería el menor de sus problemas, solo pedía que, si no moría, al menos recuperara sus recuerdos.
De aquellas irónicas coincidencias que la vida apremia, cuando Bethany llegó a casa, Ciro ya estaba allí. Lo supo luego de ver el mustang estacionado afuera. Se bajó de la camioneta y entró rápido a casa.
-No me había fijado en que no estabas en casa. Creí que estabas encerrada en la habitación como has hecho últimamente. -Dijo Ciro recibiéndola en el saloncito.
-Has robado mi pasaporte. -Acusó inmediatamente Bethany, desintersada en ser cordial.
-Claro que no lo hice. ¿Por qué lo haría?
-No lo estaba preguntando. -Dijo sonando muy hostil y matándolo con la mirada. Ciro sintió el frío de sus ojos atravesando sus venas. -¿Dónde estabas?
-En las oficinas del bufete, echando una mano a la resolución de un caso. Te lo había dicho.
-Mientes. Yo estuve allá y pregunté por ti. Nadie te conoce, no solo eso sino que nunca ha habido un abogado de apellido Tonali. -Recriminó deshecha en ira. Ciro palideció, consciente de que su disfraz se caía a pedazos.
-No sé porqué te dirían eso, tal vez era una broma pesada o quizás sea que no le permiten el acceso a muchas personas, después de todo no es una plaza pública en la que pueda hacerse visita. -Resolvió por decir queriendo sonar lo más natural posible. -Lo mejor es que no vuelvas a pasarte por allá.
Bethany se sintió ahogada, al límite de su cordura. Entonces… explotó.
-Los oí, Ciro. Escuché lo que tú y y tu hermano dijeron el día de nuestra boda, antes de la ceremonia. Lo que pasaría si yo no me hubiera casado y lo que le hicieron a Anne Johnson. -Confesó con voz temblorosa y vacilante valentía.
El corazón del italiano frenó abruptamente su apresurado latido. Y el suelo tembló bajo sus pies, sacudiéndolo. Por fin entendía sus dudas antes de casarse, esa crisis de nervios que la hizo encerrarse en la suite; su evasivo comportamiento y sus cientos de preguntas por Anne. Nunca lo hubiera adivinado.
-No sé de qué estás hablando. -Se hizo el desentendido siendo lo mejor que se le ocurrió.
-Sí lo sabes. -Insistió Bethany con voz quebrantada. De sus ojos salían borbotones de lágrimas. -Tu padre fue un mafioso de una gran y temible reputación que tú has heredado. -Ésto último terminó por romperla.
Ciro quiso acercarse a ella y consolarla, verla hundida en lágrimas le rompía el corazón. Pero no podía hacerlo. Su esposa era como un sagrado tesoro que no podía tocar.
-Mio caro... -Pronunció el italiano, rendido. Ya le había mentido demasiadas veces y en muchas otras le había querido ocultar la realidad, no obstante nada de eso fue efectivo. Bethany no era una ingenua.
-¿Qué? -Habló ente sollozos. -De nuevo me dirás que estoy loca.
-No. No lo estás. -Su voz había perdido fuerza y su corazón estaba comprimido, agónico en la impotencia de no poder hacer nada para detener el llanto de su amada.
-Quiero irme de aquí. –pidió Bethany con la voz sofacada en el llanto.
-Eso no va a suceder. -Dijo apacible. Bethany se llevó las manos a la parte posterior de su cabeza y emanó una pequeña suplica mientras caminaba en circulos por el saloncito. Era la respuesta que temía. Estaba presa por un mafioso. -Vida mía, podemos solucionarlo.
-No, no podemos. La única forma que tenemos de arreglarlo es que yo pretenda que toda esta farsa es cierta y no puedo hacerlo. No puedo cerrar los ojos y fingir estar bien en una vida que no es la mía.
-Tú sabías quién era yo y a lo que me dedico. –dijo entrando en la desesperación. -Cuando te acercaste a mí en ese vestíbulo, lo hacías conociendo mi reputación.
-No te creo. –dijo incrédula. Nunca se hubiera enamorado de un criminal.
-Créetelo porque es así. -Insistió Ciro, está vez no mentía.
-¿Qué me dices de Anne? ¿Por qué la asesinaste? -Ciri bajó la mirada.
-Brahim lo hizo. Yo no tuve nada que ver allí.
-No nieguas que sí está muerta.