Era media noche y Michael yacía recostado bajo un puente en una plaza poco frecuentada de Florencia. En cuanto se enteró del allanamiento a su casa por parte de los hombres de Ciro, tomó un bolso en el que empacó unas cuantas latas de comida y dos cambios de ropa, y se perdió por las calles queriendo esconderse de los hermanos Tonali. Había jugado con fuego, y ahora el fuego estaba quemándolo todo. Debía ser cauteloso para no quedar engullido por las llamas, así que se deshizo de todas sus identificaciones: falsas y verdaderas; también de tarjetas, cheques y de su celular, cualquier dispositivo que pudiera colocarlo en el radar.
El dinero que tenía era suficiente para sobrevivir unas cuantas semanas, pero más tarde que temprano se le acabaría. Debía buscar una pronta solución y esa sería su contratador: James Beghue. En cuanto accediera a su chantaje y pagara los cuarenta y ocho millones de dólares que le estaba pidiendo para entregar la información que recopiló. James era un hombre desesperado por saber de su esposa, así que tenía garantía de que le pagaría lo que fuera necesario, el detalle estaba en cuándo. Ya se estaba demorando más de lo esperado, y los Tonali ya se habían subido a sus caballos y le dieron caza a la zorra.
Al final de una larga noche y un maltratado descanso, el amanecer despuntó. El detective salió de debajo del puente antes de que las autoridades locales hicieran sus acostumbradas inspecciones. Ver a un hombre extranjero sin documentos de identidad o que validaran su estadía en Italia sería razón suficiente para expulsarlo del país. Se aproximó a una panadería y compró dos magdalenas y un café, que comió con calma; asegurándose de disfrutar cada mordida y cada sorbo mientras veía la vida de Florencia pasar sin prisas. Podría ser su último desayuno.
Luego de terminar, pidió un taxi que lo llevó hasta la plaza principal. Michael se colocó un abrigo largo y un gorro, quiénes lo veían ratificaban que era un loco, pues Italia estaba quemándose a una temperatura de cuarenta y dos grados centígrados, un abrigo tan pesado mataría a cualquiera en ese momento. Sin embargo, para el detective era empírico proteger su identidad.
Caminó hasta cubrir su humanidad detrás del tronco más viejo de un árbol donde esperó por horas hasta que finalmente vio a Bethany llegar y sentarse en una de las bancas. Sacó su cámara y la plasmó en varias fotografías, estando solo sentada allí mirando a sus alrededores. Bethany se había comunicado con él hacía algunos días atrás pidiéndole con urgencia una cita que acordaron en ese día a esa hora para "charlar." La realidad era que la mujer estaba tremendamente preocupada por su bienestar, e intentaría persuadirlo para que tomara las medidas necesarias y se protegiera de su atroz esposo, sin decir que estaba en la mira de un mafioso.
Miró su celular móvil, había sucedido cerca de una hora y media sin que Derek se apareciera. Entró a su correo electrónico y buscó el chat de Derek esperando ver un mensaje, pero no había nada. Redactó un escrito en el que le preguntaba dónde estaba y lo envió. Más tardó ella en volver a guardar su celular a que le llegara una notificación de correo advirtiendo que el destinatario no existía.
-Oh no, Dios. -Exclamó al aire, levantándose de un salto. En su mente pasaban un sin fin de escenarios catastróficos. Quizás Ciro ya había dado con su paradero y justo en ese momento lo tenía sometido a una cruel tortura, exigiéndole cosas que Derek no podía decirle, porque no la conocía.
Ojeó a todos sus lados sintiéndose inútil. No tenía forma de salvarle la vida a ese hombre. Ni siquiera podía suponer en qué lugar Ciro hacía sus "sacrificios" El único lugar que conocía era las empresas a las que su cuñado la llevó la otra vez, las mismas que estaban a cientos de kilómetros de su ubicación.
-¿A quién esperas? -Escuchó una voz de tono grave que la asustó. Exclamó un pequeño gritó y se giró, era Brahim.
-¿Qué rayos estás haciendo aquí? -Le preguntó tosca. Estaba enfadada por el susto.
-Mi hermano me pidió que te vigilara. Me dijo que estabas actuando de forma intrigante. Dime ¿Acaso nuestros románticos encuentros ya están empezando a perturbarte?
-Deja de decir tantas estupideces y mejor cuéntame en dónde está Ciro.
-En las fábricas, asegurándose de que el producto no sea defectuoso. Pronto saldrá un nuevo envío. -Le informó dándole alivio.
El odio que Bethany sentía era inconmensurable. Brahim hablaba de sus productos como si fueran paquetes de azúcar morena, cuando en realidad eran kilos y kilos de veneno.
-Realmente debí estar loca si decidí acercarme a ustedes. -Dijo Bethany de mala gana.
-No lo sabes bien. -Repuso Brahim a quien le parecía simpática y un poco divertida su actitud.
No cualquiera se acercaría a un par de mafiosos, pero las razones que conllevaron a Bethany fueron poderosas. La avaricia la había empujado a las manos de Ciro Tonali.
-Vámonos. ¿O acaso estás esperando a alguien? -Insinuó Brahim con malicia. Bethany echó un último vistazo ansiando ver a Derek, no fue así. Se decepcionó, ya no sabía si volvería a verlo. Solo rezaba porque estuviera sano y salvo, a miles de kilómetros de Italia.
-No. Vine a despejar la mente del infierno en el que vivo. -Dijo ella. Brahim extendió una sonrisa dibujada por la picardía.
-Eso no lo dirás por mí. Te prometo que me aseguro de que en cada encuentro llegues al paraíso. -Murmuró seductor, aunque sus ínfulas de Romeo, en ella no surgieron ningún efecto. Todo lo contrario, Bethany rodó los ojos y no perdió oportunidad de resaltar lo patético que era.
-Si yo quisiera, Ciro también me llevaría al paraíso, incluso más lejos. -Contraatacó golpeándolo dónde más le dolía: el orgullo. Las fisuras del hombre se endurecieron al instante.
-¿Y por qué no lo haces con él entonces? -Dijo siendo incapaz de no sonar ofendido.
-Ciro fue el que me metió en este entreteje de mentiras, además él está enamorado de mí. No puedo esperar que nos acostemos sin que él se haga ilusión de que es más que sexo.