Luego de salir de la casa de Michael, Ciro, con el disgusto haciendo que su sangre hirviera, se disponía a llegar a su casa, sin embargo, no estaba listo para encarar a su esposa. ¿Qué le diría? ¿Cómo reaccionaría? Ésta ultima interrogante era lo que más lo asustaba. Nunca había reaccionado de forma violenta con ella, ni siquiera la primera vez de su infidelidad, pero no estaba seguro de que podía sobrellevarlo igual de bien ahora. Esta vez sentía que su alma estaba siendo estrujada y todo lo deseaba era destruir algo con sus puños, hasta verlos sangrantes y descarnados, y que su ira fluyera al exterior a través de sus heridas, tenían que ser enormes aberturas.
Se detuvo en un pole dance sin tener absoluta conciencia de lo que hacía. Por su mente solo pasaba la venganza, como no podía ser otra cosa considerando a qué se dedicaba. Se sentó en una de las mesas a observar a las mujeres vestidas con lencería bailar en el tubo. Pidió una botella de ron que pretendía beberse él sólo, tal vez para ahogar ese dolor que comprimía su alma.
Tres tragos después una de las bailarinas se acercó a Ciro, insinuante. El despecho actuó más rápido que el ron, y casi sin desearlo pagó un privado al que se fueron los dos. Empezaron besándose intensamente, luego las manos de ella descendieron por el torso de Ciro acariciando la zona inferior al cinturón del pantalón. El italiano pensó que lo había conseguido, así que la tiró sobre la cama exponiendo bajo una sosa luz artificial el voluptuoso cuerpo de la desconocida, procedió quitándose su camisa para abalanzarse sobre ella y besarla de nuevo. Desajustó su cinturón, desabotonó el broche y bajó la cremallera, y cuando estuvo a punto de quitarse los pantalones, abrió los ojos siendo abofeteado por una desagradable realidad: la mujer con la que pretendía intimar, no era la mujer de su vida. Enseguida sintió que la argolla en su dedo se cerraba paulatinamente, apretando su dedo, como si estuviera gritando su presencia.
-Lasci perdere. Questo è stupido. –Profirió Ciro levantándose de la cama. La mujer se le quedó viendo decepcionada, los dioses griegos no solían frecuentar aquellos bares destinados principalmente para hombres gordos, calvos y viejos que no consiguen placer de otro modo que pagando, esperaba un gran espectáculo.
Ciro salió del pole dance notándose peor que como llegó. Que su esposa le hubiera sido infiel era doloroso, pero que él quisiera serle infiel a ella era mortificante, no quería cargar con ninguna culpa. Condujo, esta vez teniendo claro la dirección a la que iba: su casa. Podía pagar un hotel y pasar la noche, pero qué sentido tendría, más tarde que temprano tendría que regresar a su casa. ¿Para qué prolongar lo inevitable?
El camino le pareció más largo de lo habitual, y más oscuro que nunca. Era como si estuviera ingresando a un pasaje secreto. De pronto pisó el acelerador a fondo y el Mustang anduvo tan rápido que apenas era perceptible y su motor hacía el ruido de un zumbido. Su mirada era oscura, llena de ira y mucho oído, mientras que su retorcida imaginación creaba escenas en las que Bethany y Brahim se revolcaban. Apretaba con fuerza el volante, y hundía más profundo el acelerador.
Llegó a casa a tanta velocidad que estuvo cerca de atropellar a uno de sus perros. Dejó el auto a mitad del porche, estropeando flores y el césped y entró a la mansión azotando la puerta. Asustando a Bethany quien, como burla de las casualidades, estaba en medio de la estancia principal, descalza y en su pijama de seda.
El tiempo se congeló en ese instante, con sus miradas cruzándose. La de él cargada de un irascible sentimiento que Bethany reconoció de inmediato. Era la primera vez que aquel hombre la veía con ojos diferentes a los del amor.
-¿Qué te pasa? –Masculló rompiendo el encantamiento. Entonces, Ciro se precipitó vertiginosamente hacia ella con los puños cerrados y la mandíbula apretada.
-¿Ciro? –Pronunció ella sin detener a su esposo que parecía determinado a agredirla.
-¡Ciro! –Vociferó una vez más, en vano.
Cuando notó a su esposo lo suficientemente cerca, cerró los ojos esperando sentir un fuerte impacto en su rostro. Sin embargo, cuando abrió nuevamente sus ojos se vio rodeada entre sus inmensos brazos mientras lo escuchaba llorar sobre su hombro. Liberó un suspiro de alivio.
-¿Cómo puedes creer que sería capaz de lastimarte? –Sollozó. Bethany respondió abrazándolo también.
-¿Qué sucede, Ciro? –Preguntó por segunda vez. No era normal ver a un hombre de talante austero tan frágil; tan deshecho. Su esposo estrechó con más fuerza sus brazos, robándolo un gimoteo a la mujer que se sentía comprimida. Ese fuerte abrazo era su ira escapando en forma no violenta.
-No hablemos de eso, por favor. Solo disfrutes de esto. –Pidió con la voz rota. Bethany no quiso insistir, no obstante se hacía inevitable no suponer qué lo tenía nostálgico.
Creyó que había tenido una pérdida en su negocio, luego recordó que era un multimillonario mafioso, perder dinero no afectaría su estilo de vida. Se inclinó por la sospecha de que la policía había dado con ellos y estaban con un pie en prisión, pero de ser así, seguro estuviera a cientos de kilómetros lejos de casa y no llorando en su estancia que sería el primer lugar donde lo buscarían. Fue a más allá y tanteó la tragedia: se figuró que Brahim había padecido un accidente, de auto quizás, aunque esta teoría tampoco tenía sentido porque Ciro estuviera en el hospital, le habría avisado por una llamada.
Y entonces algo en su cerebro hizo clic, dándole la respuesta clara de lo que tenía abatido a su esposo. Sintió vergüenza y culpa.
-¿Cómo te has enterado? –Preguntó con mucho cuidado. Ahora que entendía la razón de su ira, se preguntaba cómo rayos no estaba en el interior de una ambulancia, camino al hospital.
Ciro se soltó de su cintura y llevó sus manos a su rostro, quitando los cabellos rojos que se interponía a su belleza. Pegó su frente a la de ella con sus narices rozándose. Bethany logró ver en sus ojos ese cúmulo de dolor, inevitablemente, el peso de la culpa cayó en su alma.