La carta.
El sobre sellado que Anne le había entregado al joven chófer viajaba en la guantera del camión junto a una caja de cigarrillos y otra de cerillas, siendo vigilada por Álvaro quien eventualmente abría la guantera solo para asegurarse de que la carta viajaba con él, aunque no tenía forma de perderla, aún no la sacaba de allí. Iba atravesando la galante ciudad milanesa pasado ya la mitad del día, y todavía tenía mucho recorrido por andar. Pero Álvaro no se quejaba de su trabajo, era recompensado con diez mil euros solo por conducir un camión de carga dos o tres veces al mes. Tampoco era tonto, sabía qué transportaba en cada viaje, por qué era el trabajo de chófer mejor recompensado de los otros en los que había trabajado, pero para él el riesgo valía la pena (lo creía ingenuamente porque nunca había sido aprisionado por las autoridades) Bien intuía la carta que su suerte pronto se revertiría.
Transcurrida una hora y un poco más, las ruedas del camión rodaban por la carretera de Turín. Las calles principales estaban inundadas de una marea de personas, aficionados del fútbol que veían al equipo local disputar la final de la copa de Italia. Álvaro pretendió detenerse en uno de estos bares y regodearse del ambiente fiestero esparcido por toda la ciudad, pero la carga debía llegar a Estados Unidos a un hora precisa, a penas tenía tiempo para descansar, no tendría horas para desperdiciar, entonces se limitó a avanzar lento presionando el clapson sabiendo que no tendría efecto en la multitud.
Abrió la guantera y vio, por enésima vez, la carta, puesta allí en la misma posición en que él la había dejado. No saber qué significaba o cuál era su contenido no le generaba curiosidad, en su trabajo la curiosidad era castigada. Suponía que se trataba de una especie de soborno para los policías y eso le daba más tranquilidad de la que tenía. Sacó un cigarrillo y la caja de cerillas que volvió a meter después de encender el pequeño rollo de nicotina. Salió de Turín antes del anochecer, un buen tiempo a pesar de las demoras, y anduvo la periferia que conectaba a Ginebra.
En una carretera libre y poco frecuentada, Álvaro se sentía un conductor de fórmula 1, pisando el acelerador a fondo y frenando cuando ya estaba sobre la curva. Los saltos y vuelcos que daba el camión, lejos de asustarlo, le causaba risa, esa estúpida risa que ataca a algunos cuando se ven en peligro. Esquivaba los autos en el último momento o los sorprendía cambiando abruptamente a su carril solo para regresar a su lado de inmediato. Álvaro era un idiota en la carretera. Su diversión se acabó cuando escuchó las sirenas de una patrulla detrás de su camión.
-Maldición. -dijo mientras regulaba la velocidad hasta quedarse estacionado. Colocó todos los papeles y permisos al alcance rápido de su mano y aguardó quieto. No estaba asustado.
-Descienda del vehículo. -ordenó un oficial de policía con un atropellado acento sueco. Estaba cerca de Ginebra. Álvaro cooperó y bajó del camión despacio y con las manos en alto.
-Mis disculpas oficial, sé que mi conducta tras el volante no es la mejor, pero me dejo llevar por la adrenalina. -los policías intercambiaron miradas acordando que era la excusa más absurda que nunca antes oyeron.
Prosiguió explicando que trabaja para una empresa de fabricación y mostró informes que lo apoyaban, todo preparado por los hermanos Tonali. Uno de los oficiales leyó minuciosamente cada folio, mientras que el otro echaba un vistazo al interior del vehículo escudriñando cada rincón, luego se dirigió a la parte trasera del camión, llena de cajas con fórmula para bebés. No tenían la autoridad suficiente para abrir uno de los paquetes y revisar su contenido así que lo dejaron seguir con una advertencia que Álvaro obviamente ignoraría. El joven chófer subió al camión y lo primero que hizo fue verificar que la carta estaba todavía sellada, a veces los oficiales llegaban a ser muy curiosos. Se tranquilizó cuando, en efecto, seguía sellada.
Llegó a Suiza a eso de las veintiún horas. El control fronterizo se había duplicado desde la última vez que Álvaro cruzó, aún así estaba calmado. "El que nada debe, nada teme" se repetía una y otra vez, y aunque no era el indicado para rezar ese mantra, sabía que una actitud alterada e inquieta sería la primera sospecha que los iba a advertir. Cuando llegó su turno de someterse al control fronterizo, estaba quieto, incluso sonriente ante aquellos hombres y mujeres que mantenían constantemente un ceño fruncido. Lo hicieron bajar y desnudarse hasta quedar en ropa interior, revisaron cada cosa en el camión, también por debajo de los asientos y la guantera.
-¿Qué es esto? -preguntó una mujer alta, pálida y rubia, daba la impresión de que había pertenecido al ejército alemán en el año 1922, nadie se le enfrentaría. Mostraba en alto la carta sellada.
-Es una carta. -no se le había ocurrido nada. Las piernas le temblaron cuando la gigantesca rubia se le acercaba con paso amenazador.
-¿Y qué hay en ella? -Álvaro se aclaró la garganta, agarrándose al borde de su confianza.
-Una declaración de renta. -los oficiales (cinco en total) intercambiaron miradas de incredulidad ¿Por qué alguien trasladaría una declaración de renta desde Italia? Álvaro, notándose en serios aprietos, continuó y dijo: -Si quieren pueden llevársela, pero no embarguen la mercancía. -Inteligentemente desvío la atención de la autoridad quienes habían dejado a un lado el asunto de la carta.
Dos oficiales se mantuvieron junto al chófer para prevenir un intento de fuga, mientras que los otros tres, incluyendo la rubia con apariencia alemana, se dirigieron a la parte posterior del camión. Los cargamentos de lo que presuntamente era fórmula para bebés no excedían la cantidad establecida por la ley por lo que a primera vista no parecía haber nada extraño, pero los oficiales no habían sido entrenados para confiarse de su intuición, debían estar seguros. Uno de estos hombres se subió al camión, sacó una filosa navaja y abrió una de las cajas de la que extrajo un bote de fórmula. Desconocer la etiqueta de marca era insuficiente para formalizar un arresto. El oficial abrió la tapa y sometió el producto a una prueba de alcaloide.