El doctor Lamberti era un cirujano general, uno de los mejores de Italia, sabía poco, casi nada de embarazos, sin embargo, cuando Brahim le informó que sería el responsable de atender el embarazo de Anne, éste se puso manos a la obra y se educó cuanto pudo acerca del tema, consultando libros, tésis y pidiendo el consejo de varios colegas especializados en el área. Asimismo tuvo que improvisar una sala de consulta en una de las habitaciones de su propia casa.
-Todo parece en orden, señor, el feto no presenta anomalías y la madre tampoco. -informó Lamberti, temeroso a caer en detalles específicos que pudieran delatar su precaria formación. Brahim estaba cómodamente sentado en un sillón de cuero puesto exclusivamente para su necesidad. Se levantó y se acercó a la camilla donde Anne reposaba, a centímetros del aparato de ultrasonidos.
-¿Puede determinar el sexo? -preguntó insipiente.
-Aún es pronto, señor.
-Es un niño. -dijo Anne viendo la pantalla apagada. No sonaba vacilante sino con una irrefutable seguridad. Ambos la miraron.
-¿Cómo estás tan segura? –preguntó Brahim.
-Porque está dentro de mí, y siento que es un niño. -respondió sin parecer un desvarío. Brahim se proclamaba ignorante acerca del asunto. De mujeres no sabía nada, menos de mujeres embarazadas. No sabía cuán fuerte podía ser el instinto maternal, o qué era cierto y que era ficticio, de cualquier forma no tenía caso reconocer la diferencia, no la debatiría. Llegado el momento, el doctor la sacaría del error o no.
Lamberti le recetó algunas medicinas, propias para las mujeres en estado de gestación y le citó una serie de consejos como la importancia de descansar y evitar situaciones de estrés, debía priorizar la calma. Brahim se comprometió a cumplir con lo citado y en seguida encontró los medicamentos.
Se dirigían a la mansión, a bordo del Roll Royce. La palabrería del locutor de la emisora ponía histérico a Brahim, decidió poner fin a su calvario y apagó la radio, aunque el silencio en el interior del vehículo no era mucho mejor. No quería sentir todo aquello como si fuera un castigo impuesto por él hacia ella, no tratándose de ella. Anne Johnson era una especie de conquista. Y por alguna razón que no quería aceptar, deseaba hacerla feliz.
-¿Has pensado en algún nombre que quisieras ponerle? -dijo pretendiendo estar desinteresado. Anne giró la cabeza para ver su magullado rostro, vendado, hinchado y con un par de hematomas. Era la firma de Ciro Tonali.
-No he pensado en eso. -dijo breve, con genuino desinterés. Volvió su vista hacia la ventanilla. -¿Tú sabes que yo ya tengo una hija?
-Sí, pero no importa.
-Importa, esa niña será la hermana de tu hijo. -Brahim intercambiaba su atención entre la carretera y su copiloto intentando descifrar cuál era la intención de Anne, en verdad que no le importaba nada en lo absoluto aquella primogénita.
-No importa porque no se conocerán. -no quiso sonar suave, deseó ser cruel. A Anne no la inmutó, volvió a verlo.
-¿Qué pasará comigo después de que nazca? -se miraban con fijeza, mientras que el tráfico los retenía.
-En cuanto mi hijo deje de depender de ti, todo lo que ocurra contigo será decisión de mi hermano. Volverás a pertenecerle a él.
-¿Lo dices en serio? ¿No pretenderás hacerme daño nuevamente, una vez que deje de ser útil para ti? -vociferó desafiante. Brahim avanzó en medio de los otros autos.
-Ya le causado mucho dolor a Ciro, arrancarle para siempre a la mujer que ama estaría demás.
No volvieron a cruzar palabras. A Anne no le preocupaba el embarazo, ni Brahim, tampoco le preocupaba qué desearía hacer Ciro después del parto, estaba segura de que no pasaría mucho más tiempo con ellos. Todavía faltaban un par de días para que Álvaro llegara a Estados Unidos y entregara su carta a los policías. Aun había esperanza.
Brahim hizo sonar estrepitosamente la bocina del Roll Royce ante la ineficacia de los guardias en abrir el portón para que pudiera acceder a la mansión.
-Lo siento, señor, pero el señor Ciro nos ha dado una órden clara de no permitirle el paso.
-¡Qué! -estaba incrédulo. -Debe ser una estúpida broma. ¡Abre este maldito portón de inmediato!
-Lo siento, pero obedezco al señor Ciro. -dijo uno de los guardias. Brahim, hecho una furia, se quitó el cinturón de seguridad y amagó con bajarse del vehículo, pero Anne lo frenó.
-Ya le has causado mucho dolor a Ciro, tú mismo lo dijiste. -le dijo llamándolo a la serenidad. -No puedes esperar que él siga dándote la bienvenida a su casa después de que lo hayas humillado como hasta ahora has hecho.
-Soy su hermano tendrá que buscar la manera de lidiar con esto.
-Llevará tiempo. ¿Qué harás? ¿Entrarás ahora y le dirás lo bien que nos fue con el obstreta? ¿Le mostrarás las ecografías? -dijo ella pasiva. Brahim entendió lo absurdo que se vería. -El doctor dijo que no podía estar bajo estrés, lo último que necesitamos el bebé y yo es una discusión entre ustedes dos.
-Bien. -terminó por rendirse, solo por cumplir con las indicaciones de Lamberti.
Anne tomó la bolsa con los medicamentos y se bajó del auto. Entró a la propiedad por la puerta de peatones, a un costado del inmenso portón. Saludó a los perros como era su costumbre y siguió hacia la casa.
Vio a Ciro sentado en una silla plegable en el exterior trasero de la mansión, frente a la piscina. Detuvo el agite de una empleada que se cruzaba en su camino y le pidió que por favor subiera la bolsa de los medicamentos a su habitación. Luego siguió hasta el exterior. Abrió la puerta de cristal y caminó hasta quedar a espaldas de Ciro. Carraspeó para llamar su atención, pero al italiano poco le importaba. Tenía sus ojos rojos e hinchados por tanto llorar, y su perfume estaba ahogado bajo el edor del tequila, tenía una botella en sus manos. Anne, insegura, se sentó junto a él en otra silla plegable.
-¿Recuerdas aquellas cenas de reconciliación de las que alguna vez hablamos? -preguntó Ciro, sin tener el valor de mirarla.