Los hermanos Tonali: Atractivos y Peligrosos.

Capitulo 100

Una segunda ecografía reveló un sano desarrollo del feto, en armonía con la madre quien había seguido al pie de la letra las indicaciones del doctor Lamberti. El embarazo ya empezaba a ser un reflejo exterior, su plano abdomen iba creciendo formando una pequeña, aunque notoria barriga.

Salieron del consultorio (dicho mejor, la casa de Lamberti). Anne llevaba una inconcebible sensación. Un segundo vistazo a su hijo la dejó extrañamente conmovida. No sabría decir si fue así la primera vez, con su primogénita o si era una nueva sensación, como fuere no estaba bien, la situación en la que estaba encrucijada no le permitía pensar en ositos dormilones ni en paletas de colores. Por mucho que le doliera, el destino de ese niño seguía en duda.

-Oye Anne… -dijo repentinamente Brahim quedándose un par de pasos atrás, ella ya había abierto la puerta del Roll Royce -Siento que te debo una disculpa por todo lo que te he dicho y por lo que te he hecho pasar.

-Te refieres por lo que dijiste el día de mi boda, o a la vez que atentaste en contra de mi vida, pero ¿la primera o la segunda vez?

-Por todo ¿sí? Todo lo que ha sucedido antes y después de tu accidente. –aclaró Brahim sintiéndose mal por su oscura manera de reprocharle. Anne cerró la puerta del auto.

-¿Por qué ahora? –se cruzó de brazos, cansada de sus abruptos cambios de personalidad. Nunca estaba segura de con cuál versión de Brahim estaba tratando.

Brahim abrió la boca amenazando a decir algo, pero se arrepintió casi de inmediato. Como el hombre de la mafia que era se había involucrado en inimaginables peligros, el que siguiera con vida era un auténtico milagro o bien la más portentosa hazaña de Lucifer. Era malvado, cruel y ególatra, pero nada de esto superaba la magnitud de su orgullo. Era exageradamente orgulloso, razón por la cual se quedaba paralizado cada vez que se enfrenta a Anne, las palabras se acumulaban en su garganta dejándolo mudo. Pero nunca fue un hombre de palabras, no era un poeta ni mucho menos, era un hombre de acción, tomaba la espada antes que la pluma en una batalla.

Dándose ánimos, se lanzó hacia Anne intencionado a robarle un beso, no obstante, con las ganas se quedaría cuando ella, precavida de sus deseos, dio marcha atrás y lo frenó del pecho.

-¿Qué crees que haces? –preguntó Anne alcanzando recuperar un poco de distancia entre ella y el otro. Brahim suspiró por su intento malogrado.

-¿Acaso no he sido lo suficientemente obvio? Me enmaoré de ti. – confesó con brusquedad. La sopresa de Anne no había sido grande, lo había intuido, en realidad las señales habían sido muy claras. Lo que no se esperaba era que Brahin hiciese su orgullo a un lado para confesárselo.

-Tu hermano también está enamorado de mí.

-No, por supuesto que no. –debatió rápidamente, enfadado de comparación, para él absurda. –Ciro se enamoró de Bethany Carter, yo en cambio me enamoré de Anne Johnson.

-Pero yo no me enamoré de ninguno de los dos, ni de Ciro Tonali ni de Brahim. –fue su cruda respuesta. El rostro de Brahim perdió ímpetu. Por primera vez en mucho tiempo estaba en descubierto, con la guardia abajo. –Y lo mejor que puedes hacer es aceptar que entre nosotros no pasará nada más de lo que ya pasó. De lo contrario los siguientes nueve meses serán atormentadores para ti.

-Nueve meses ¿es todo lo que tendré de ti? –preguntó Brahim en un desolador tono de voz, como si fuera una despedida.

-Nueve meses y un bebé, es demasiado lo que tendrás de mí. –respondió Anne sin reparo. Era difícil creer que tenía el poder para romper el corazón de un hombre tan descabellado y sin escrúpulos como Brahim. Pero sí lo tenía, estaba creciendo dentro de ella.

Se subió al auto, en el asiento del copiloto. La ventanilla estaba abajo. Vio a Brahim de pie en el mismo lugar, mirándola con una suave mirada como si esperara que cambiara de parecer. Pero Anne no estaba ni cerca de considerarlo.

-Vámonos. Tengo una cita con Ciro. –dijo Anne hundiendo más profundo la daga en el corazón de Brahim. Su hermano siempre estaba un paso por delante de él, incluso en los pensamientos de la mujer que amaba.

El acceso de Brahim a la mansión seguía restringido, como la vez anterior, tuvo que dejar a Anne a las afuera de portón y ella entró por propio pie. Recorría el porche con la mirada agachada, viendo el césped verde que pasaba por debajo de sus pies. La noche anterior Ciro había enviado a una de las empleadas a su habitación para que le hiciera saber que tendrían una cena inmediatamente el día siguiente. Anne no estaba en posición para rechazar ninguna invitación de Ciro, a pesar del mal presentimiento. Ingresó a la mansión notándolo todo exactamente igual. Espera ver velas que sometieran la casa a una atmósfera tenue, ayudada de una melodía suave, mientras que de la cocina emanaba un dulce aroma que abriera el apetito. En su lugar, no encontró nada remotamente especial.

Los mocasines de Ciro resonando sobre el mármol de las escaleras advirtieron a Anne de la presencia de su esposo, que se asomaba en la primera estancia vistiendo un traje de pashima negro a juego con sus zapatos y con el resto en relidad, no había ninguna muestra de color en su ropa. Quizás había decidido vestirse del color de su alma.

-¿No habías dicho que teníamos una cita? –preguntó Anne deseando no mirar con exceso de curiosidad su deprimente traje negro.

-Pero no esperabas que fuera aquí. –habló Ciro. Todavía quedaba en su voz vestigios de un punzante dolor. Y su mirada continuaba siendo inexpresiva, seguía muerta. No era el mismo Ciro que se presentó en el hospital, tampoco era el Ciro que supo perdonarla después de descubrir su infidelidad. Quizás ya empezaba verla como la villana de su historia.

Una infidelidad es algo fácil de ignorar. En las cenas familiares era un tema intratable que pasaba desapercibido como una pesadilla que termina al despertar y que dura solo un poco hasta que la mente se deshaga de ese perturbador recuerdo para siempre. Pero, esta vez no sería tan fácil de ignorar, porque el recuerdo se volvería tangible. Transmutaría en una peuqeña persona de carne y hueso tan real como él mismo. Convirtiéndose en el recuerdo eterno de su traición. Ciro no la odiaba, pero no podía perdonarla, al menos no tan fácil como antes lo hubiera hecho.




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