Los hermanos Tonali: Atractivos y Peligrosos.

Capitulo 101

Partieron de la mansión a bordo del ya conocido Mustang con destino a Florencia. La ciudad era invadida por las luces artificiales de carteles publicitarios, farolas y comercios robándole el protagonismo a la luna que brillaba en su máximo esplendor. Anne la veía a través del cristal de la ventanilla, siguiéndola como si buscara protegerla del hombre que iba manejando a su lado. Ciro no había pronunciado una sola palabra desde que salieron de la mansión. Ni siquiera cuando la vio de regreso luciendo el vestido que él mismo había escogido para ella. Solo se había asegurado de que llevara puesto el anillo de boda en el dedo correcto.

-¿A dónde vamos? –preguntó Anne asfixiándose en el silencio. Fue ignorada. Ciro hizo caso omiso a su pregunta, como si no hubiera dicho nada.

El recorrido se había hecho largo para, quizás había sido la distancia de un punto al otro o había sido el silencio. Pero finalmente llegaron. El restaurante era conocido para Anne, ya había estado allí. Fue el mismo lugar al que Ciro la llevó luego de haber salido del hospital cuando todo era confuso y parecía real.

El italiano le dejó las llaves al valet y esperó a que Anne bajara del auto para continuar al interior del establecimiento. Había tirado de sus hilos para pedir la misma mesa que tuvieron aquella primera vez, además de solicitar un servicio exclusivo, tan exclusivo que tenían el resaturante para ellos dos únicamente. Los camareros entraron en escena para servir sus platos, el menú ya había sido escogido por Ciro antes de llegar por lo que no hubo demora leyendo la carta. El servicio desapareció tan rápido como se había anticipado para atenderlos. En la inmensidad del lugar no había nada que desviara la atención de Anne en la cena.

La comida no fue más reconfortante que el paseo en auto. El único ruido que se producía entre ambos era el de los cubiertos golpeando contra la porcelana de los platos o los sorbos cada vez que bebían de sus copas. El silencio era una forma no violenta de castigarla. Los suspiros de Anne se hacían más frecuentes a medida que su ansiedad crecía. Su corazón latía tan deprisa que podía sentirlo dentro de su pecho pidiendo ayuda, pidiendo ser libre. Le desesperaba la tranquilidad de un hombre que claramente estaba turbado.

-¡Di algo! Por Dios. –gritó Anne alcanzando el borde su su impaciencia. Ciro levantó su mirada del plato hacia ella. –Sermonéame si quieres o insúltame si lo necesitas, pero di algo. Ya no soporto este silencio. –Ciro se echó hacia atrás en su silla con la mirada entre cerrada, sus ojos ardían por la lágrimas derramadas los últimos días.

-¿Qué esperas que diga? –habló finalmente arrancando un peso del alma de Anne. –No soy bueno con los sermones. ¿Insultarte? Jamás lo haría. En realidad no tengo nada qué decir. Esperaría una disculpa de tu parte, pero qué tan sincera puede ser si en el fondo del conflicto yo soy el único culpable de esta situación. Te amé con locura y no fui capaz de establecer un límite, y ahora, aunque quisiera dejarte no puedo hacerlo, porque sabes demasiado de mí y de mi trabajo.

-En realidad no se mucho. –dijo sumisa. Ciro asintió con la cabeza en lo que terminaba de beber su vino.

-Créeme, sabes demasiado. Solo que no lo recuerdas. Que regreses a tu vida podría liberar eso que el accidente bloqueó de tu mente. Entonces mi hermano y yo estaríamos en serios apuros. Así que… -el tono de llamadas lo interrumpió. Ciro sacó su celular del bolsillo interno de su saco. Colgó y lo dejó sobre la mesa. –Así que, desde mi perspectiva, no tenemos otra solución más que intentar que este matrimonio funcione. Haré mi mayor esfuerzo para que seas… -Otra vez el timbre de llamadas anticipándose a él. Ciro refunfuñó y volvió a colgar.

-Deberías responder quizás sea importante. –dijo al tiempo que entraba una nueva llamada.

-Lo dudo. Pero si tú quieres, adelante. –le dijo pasándole el celular de mala manera. El nombre “Brahim” resaltaba ante los ojos avellana de la mujer. –Vamos, házlo. Tal vez solo quiera asegurarse de que no me cargué a su hijo con una dosis de misoprostol. –insistió Ciro en un tono hostil. Anne repudió lo cruel de su comentario y respondió la llamada.

-Aló. –fue todo lo que dijo. Hubo un largo silencio al otro lado de línea.

-Anne. ¿Dónde está Ciro? –dijo Brahim desconcertado. No esperaba que fuera ella quien respondiera la llamada.

-Está aquí conmigo. ¿Quieres que te lo…?

-No quiero hablar con él. –dijo Ciro agravando su voz. La miraba con el entrecejo hundido.

-¿Qué necesitas Brahim? Estamos ocupados. –aceleró Anne la conversación. Ya había conseguido suavizar su hostil mirada, no deseaba regresar a Ciro a su estado de enajenación.

-Hazle saber que el cargamento que enviamos a Estados Unidos llegó con éxito. –dijo Brahim dándole una alegría inmensa a Anne que tuvo que fruncir sus labios para resistirse a alargar una sonrisa. –Y dile que se comunique conmigo cuanto antes.

-De acuerdo. –dijo Anne antes de colgar la llamada. Le regresó el celular mientras le pasaba el mensaje. Ciro tomó el celular y lo desactivó para luego guardarlo en el bolsillo interno de su saco. No permitiría más distracciones.

-¿Qué sucedería si nuestro matrimonio no funciona? –preguntó Anne rescatando la conversación previamente interrumpida.

Ciro volvió a guardar silencio, no para castigarla sino que se permitió un minuto de reflexión. Tomó la mano de su esposa, en la que figuraba el anillo. Ese desabrido accesorio era todo lo que los unía y un pásivo amor que no moría definitivamente.

-Si el matrimonio no funciona entonces tendríamos que correr, huir el uno del otro porque tú y yo estamos destinados a hacernos daño. –dijo apretándole suavemente la mano.

-¿Y estarías dispuesto a hacer que esto funcione? ¿Aun con mi embarazo? –comentó cautelosa, en verdad no tenía intenciones de provocarlo. Ciro se forzó a extender una amarga sonrisa, y despacio soltó su mano.




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