Cerca de las nueve de la noche Michael, esposado y custodiado como si se tratara de un alto líder de algún carter sudamericano, regresaba a su país oriundo, Estados Unidos. La brisa otoñal que soplaba arrastrando con ella el olor a hot dog, hamburguesas y tacos, el acento inglés resonando en cada esquina y sus delirantes personas que caminaban en las calles hablándole a la nada, le daban la bienvenida a una tierra a la que nunca pensó regresar.
En un convoy de S.W.A.T fue trasladado desde el helipuerto hasta la sede central de operaciones. Una vez allí, oficiales de rango inferior lo procesaron, le ofrecieron un abrigo más cómodo y le dieron de comer. Michael no se mostró renuente a ningún trato, y cuando tuvo que ser copertivo, lo fue. Sin embargo, no ignoró la omisión de la lectura de sus derechos. No se equivocaba al suponer que no se trataba de un pequeño descuido. Los federales se pasaban la legislación por las suelas de los zapatos. Llamaban ley solo a lo que les convenía.
Lo arrojaron a una especie de jaula de tamaño humano oculta en un sótano húmedo y de precaria luz eléctrica. Aguardó allí dentro, paciente, era un sujeto de mucho interés, no estaría solo por mucho tiempo. Y en efecto, casi al tiempo que termino de escribir esto, el agente Maddox bajó a su encuentro. Pemaneció por fuera de la improvisada celda, imponiendo su autoridad.
-Señor Upton, soy el Agente Peter Maddox. Tengo entendido que usted posee información crucial para la solución del caso más importante que el FBI ha enfrentado. –dijo tan formal como era su costumbre.
-Quiero un abogado. –pidió rápido su defensa. “Abogado” la palabra que más odiaba Maddox. La oía tantas veces que podía reconocerla en ocho idiomas diferentes. Michael, con los brazos cruzados sobre el pecho, estaba sentado en una larga butaca de madera y su espalda estaba apoyada en la pared.
En una esquina del sótano había una vieja silla de metal olvidada, Maddox la arrastró hasta ponerla cerca de la jaula y poder sentarse. Estaba realmente cansado. Este caso le consumía mucha energía. Dormía poco y su familia había pasado a un plano casi imaginativo.
-Soy un oficial de los tiempos de antes, cuando la ley era aplicada a fuerza de garrotes, aun así no creo que la violencia sea un medio de comunicación.
-¿Y por qué estoy dentro de esta jaula entonces? –preguntó interrumpiéndolo. La experiencia había forjado en Maddox una paciencia de oro.
-Porque su arresto debe quedar entre cuatro paredes. Si lo trasladamos a las celdas de protección, la prensa pronto formará un escándalo internacional. –explicó. –Tendrás tu abogado, pero antes, porqué no, intentamos llegar a un acuerdo.
-No tengo nada qué decir. –espetó con ínfulas discordantes. –Soy un detective privado. Me contrataron para investigar a una mujer y luego no quisieron pagar el precio estipulado por mi trabajo.
-Esa mujer es una agente del FBI que fue declarada muerta, y ahora sabemos que está secuestrada por el crimen organizado. Entenderá que esto se escapa de su simple trabajo como detective privado. –dijo Maddox con voz seria. Por primera vez, la mirada del prisionero vaciló perdiendo seguridad. El agente de más edad entendió que estaba asustado.
-Abogado. –inisistió con voz nerviosa. Maddox bufó ruidosamente, cada minuto que pasa allí, sin hacer nada, era un minuto que perdía Johnson. Con su entrecejo fruncido, se levantó y se marchó.
Sus mocasines de punta anunciaban sus despreocupados pasos subir a través de las escaleras. Cuando estuvo arriba, abrió una pesada puerta de hierro oxidado y salió a un extenso pasillo, poco frecuentado. Excepto esa vez, donde Jonás y James lo esperaban, ansiosos de oír los avances.
-¿Y? ¿Ya sabemos dónde está? –preguntó con prisas el periodista levantándose del suelo frío. Maddox ahuyentó toda esperanza que tuviera agitando la cabeza de manera negativa.
-Quiere un abogado. –explicó el agente.
-Un abogado solo retrasará el proceso. –se quejó Jonás.
-Lo sé. Pero no pasaré por encima de la ley. –dijo con rectitud Maddox. Incluso Jonás creía que la ocasión ameritaba una excepción, aunque no tenía caso intertar convencerlo, el viejo agente no doblegaría sus principios.
Siguió al final del pasillo, al ascensor. Su senil rostor marcado por la ambigüedad desapareció tras haberse cerrado las puertas corredizas de la máquina.
James golpeó la pared con su mano hecha puño, la sangre le hervía, era la ira a punto de explotar. Michael ya se había burlado de él una primera vez, no permitría una segunda mofa. Amagó en entrar al sótano, pero se quedó en intento. La mano de Jonás lo frenó a tiempo, el oficial de tez oscura ya había predicho sus instenciones.
-Ese sujeto es el único que puede llevarnos con Anne. –vociferó mirándolo con el entrecejo arrugado. –Maddox intentó hacerlo por las buenas, ahora es mi turno de hacerlo por las malas.
-Así no es como hacemos las cosas en este lugar. –advirtió Jonás deseando sonar con la misma rectitud que su superior. James alargó una queja.
-Por favor, amigo, sabes mejor que yo que las negociaciones con lo abogados son demorosas y casi siempre inútiles. Si este sujeto se reúne con un abogado, más pronto que tarde estará de regreso en libertad y Anne, rumbo a algún lugar de Rusia. –intentaba hacerlo razonar con su misma metódica, con Jonás sería más fácil hacer que doblegara sus principios. –Tenemos la oportunidad, si la desaprovechas, y perdemos a Anne nunca podrás perdonártelo.
Jonas vaciló, el policía que llevaba dentro se contraponía a encarar a un presidiario violando su derecho a una defensa. Pero su otra mitad, el hombre que había perdido a su mejor amiga y que deseaba, más que cualquier otra cosa, recuperarla le decía que a veces el fin justifica los medios.
-Está bien, me has convencido. Lo haremos a tu modo. –cedió finalmente, recordándose que era la primera vez que se dejaba influenciar por James.