Los hijos de Imperium

02 | Demasiado tarde para escapar

El despertador vibró en la mesita de noche con un zumbido persistente. Eran las 5:50 a.m., y la luz de la mañana apenas lograba filtrarse a través de las cortinas opacas de la habitación. Kaira extendió una mano fuera de las mantas, palpando hasta apagar el ruido. Permaneció unos segundos con los ojos cerrados, escuchando el silencio interrumpido solo por pasos lejanos en el pasillo y el ocasional chirrido de las puertas al abrirse.

Con un suspiro pesado, se sentó en la cama. Sus pies tocaron el suelo frío, y el contacto la hizo estremecer. La habitación no era grande, pero estaba ordenada: la cama bien hecha, una pequeña repisa con libros prestados y un cuaderno abierto sobre el escritorio. Sobre la silla, su chaqueta gris descansaba, con un parche apenas visible en la manga. No había lujos, pero tampoco era lo peor que había conocido. Había aprendido a no quejarse de pequeños detalles como una ventana que no cerraba bien o un radiador que, a veces, decidía no funcionar.

Se puso de pie, estirándose para aliviar la tensión de la espalda. Buscó ropa en la cómoda de madera, eligiendo un suéter azul oscuro y jeans gastados. Mientras se cambiaba, escuchó risas apagadas provenir del pasillo. Se asomó por la puerta entreabierta y vio a dos estudiantes de Fortune Hall caminar por el corredor, ajenos a los que, como ella, comenzaban el día antes de que el resto del campus despertara. Sus voces se desvanecieron rápido, dejando un eco ligero en la soledad matutina.

Con la mochila colgada al hombro, se encaminó hacia los baños comunales. El aire olía a jabón y humedad reciente. Encontró una ducha libre y entró, dejando que el agua tibia la envolviera. No duró mucho: a los pocos minutos, la temperatura cayó a un frío soportable pero desagradable. Se apuró y salió con el cabello aún húmedo, secándose con una toalla que olía a detergente demasiado fuerte.

El camino hacia el comedor fue tranquilo. Afuera, el cielo estaba cubierto de nubes grises que anunciaban lluvia. Las farolas del campus aún permanecían encendidas, bañando de luz cálida los senderos de piedra. Algunos estudiantes caminaban con tazas de café en mano, conversando sobre clases o las actividades del fin de semana. Kaira los observaba de reojo, reconociendo las insignias doradas en los uniformes de quienes pertenecían a Fortune Hall. Era difícil ignorarlas: parecían destacar incluso entre la arquitectura impecable de Imperium.

Al entrar al comedor, una mezcla de aromas invadió el ambiente: café recién hecho, tostadas y algo que olía vagamente a canela. Se formó en la fila, tomando una bandeja metálica. El desayuno era simple: avena, un panecillo y una mandarina. Mientras avanzaba, vio cómo en la sección del otro lado del comedor servían waffles con frutas frescas y jugos naturales a los estudiantes privilegiados. Nadie lo comentaba; era así y punto.

Buscó con la mirada y encontró a Marla y Ben en una mesa cercana a la ventana. Marla estaba inclinada sobre su teléfono, mientras Ben garabateaba algo en su cuaderno. Se dejó caer en la silla frente a ellos.

—Buenos días —saludó Kaira, rompiendo la mandarina.

—Mmm... buenos es una palabra optimista —murmuró Marla sin apartar la vista de la pantalla—. Tenemos examen sorpresa de física. Grayson avisó por la plataforma esta madrugada. Como si a las cinco de la mañana a alguien le importara revisar eso.

Ben cerró su cuaderno, mostrando el dibujo de un gato con gafas.

—El arte siempre será mi escape —dijo con una sonrisa. Luego miró a Kaira—. ¿Tú qué tal? Pareces... menos gruñona que ayer.

—Debo estar mejorando —respondió con una mueca de sonrisa. Comió un poco de avena y frunció el ceño—. Esto tiene la textura de cemento líquido.

—Con suerte no se endurece en tu estómago —bromeó Ben.

Entre conversaciones ligeras, la sala comenzó a llenarse. Algunos estudiantes saludaban a conocidos; otros se desplazaban entre mesas con la confianza de quien se siente dueño del lugar. Kaira notó a un grupo reunido cerca de la entrada. No necesitaba escuchar para saber que hablaban de algún cotilleo reciente. Marla siguió su mirada y chasqueó la lengua.

—Ahí están otra vez los de siempre. Al parecer, alguien se equivocó de uniforme ayer y se pasaron la tarde burlándose. Divertido, ¿no?

Kaira no respondió. Había aprendido que la mejor forma de lidiar con ese tipo de cosas era no darles importancia.

—Cambio de tema —intervino Ben—. ¿Escucharon que van a renovar la biblioteca? Dicen que pondrán sillones nuevos y una zona de descanso.

—Para nosotros seguro dejan las sillas rotas —comentó Marla, aunque su tono no era amargo, sino resignado.

La conversación continuó con pequeñas anécdotas: profesores excéntricos, comentarios sobre el clima y planes para sobrevivir la semana. Era sorprendente cómo, a pesar de todo, esos momentos podían sentirse casi normales.

Cuando la campana resonó marcando el inicio de las clases, Kaira se levantó junto a sus amigos. Salieron del comedor entre el murmullo general. El camino hacia el edificio de ciencias estaba flanqueado por jardineras bien cuidadas y bancos donde algunos estudiantes repasaban apuntes o charlaban despreocupadamente. Kaira observó de reojo a una chica sentada sola, con los auriculares puestos, moviendo el pie al ritmo de alguna canción. Hubo algo reconfortante en esa escena.

El aula de física estaba iluminada por amplias ventanas. El profesor Grayson ya estaba allí cuando entraron, revisando unos papeles con expresión de pocos amigos. Kaira tomó asiento junto a Marla en las filas medias, no tan atrás como para parecer desinteresada ni tan adelante como para llamar la atención. Ben se sentó justo detrás.

—Bien —empezó Grayson sin preámbulos—. Examen sorpresa. Veinte minutos. Nada de quejas.

Hubo suspiros y protestas apagadas. Kaira sacó su bolígrafo, leyendo las preguntas. Algunas eran razonables. Otras parecían sacadas de un libro avanzado.



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En el texto hay: romance, academia, elite

Editado: 28.12.2025

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