El salón principal de Imperium Academy, ese que durante el día servía como auditorio para conferencias y ceremonias, había sido transformado en un escenario de ostentación. Candelabros de cristal colgaban del techo abovedado, arrojando destellos dorados sobre las paredes cubiertas con cortinas de terciopelo azul. La alfombra roja, que crujía sutilmente bajo el peso de tacones caros y zapatos de charol, guiaba a los asistentes hacia mesas vestidas con manteles de lino marfil y centros florales de lirios blancos y orquídeas. Copas de champán burbujeante tintineaban en manos enguantadas, mientras camareros de impecables uniformes se deslizaban entre la multitud, ofreciendo bandejas con entremeses tan delicados como difíciles de pronunciar.
La música clásica flotaba en el aire: violines y un piano de cola tocando una melodía elegante, apenas audible entre las conversaciones llenas de risas cuidadosamente moduladas y comentarios que, aunque pronunciados con sonrisas perfectas, llevaban veneno en su trasfondo. Era un desfile coreografiado de hipocresía, donde cada palabra parecía ensayada y cada gesto calculado.
Kaira entró junto a Marla y Ben, sus pasos resonando con discreción en el salón abarrotado. El vestido que llevaba era sencillo: negro, de tela mate y sin adornos, contrastando con los brillos y las lentejuelas que destellaban en el resto de la sala. Había elegido no destacar, pero, irónicamente, su sobriedad la hacía resaltar entre el exceso. Ajustó la correa de su bolso y exhaló lentamente, sintiendo las miradas que, sutiles o no, se deslizaban sobre ellos.
—Bienvenida al teatro de las apariencias —murmuró Marla a su lado, bajando la voz—. Un desfile de hipocresía envuelto en papel dorado. —Su mirada recorrió a un grupo de adultos riendo de algo que, claramente, no era tan gracioso.
Ben, menos afectado por la tensión en el ambiente, se inclinó hacia ellas. —Entre soportar esto y devorar la mesa de postres... yo elijo pastel. —Sus palabras arrancaron una sonrisa a Kaira, rompiendo por un instante la pesadez que flotaba a su alrededor.
Se desplazaron entre los asistentes. Padres de estudiantes conversaban con profesores y directivos, intercambiando apretones de manos y promesas que probablemente nunca cumplirían. Jóvenes con trajes perfectamente ajustados y vestidos diseñados a medida desfilaban con seguridad, saludando aquí y allá con sonrisas ensayadas. Kaira observaba todo con una mezcla de curiosidad y desdén. Había crecido lejos de estos círculos, pero no necesitaba ser parte para entender lo que veía: poder vestido de seda y mentiras envueltas en cordialidad.
En una de las mesas principales, la Cúpula Dorada ocupaba su propio espacio, aislada sin necesidad de barreras físicas. Sienna Vasiliev, con un vestido color esmeralda que le abrazaba la figura, jugaba con el borde de su copa mientras sus labios murmuraban algo que hizo reír a Jiah Beaumont. Esta, impecable en un vestido marfil, giró la cabeza para lanzar una mirada rápida hacia la multitud. No buscaba a nadie en particular; simplemente observaba, como quien examina un escaparate. A su lado, Dorian Blackwood soltaba un comentario que provocó risas entre algunos de sus acompañantes, mientras Xander Sinclair conversaba tranquilamente con un adulto de traje perfectamente cortado, probablemente un político o empresario influyente. Adrien Devereux permanecía ligeramente apartado, revisando algo en su teléfono con media sonrisa en los labios.
Kaira notó las miradas ocasionales que el grupo lanzaba hacia distintas partes del salón. No eran expresiones maliciosas abiertas, pero había en ellas una mezcla de superioridad y aburrimiento. Como si todo esto fuera un espectáculo montado solo para entretenerlos. Decidió apartar la vista; no era asunto suyo. O, al menos, no pensaba permitir que lo fuera.
Se acercaron a una de las mesas laterales cuando Marla se detuvo abruptamente, sus ojos fijándose en algo más allá de la multitud. Kaira siguió su mirada y vio a Leyla. Estaba apartada del bullicio, cerca de un grupo donde la formalidad se sentía aún más cargada. La familia Devereux. Un hombre de mediana edad, rostro severo y traje hecho a medida, hablaba con voz baja pero firme. A su lado, la madre de Adrien una mujer de expresión fría y postura impecable se dirigía a Leyla con un tono que no llegaba a ser cortante, pero tampoco amable. Adrien, desde su asiento, observaba la interacción con una sonrisa apenas perceptible, como si supiera algo que los demás no.
—¿Qué hace con ellos? —preguntó Kaira en voz baja, sin apartar la vista.
—Leyla nunca habla de eso —respondió Marla, cruzando los brazos—. Y, honestamente, es mejor no preguntar.
Ben, ajeno a la tensión, tiró suavemente de la manga de Kaira. —Mira todos esos postres. Vamos antes de que se acabe lo bueno.
Kaira asintió, apartando la mirada de Leyla, quien regresó con la misma expresión serena de siempre, como si nada hubiera pasado. Pero la imagen quedó grabada en su mente: la conversación cargada de algo no dicho, las miradas llenas de capas que no entendía. El salón, con su brillo y perfección, seguía vibrando de risas.
La música bajó de volumen cuando las luces se atenuaron ligeramente. Las conversaciones se fueron apagando mientras la directora Sinclair se acercaba al escenario. Su figura, erguida y envuelta en un vestido rojo de líneas sobrias, proyectaba autoridad. Tomó el micrófono con la misma confianza con la que gobernaba la academia.
—Buenas noches a todos. —Su voz, clara y medida, llenó la sala—. Esta celebración marca el inicio de un nuevo año en Imperium Academy, un lugar donde tradición, excelencia y liderazgo convergen. Aquí no solo formamos estudiantes, sino a las futuras piezas clave de la sociedad. —Hizo una pausa, sus ojos recorriendo el salón—. Esta academia fue fundada con el propósito de forjar carácter y resiliencia, valores que, espero, cada uno de ustedes adopte. —Pequeñas miradas se cruzaron entre los estudiantes, algunos atentos, otros visiblemente aburridos.