El comedor de Imperium tenía su propio ritmo.
El choque de cubiertos contra platos de porcelana, el murmullo entremezclado de conversaciones, las risas controladas en ciertos sectores y los susurros más serios en otros. Un equilibrio silencioso entre lo calculado y lo improvisado.
Pero esa mañana, algo era diferente.
No tensión. No exactamente.
Era un tipo de anticipación.
Kaira lo notó en cuanto entraron.
Las mesas estaban ocupadas como siempre, pero las conversaciones tenían pausas extrañas. Las miradas se desviaban fugazmente en la misma dirección, como si todos estuvieran esperando que algo sucediera.
Ella frunció el ceño apenas.
—Dime que no soy la única que siente esto raro —murmuró Marla, revolviendo su jugo de naranja sin ganas.
Ben, menos atento al ambiente y más concentrado en su desayuno, solo encogió los hombros antes de darle un bocado a su tostada.
—El aire está más espeso o algo así —comentó, con la boca llena—. Deberían hacerle mantenimiento a este lugar.
Kaira no respondió.
Pero sí lo sentía.
Era esa sensación de estar en un auditorio justo antes de que se abran las cortinas. Como si todos estuvieran esperando la entrada de alguien.
A lo lejos se escuchaban los susurros.
—Ya regresó.
—Lo vieron esta mañana.
—¿Crees que irá a clases?
El mismo nombre repetido, flotando entre susurros.
Killian Laurent.
El nombre se movía entre las mesas como una corriente subterránea. No con sorpresa, ni con emoción desbordada. Sino como un hecho que todos estaban procesando en tiempo real. Como si su ausencia hubiera sido un paréntesis incómodo y su regreso simplemente restaurara un orden preexistente.
Marla dejó caer la pajilla en su vaso y soltó un suspiro largo, dramático.
—Genial. Él ha vuelto y todos están actuando como si esto fuera una segunda venida.
Kaira no pudo evitar la ligera curvatura de sus labios.
No porque le interesara el tema, sino porque la reacción de Marla era exactamente lo que había esperado.
Ben ladeó la cabeza.
—¿Y si realmente murió y este es su fantasma? Explicaría muchas cosas.
Marla le lanzó una mirada seca.
—Ben, eres la única persona en este lugar que podría decir eso sin ironía.
—Gracias.
—No era un cumplido.
Ben sonrió como si lo fuera.
Kaira tomó un sorbo de su café, ignorando el murmullo constante a su alrededor.
No era la primera vez que el nombre Killian Laurent flotaba en Imperium. Pero ahora, después de semanas de ausencia, había adquirido un peso distinto.
Y aunque no quisiera admitirlo, la pregunta real se quedó suspendida en su cabeza.
¿Por qué exactamente importa tanto su regreso?
Leyla llegó sin prisa y se sentó en el asiento vacío junto a ellos, deslizando su bandeja sobre la mesa con un movimiento silencioso.
No fue una llegada llamativa, pero Kaira notó cómo algunas conversaciones disminuían a su alrededor. No porque Leyla buscara atención. Más bien porque su mera presencia les recordaba a algunos que no todos en Imperium encajaban en la misma categoría.
—¿Y tú qué hiciste el fin de semana? —preguntó Ben, dándole un sorbo a su café.
Leyla tardó un segundo en responder. No porque no supiera qué decir, sino porque parecía elegir sus palabras con cuidado.
—Nada interesante.
Fue una respuesta rápida. Demasiado genérica.
Kaira levantó una ceja.
—Eso no suena como un "me quedé en casa viendo series".
Leyla giró la cuchara entre sus dedos, sin mirarlos.
—No todo el mundo tiene tiempo para ver series.
—Wow, qué misteriosa —comentó Marla con dramatismo, dándole un bocado a su croissant—. ¿Acaso perteneces a una organización secreta y no nos lo has dicho?
Leyla le dedicó una mirada neutra antes de encogerse de hombros.
—Si te lo dijera, tendría que matarte.
Ben rió entre dientes, mientras Kaira seguía observándola con atención. No era el tipo de persona que hablaba demasiado sobre su vida, pero, ¿por qué no dijo la verdad?
Antes de que alguien pudiera insistir, el ambiente en el comedor cambió.
No era ruidoso.
Las conversaciones fluían, pero con una precaución apenas perceptible.
Kaira no lo notó de inmediato. Pero los gestos cambiaron. Las miradas se desviaron en la misma dirección, la tensión en los hombros de ciertas personas se suavizó repentinamente, como si algo hubiese sido restaurado a su estado natural.
Fue entonces cuando lo entendió.
La Cúpula había entrado.
No con ruido. No con espectáculo.
Pero con presencia.
Jiah iba al frente, con su andar elegante y esa media sonrisa perezosa que nunca decía del todo qué estaba pensando. Sienna caminaba a su lado, impecable, con la cabeza en alto, como si no pudiera concebir otra manera de existir. Xander, con las manos en los bolsillos, parecía relajado, pero sus ojos vagaban por el lugar con un instinto que delataba que siempre estaba atento.
Adrien avanzaba con la facilidad de alguien que no necesita apresurarse para que el mundo se ajuste a su ritmo. Dorian, a su lado, giraba un bolígrafo entre los dedos, su expresión de desinterés casi convincente.
Y al frente, como si el espacio mismo se acomodara a su alrededor, estaba Killian Laurent.
No hizo falta que dijera nada.
El comedor no se detuvo. Nadie dejó de comer ni giró abiertamente la cabeza. Pero el ambiente se había ajustado, casi imperceptiblemente.
La presencia de Killian no era la de alguien que exigía atención.
Era la de alguien que no necesitaba hacerlo.
El uniforme de Imperium tenía reglas estrictas, pero en él se sentía como algo moldeado a su medida solo para ser desafiado. Llevaba el blazer con los botones desabrochados, la corbata de Fortune Hall suelta, apenas visible bajo el dobladillo de su abrigo largo, un abrigo que no pertenecía exactamente al reglamento, pero que nadie se atrevería a cuestionar.