El sonido del agua corriendo en los lavados del baño resonaba en las paredes de mármol, mezclándose con el murmullo de las chicas que se retocaban el maquillaje antes de la siguiente clase. Kaira cerró la llave y se miró en el espejo. No era vanidad lo que la mantenía allí, sino la necesidad de asegurarse de que nada en su expresión la delatara. Cualquier signo de debilidad podía ser usado en su contra. Respiró hondo, recogió su cabello en una coleta baja y salió del baño.
El pasillo bullía con el sonido de pasos y conversaciones entrelazadas. Estudiantes moviéndose en todas direcciones, risas dispersas y el repiqueteo constante de teclas en los teléfonos. Kaira escaneó el corredor hasta encontrar a Leyla y Ben esperando junto a la entrada del aula de política. No habían hablado mucho desde lo ocurrido en el comedor hace unos días. Desde que Killian Laurent había regresado.
Cruzaron la puerta juntos, escogiendo asientos en la tercera fila. Un punto intermedio: lo suficientemente cerca para no parecer que se ocultaban, pero tampoco en la línea de fuego directa. La luz natural entraba a raudales por los altos ventanales, iluminando los escritorios organizados en filas escalonadas que se extendían en semicírculo. La disposición del aula evocaba una arena de debate, y en esa clase, el enfrentamiento era casi una garantía.
El murmullo se redujo cuando la puerta volvió a abrirse. No fue necesario voltear para saber quién había entrado.
Laurent se movía con una confianza casi coreografiada, su paso firme, su expresión tallada en una calma arrogante. La sala pareció reaccionar a él de forma instintiva: algunos estudiantes se hicieron a un lado, otros bajaron la mirada. Kaira no lo hizo. Lo observó de reojo mientras él tomaba asiento al otro lado del aula, dos filas más arriba. Ni demasiado cerca ni demasiado lejos. No importaba. Ella podía sentir su presencia de todos modos, como si la gravitación del lugar hubiera cambiado.
El profesor ingresó poco después, dejando su portafolio sobre el escritorio antes de cruzar los brazos. Su mirada recorrió la sala, evaluando el ánimo general antes de hablar.
-Hoy discutiremos el concepto de meritocracia en los sistemas políticos -anunció, con su tono medido y solemne-. ¿Creen que el esfuerzo individual es suficiente para determinar el éxito de una persona? ¿O existen factores externos que lo condicionan?
Algunas manos se alzaron de inmediato. Kaira no levantó la suya. Se limitó a tomar su bolígrafo y deslizarlo entre sus dedos, esperando.
-Es obvio que el entorno influye -dijo una voz desde la segunda fila. Era Amelia Price, una de las estudiantes más destacadas del curso-. Nadie puede negar que el acceso a recursos marca una diferencia.
-Pero el talento sigue siendo el factor decisivo -replicó Marcus Reed, un estudiante que rara vez perdía la oportunidad de imponer su punto de vista-. Si alguien es lo suficientemente bueno, encontrará su camino, sin importar de dónde venga.
El profesor asintió, entretenido por el intercambio. Varias cabezas se inclinaron, algunos tomando notas, otros simplemente esperando el siguiente movimiento.
-El esfuerzo individual lo es todo -declaró entonces una voz más profunda, cargada de certeza.
El aula entera pareció contener la respiración. Kaira levantó la vista.
Killian hablaba con una seguridad inquebrantable, apoyando un brazo sobre el respaldo de su silla, como si ni siquiera considerara la posibilidad de estar equivocado.
-No importa de dónde vengas o lo que hayas tenido en contra -continuó-. Si trabajas lo suficiente, si eres lo suficientemente bueno, llegarás a donde quieres estar.
Un murmullo recorrió la sala. Algunas cabezas se movieron en asentimiento. Otras no tanto. Kaira también sintió un escalofrío de irritación subirle por la espina dorsal. Conocía bien ese tipo de discurso. Lo había escuchado demasiadas veces de bocas como la de él.
-Eso es fácil de decir cuando has tenido todas las oportunidades -replicó.
No fue un arrebato. No fue impulsivo. Fue calculado. Un movimiento deliberado, lanzado con la precisión de una daga bien afilada.
El murmullo cesó de inmediato. Todos los ojos giraron hacia ella.
Killian ladeó la cabeza con un gesto de casi curiosidad. Como si la estuviera viendo por primera vez.
-Las oportunidades no garantizan el éxito -dijo-. El talento y el esfuerzo lo hacen.
Kaira dejó su bolígrafo sobre la mesa y entrelazó los dedos.
-Así que, según tú, una persona que nace en la pobreza tiene las mismas posibilidades de éxito que alguien que crece con acceso a la mejor educación, contactos y recursos.
Killian se inclinó ligeramente hacia adelante, sin apartar la mirada de ella.
-Estoy diciendo que el talento se impone. La gente que realmente tiene lo necesario, encuentra su camino.
Kaira dejó escapar una breve risa sin humor.
-Eso es una forma elegante de decir que crees que los becados no merecen estar aquí.
Hubo un leve jadeo en algún rincón del aula. Algunas miradas se movieron entre ellos, y el profesor observó con interés, sin intervenir todavía. Killian mantuvo la expresión impasible, pero sus ojos se oscurecieron.
-No pongas palabras en mi boca -contestó.
-No hace falta. Todos sabemos lo que piensas.
Por primera vez, Killian se quedó en silencio. El desafío flotaba entre ellos.
El profesor finalmente interrumpió.
-Bien, veo que tenemos opiniones fuertes en esta sala -dijo con una ligera sonrisa-. Y eso es precisamente lo que hace interesante el debate político. Continuemos.
El momento se rompió, pero Kaira sabía que aquello no había terminado.
El murmullo comenzó a gestarse incluso antes de que la clase terminara, un zumbido sutil que creció hasta convertirse en un eco constante entre los estudiantes. No necesitaba mirar alrededor para saber que la observaban. Podía sentirlo en la forma en que el aire se cargaba de expectativas, en los susurros apenas disimulados que flotaban a su alrededor.