Los hijos de Imperium

16 | Déjà vu

La luz pálida entraba por los ventanales altos. A lo lejos, los árboles del campus se mecían, ajenos a la presión que flotaba entre los alumnos. Las mesas estaban casi llenas, pero nadie hablaba demasiado. A diferencia del comedor, donde el bullicio era constante, aquí se susurraba. Se compartían apuntes, se subrayaban hojas con ansiedad mal disimulada, y se repasaban teorías como si la vida dependiera de ello. Porque, para algunos, lo hacía.

Ben estaba medio recostado sobre la mesa, con la mejilla apoyada en un cuaderno y los ojos entrecerrados. Tenía el cabello hecho un desastre y el lápiz aún en la mano, como si en cualquier momento pensara rendirse y apuñalar las hojas.

—No puedo más —murmuró, sin despegarse de la mesa—. Es miércoles, Marla. Miércoles. Y me siento como si me hubieran atropellado dos veces.

Marla, sentada frente a él, ni se molestó en responder al inicio. Estaba pasando las páginas de un resumen con el ceño fruncido. Aunque parecía más despierta, sus ojeras empezaban a pelear por territorio bajo los ojos.

—Drama —dijo finalmente, sin mirarlo.

—Esto no es drama, es supervivencia —replicó él, dándose la vuelta para mirarla con ojos de muerto en vida—. El lunes tuve dos parciales. Ayer, un ensayo de mil quinientas palabras. Hoy, otra presentación y aún no entiendo si «la transición fiscal internacional» es un tema económico o una tortura.

Marla resopló con una sonrisa cansada.

—Lo es si lo dicta Klein.

Ben soltó un quejido y volvió a apoyar la cabeza.

—Llevamos tres días durmiendo cuatro horas por noche. Mi hígado ya no reconoce lo que es agua natural. He desayunado cinco cafés y medio sándwich desde el lunes. Mar, me estoy desintegrando. Literalmente.

Ella rió bajo, sacudiendo la cabeza.

—Relájate. Ya casi estamos.

—No estamos ni cerca —replicó él con voz aguda—. ¡Es miércoles!

—Exacto —respondió con una sonrisa cómplice—. Miércoles. Lo que significa que cada día que pasa...

—...estamos más cerca del paraíso —terminó Ben, y de inmediato se incorporó como si le hubieran inyectado energía directamente en las venas—. La semana en Edén.

Solo de decirlo, su rostro se iluminó.

—Dios bendiga a quien inventó esa tradición.

—Rumores dicen que fue un alumno de Fortune Hall hace como veinte años. Se escapó del campus por una semana con otros amigos y, en vez de castigarlos, los padres donaron un laboratorio nuevo y lo convirtieron en un «retiro académico recreativo autorizado».

Ben la miró con la boca entreabierta, como si estuviera a punto de llorar.

—Hermoso. Ese tipo es mi héroe.

—En fin, una semana sin clases, sin profesores, sin evaluaciones... —Marla enumeraba con los dedos—. Con playa privada, cabañas, alcohol legalizado por «motivos culturales», fiestas hasta el amanecer...

—Y cero reglas —completó Ben con una sonrisa ladina.

Marla asintió, entrecerrando los ojos con picardía.

—Imperium intenta lavar su conciencia de élite podrida con unas vacaciones de libertinaje. Pero mira, yo feliz.

—Cínica.

—Realista.

Ambos se rieron en voz baja, por primera vez desde que la semana de exámenes había comenzado. Era esa fantasía llamada Edén lo que los mantenía cuerdos. El escape ideal después del infierno académico.

—Por cierto —dijo Ben tras un momento, bajando la voz y apoyando el codo sobre la mesa—. ¿Supiste algo de Kaira?

Marla dejó de sonreír.

—No —admitió con una nota de preocupación—. Le escribí anoche. Nada. La llamé el lunes. Nada. Desde el sábado por la noche, silencio total.

Ben frunció el ceño.

—Pensé que estaba encerrada estudiando, pero ya van demasiados días.

—Y lo peor es que nadie la ha visto. —Marla se inclinó hacia él—. ¿Te diste cuenta de que ni Dorian ni Killian han aparecido tampoco?

Ben abrió mucho los ojos.

—¿Ellos tampoco?

—Ajá. Tres personas desaparecen el mismo día y todos fingen que es normal. Algo pasó. Pero nadie lo dice.

Ben chasqueó la lengua, inquieto.

—¿Y si...?

—No. No empieces a imaginar cosas.

—Mar, estamos en Imperium. Imaginar cosas es lo mínimo.

Ella se encogió de hombros, pero su incomodidad era evidente. A pesar del brillo de Edén, el presentimiento amargo seguía colgando sobre ellos.

Varios minutos después, las puertas del salón principal se abrieron.

Leyla.

Ambos la vieron al mismo tiempo.

Irrumpió con su caminar elegante, uniforme perfectamente planchado, la melena recogida y una expresión serena.

Ben tragó saliva. Marla se tensó.

—Genial —susurró Ben—. La víbora ha vuelto.

—Cállate. Que tiene buen oído —masculló la morena, bajando la mirada a su tablet.

Leyla avanzó sin dudar. Parecía buscar a alguien. Y lo encontró.

A ellos.

No dijeron nada, pero sus miradas lo dijeron todo: No queremos hablar contigo. No confiamos en ti. ¿Qué demonios haces aquí?

La traición aún era una herida reciente.

Y los traidores no siempre regresaban para pedir perdón. A veces, solo venían a advertirte de que algo peor se avecinaba.

La pelirroja se detuvo frente a la mesa. Recta, impecable, como si no supiera lo incómoda que era su presencia.

—Necesito hablar con ustedes.

Ben levantó una ceja sin moverse. Marla ni siquiera la miró.

—No estamos interesados —soltó ella, pasando de página como si la pelirroja fuera un molesto error de imprenta.

—Es importante.

—Todo lo es, ¿no? —Marla clavó sus ojos en ella esta vez—. Pero cuando marcaron a Kaira como si fuera ganado, tú preferiste desaparecer. Así que, perdón, Leyla, pero vas tarde. Muy tarde.

Leyla apretó los labios, sin perder la compostura. No trató de justificarse. No pidió perdón. Solo los miró con esa seriedad que la caracterizaba.

—Es sobre Kaira —dijo entonces, y eso bastó para que el aire cambiara de densidad.



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En el texto hay: romance, academia, elite

Editado: 28.12.2025

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