Selene entrecerró los ojos, dejando el vaso sobre la mesa con una suavidad engañosa, pero sin perder la firmeza en su voz.
—¿Y por qué vendrías tú a advertirme, Demioz? —preguntó con un dejo de ironía, mirándolo de reojo—. ¿Desde cuándo te interesa que alguien salga ileso?
Él sonrió de medio lado, como si la pregunta le hiciera más gracia de la que debía.
—Es simple, smaragdi. Si algo te pasa a ti, todo este juego se vuelve… aburrido. Y como te dije, debes hacerte fuerte. Resistir hasta que Belial y Neberiuz lleguen.
Además... —su sonrisa se volvió más ladeada, casi cruel— no me gusta aburrirme, cariño.
Selene se puso de pie, harta de ese tono juguetón envuelto en veneno. Caminó hacia la ventana, observando cómo la lluvia golpeaba el vidrio con violencia, como si el cielo quisiera advertirle algo que las palabras no podían.
—Si crees que esto va a asustarme, te equivocas —dijo en voz baja, pero firme.
Demioz también se levantó, acercándose con esa cadencia lenta y peligrosa que lo hacía parecer más sombra que hombre, más amenaza que aliado.
—Vamos, amor… No vengo a sembrarte temor.
Vengo a recordarte lo que eres. A lo que estás atada.
Tú no eres solo una chica con poder como los niños de Ipswich… —murmuró, con un tono gélido que caló hasta los huesos—.
Tú eres parte de algo más grande.Al igual que yo.
Y mientras más cerca estés de los hijos de Ipswich… más cerca estarán ellos de su muerte inminente.
Selene giró sobre sus talones con decisión. Sus ojos brillaban con rabia contenida.
—No les harás daño, Demioz.
Él se detuvo a escasos centímetros, inclinándose apenas, lo justo para que su aliento cálido rozara su rostro.
—Créeme, mea bella smaragdi… Yo no les haré daño.Tal vez… lo hagas tú misma.
El silencio cayó como un manto. Sus palabras quedaron flotando en el aire como un conjuro oscuro.
Selene apretó los labios, conteniéndose.Demioz, satisfecho, dejó escapar una risa baja y siniestra.
Luego se alejó, volviendo a sentarse en el sofá con el aplomo de quien cree haber ganado. Se llevó una mano al cabello aún húmedo por la ducha anterior, y murmuró sin mirarla:
—En fin… Es tu decisión. Si decides creerme… o no.
Selene cerró los ojos y respiró hondo.Volvió la vista hacia la ventana.La lluvia seguía cayendo.
Pero esta vez… ya no parecía limpiar.Parecía presagiar algo oscuro.
Selene no podía perder más tiempo.Aunque desconfiaba profundamente de Demioz, sabía que él no lanzaba advertencias a la ligera.Tenía que averiguar más sobre los Tartareum Monstrum.
Sin decir una palabra, se giró hacia él.
Demioz la observaba en silencio, recostado con esa despreocupación y arogacia tan suya.
Una sonrisa casi imperceptible se dibujó en sus labios cuando ella finalmente habló.
—Bien, Demioz… Supongamos que dices la verdad.Dime, ¿cuál es el primer monstruo infernal que se acerca?
—Ah, ahora sí quieres escucharme, cariño —respondió con tono burlón mientras tomaba una toalla que descansaba a su lado.La agitó con indiferencia, como si estuvieran hablando del clima—.Está bien, contestaré tus preguntas…pero antes, haz algo por mí,¿quieres, amor? Séca mi cabello.
Selene parpadeó, incrédula.—¿Estás bromeando, no?
—Demioz no bromea, mea bella smaragdi —dijo con voz tranquila, casi divertida—. Está húmedo y me molesta.¿Ya lo olvidaste? Antes solías secarlo por mí… ¿o tan rápido enterraste nuestros bellos momentos juntos?
Selene cruzó los brazos, sintiendo su paciencia escurrirse como la lluvia tras los cristales.
—Nunca se puede hablar en serio contigo…
Demioz soltó una carcajada baja, disfrutando de su irritación.
—Siempre fuiste fácil de provocar, amor. Está bien, lo haré yo mismo.
Tomó la toalla con un ademán elegante y comenzó a secarse el cabello con lentitud, como si el tiempo no existiera.Selene lo observaba, impaciente.
Al notar su mirada, Demioz dejó la toalla a un lado y exhaló con fingida resignación.
—Bien, ya listo. Ahora amor por lo menos ven, siéntate. No te voy a devorar. Si lo haces, responderé tu pregunta.
Selene dudó por un instante, luego se sentó junto a él en el sillón, manteniéndose lo más alejada que pudo.
—Vamos… acércate. Desde allá no vas a oírme —dijo él, sin disimular su diversión.
Selene solo rodó los ojos con fastidio.
—Demioz bien, yo me acerco entonces.
Sin más, se deslizó hacia ella, acortando la distancia entre ambos con esa confianza depredadora que le era natural.La miró de reojo, sonriente, como quien saborea el caos que siembra.
—Bien, linda… respecto a tu pregunta…
El aire pareció volverse más denso. La habitación, antes tibia por el murmullo de la lluvia, ahora parecía respirar oscuridad.
—Es el Hellhound —dijo Demioz con voz grave—. O mejor conocido como Canis Tenebris.
Un escalofrío le recorrió la espalda a Selene, como si el solo nombre tuviera garras.
Demioz continuó, esta vez más serio, con la sombra del conocimiento antiguo en los labios:
—Tiene la piel grisácea y viscosa. Dientes afilados como estacas. Las costillas sobresalen en puro hueso... y de su lengua brotan tentáculos.Su baba es negra. No tiene orejas ni ojos. Solo dos puntos amarillos donde deberían estar, como si fueran almas atrapadas.Y esos ojos… siempre están ocsecvando, incluso cuando duerme.
Se levantó sin prisa, fue hasta su maleta y sacó un grimorio antiguo. Lo abrió con cuidado, las páginas crujieron como si protestaran, y lo giró hacia Selene.
—Mira... Así luce.
Selene se inclinó para observar. El dibujo era brutal, crudo, casi parecía moverse en la página.Sus ojos se abrieron, incrédulos.
—Lo sé. Fascinante, ¿verdad? —respondió él, con deleite morboso.
—Yo diría… aterrador —susurró.
Cerró el grimorio con calma y volvió a sentarse a su lado. Sin previo aviso, rodeó los hombros de Selene con su brazo.
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Editado: 14.08.2025