Siguieron al canis tenebris hasta lo más profundo del bosque, donde la silueta de una planta de agua abandonada se erguía como un cadáver de concreto en medio de la tormenta.
El hedor a muerte se volvió casi insoportable.
Selene sintió un escalofrío que le caló hasta los huesos.Estaban en el corazón del territorio enemigo.
El Canis Tenebris se lanzó sobre su presa, desgarrando la carne del caballo con una furia animal. Cada mordida iba acompañada del sonido húmedo y cruel de los tendones rompiéndose, mientras su baba negra se mezclaba con la sangre y la lluvia.
La planta estaba invadida de huevos gigantes, cubiertos por una membrana grisácea y viscosa. Vibraban levemente, como si algo dentro se retorciera.
—Qué asco —murmuró Tyler, tapándose la nariz con la manga.
Los cinco se escabulleron hacia el interior sin hacer ruido, ocultándose detrás de un viejo escritorio corroído por la humedad y los años.
Desde ahí, observaron al monstruo. Cada movimiento del Canis Tenebris era lento pero deliberado, como si cada músculo estuviera programado para matar.
—¿Seguros que esta cosa no es la mascota de Demioz? —susurró Reid, con una mueca burlona.
—Reid, cállate —gruñó Pogue entre dientes—. Si nos oye, estamos muertos.
Caleb, en cuclillas, frunció el ceño mientras analizaba el entorno y los patrones de la criatura.
—Ahora que está distraído... Lo atacaremos al unísono con nuestros poderes —dijo, su voz era un susurro grave—. Selene, cuando le demos la oportunidad, le clavas la daga en el pecho.
—Entendido —asintió ella, aferrando con fuerza la empuñadura de la daga, que parecía latir con energía oscura.
—Nada de ruido innecesario —advirtió Caleb, con mirada afilada.
Pero entonces...
Reid sacó su celular.
—Solo será un recuerdo rápido —murmuró, sonriendo con descaro.
—¡No, Reid, no hagas—! —empezó Pogue, pero era tarde.
¡CLICK!
El flash estalló como una bengala en la penumbra.
El Canis Tenebris detuvo su festín.
Un rugido inhumano sacudió los cimientos de la planta. La criatura giró la cabeza, y sus ojos amarillos centellearon con ira asesina.
—¿¡EN SERIO, REID!? —espetó Pogue, furioso.
—¿¡Le sacaste una FOTO!? —bramó Tyler, golpeándolo en el brazo.
—¡Tenía que hacerlo! ¡Vamos, esto es histórico! —se defendió Reid, encogiéndose de hombros, aunque su voz temblaba.
Selene sintió la baba negra evaporarse al tocar el suelo, quemando la madera podrida con un silbido siniestro.
La criatura alzó la cabeza, tensando su cuerpo, y con un chillido desgarrador, escupió un chorro de baba corrosiva hacia ellos.
Selene reaccionó con reflejos afilados: se quitó la chaqueta justo a tiempo antes de que la sustancia le alcanzara la piel, y la arrojó lejos. El tejido ardió en segundos.
—¡Bien! —gritó Caleb, con la mandíbula tensa—. ¡En marcha!
Y así comenzó la batalla.
Tyler extendió las manos y disparó una potente ráfaga de energía azulada que impactó de lleno en el costado de la criatura.
Pogue se movió con agilidad felina, enfocando su poder para alzar un viejo tubo de metal corroído, lanzándolo como un proyectil con fuerza sobrehumana.
El golpe hizo tambalear al Canis Tenebris, pero no lo detuvo. Solo lo enfureció más.
Caleb y Reid se unieron al ataque. El primero, con una concentración fría y letal, canalizó su energía con precisión quirúrgica. Reid, por su parte, dejó que la adrenalina y su temperamento lo impulsaran, lanzando descargas explosivas como fuegos artificiales en medio de una pesadilla.
Mientras tanto, Selene aguardaba. La daga brillaba con un tenue resplandor púrpura en su mano, como si respondiera al momento. Sus ojos estaban fijos en el monstruo.
El Canis Tenebris rugió con rabia y se lanzó directo hacia ella, sus fauces abiertas, dejando caer baba negra que chisporroteaba al tocar el suelo.
Selene no se movió. Su corazón latía con fuerza, pero su brazo no temblaba.
Ahora o nunca.
Pero Caleb, siempre el estratega, actuó un segundo antes: extendió el brazo y la empujó con su poder fuera del camino.
El impacto del monstruo contra el suelo fue brutal. Astillas, metal y escombros salieron volando.
Tyler y Pogue no perdieron tiempo. Tyler lanzó otra ráfaga que iluminó la escena como un relámpago. Pogue, con la determinación de un guerrero, blandió otra tubería y la estrelló contra el flanco de la criatura.
Pero el Canis Tenebris seguía en pie, más furioso que nunca, sus tentáculos chicoteando con violencia.
Reid corrió hacia Selene y la ayudó a levantarse.
—¡Vamos, princesa guerrera! Es tu momento estelar —le guiñó, a pesar del caos.
Selene no vaciló. Se lanzó hacia adelante con agilidad felina, esquivando un zarpazo que habría partido una columna en dos.
El monstruo giró su rostro de pesadilla hacia ella. Selene se impulsó por encima de un montón de escombros y, con un grito contenido, clavó la daga directo en su pecho.
El alarido que siguió fue inhumano.
La criatura convulsionó, mientras la daga absorbía su esencia. Baba negra brotaba de su boca, chispeando como ácido. Los tentáculos se agitaron frenéticamente y su piel comenzó a deteriorarse como cera derretida.
Selene, con los dientes apretados, empujó con fuerza hasta enterrar completamente la hoja.
El Canis Tenebris dio un último rugido antes de desplomarse con un golpe sordo. Muerto.
El silencio cayó como un velo sobre la planta de agua.
Selene se quedó jadeando, con las manos aún tensas por el esfuerzo. Caleb se acercó y la sostuvo con suavidad.
Selene observó el cuerpo ya sin vida.
—Sí… pero mira a tu alrededor. Aún quedan los huevos.
Tyler escaneó la sala con la mandíbula apretada.
—No podemos permitir que nazcan más.
—Destruyámoslos —afirmó Pogue, firme.
Los cinco se desplegaron entre sombras y tuberías oxidadas, arrasando con los huevos. Las explosiones de poder llenaron el aire con olor a baba quemada y vísceras oscuras. Uno a uno, los cascarones fueron destruidos.
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Editado: 14.08.2025