Mientras tanto, en la casa de Selene, la lluvia tamborileaba suavemente sobre las ventanas.
Demioz se hallaba en la sala, recostado con elegancia frente a la chimenea encendida. Un libro descansaba en una mano, mientras en la otra sostenía un vaso de whisky Johnnie Walker.La luz anaranjada del fuego danzaba sobre su rostro, proyectando sombras afiladas que acentuaban su aire misterioso.
Pensó en voz alta, con una media sonrisa dibujada en los labios:
—Me pregunto si mi bella smaragdi logró acabar con el Canis Tenebris.
Soltó una risa baja, casi felina.
—Debería llamarle.
Sin más, tomó su celular y marcó.
Una vez. Nada.
Volvió a intentar.
Mientras tanto, en el camino...
La lluvia persistía, pero ya no tenía el mismo peso.La tormenta se había convertido en un murmullo.
La batalla había terminado.
Por ahora.
La camioneta avanzaba por las calles oscuras de Ipswich, dejando atrás la planta de agua abandonada, ahora tan silenciosa como un secreto olvidado. El agua resbalaba por el parabrisas, pero dentro del vehículo el silencio era más denso que la niebla.
Selene contemplaba el paisaje a través de la ventana, los ojos perdidos, la mente aún atrapada en la imagen del Canis Tenebris desmoronándose entre gritos y sombras.
Tyler rompió el silencio, girando levemente el volante:
—Bueno… eso fue una locura.
Reid soltó una carcajada.
—¿“Una locura”? Vamos, eso fue épico. ¡Díganme que no fue la mejor pelea que hemos tenido!
Pogue, con el hombro vendado y el ceño fruncido, le lanzó una mirada cargada de fastidio.
—Claro, si ignoras el pequeño detalle de que casi nos matan.
Reid se encogió de hombros, como si le restara importancia.
—Detalles, detalles…
Caleb, desde el asiento del copiloto, suspiró y recostó la cabeza hacia atrás.
—Lo importante es que sobrevivimos. Pero esto... no ha terminado.
Selene desvió la mirada del cristal y clavó los ojos en ellos, firme y con un dejo sombrío:
—No. Apenas comienza.
En ese momento, el zumbido del celular rompió el silencio.Selene bajó la vista: Demioz.
Lo ignoró.
Vibró de nuevo.
—¿No vas a contestar? —preguntó Tyler, sin apartar la vista del camino.
—Es Demioz —respondió Selene, con fastidio—. Seguro solo llama para molestar.
Caleb intervino, con la voz grave:
—Tal vez tenga algo que decir.
Selene respiró hondo.
—Está bien… —dijo, mientras deslizaba el dedo por la pantalla.
—¡Por fin contestas, mea bella smaragdi! —la voz de Demioz era como terciopelo venenoso—. Por un momento creí que el Canis Tenebris te había devorado.
—¿Y bien? ¿Qué quieres? —respondió ella, con tono seco.
—¿Acaso no puedo preocuparme por tu bienestar cariño? En fin… ¿cómo estuvo tu encrucijada?
—Logramos acabar con el monstruo. Pero nunca dijiste que eran dos Canis Tenebris.
Demioz rió, con un dejo de cinismo.
—Oh, amor… no estaba del todo seguro de cuántos eran. Lo siento.
—Por tu culpa, Pogue salió herido —le reprochó, con la rabia asomando en la voz.
Demioz soltó una carcajada más sonora, burlona.
—No me culpes por la incompetencia de los niños de Ipswich.
En fin… me alegra que hayas acabado con el primer Tartareum Monstrum.
Eso significa que estás haciéndote fuerte. Digna de nuestros aquelarres.Y para la próxima, sean más… eficientes.
Selene—¡Eres un—!Pero la llamada se cortó.Demioz había colgado.
—¿Estás bien? —preguntó Tyler en voz baja.
—Sí… es solo que… Demioz realmente me irrita.
—Lo sé.
La camioneta se detuvo frente a la casa de Tyler. Él apagó el motor con un suspiro.
—Entren. Hay ropa seca en mi habitación.
Salieron del vehículo apresurados, empapados hasta los huesos.La lluvia aún los seguía, como si se negara a dejarlos ir.Tyler abrió la puerta, y uno a uno, fueron entrando, con el peso de la noche aún sobre sus hombros.
El interior de la casa estaba cálido, un refugio silencioso frente al rugido de la tormenta que azotaba el exterior. El aroma a madera húmeda y café rezagado flotaba en el ambiente.
Selene se quitó los zapatos mojados junto a la puerta. El barro se desprendía con cada paso. Luego, sin mucha ceremonia, dejó caer su chaqueta chamuscada sobre una silla. El humo, ya tenue, aún impregnaba la tela.
Pogue se dejó caer pesadamente sobre el sofá, alzando el brazo herido. El rasguño era largo, rojizo y profundo, con pequeños rastros de sangre secándose alrededor.
—Definitivamente esto va a ser difícil de explicar mañana —murmuró, con una mueca mientras lo observaba—. Kate se va a poner histérica… Tendré que decirle que fue un accidente con la motocicleta o algo así.
—¿Otra vez la motocicleta, Pogue? —ironizó Reid desde el fondo, sacudiéndose el cabello mojado como un perro—. Te va a terminar comprando un casco indestructible.
Pogue le lanzó una mirada de advertencia, pero no tenía fuerzas para discutir.
Caleb apareció desde el pasillo con el botiquín de primeros auxilios en la mano. Su semblante seguía serio, pero sus pasos eran rápidos.
—Selene, ¿puedes ayudarme con esto? —le pidió, mientras dejaba el botiquín sobre la mesa de centro.
—Claro —respondió ella, acercándose al sofá donde Pogue ya se preparaba para el vendaje.
—Primero lo primero: curar esa herida —dijo con voz firme, aunque sus manos eran delicadas y precisas.
Selene abrió el botiquín, sacó gasas y desinfectante. La herida parecía más superficial de lo que se veía al principio, pero sangraba con lentitud.
—Esto va a arder un poco —advirtió.
—Sólo un poco, ¿eh? —dijo Pogue con una media sonrisa, cerrando los ojos.
Selene limpió con cuidado mientras Caleb sujetaba el brazo de Pogue para mantenerlo estable. La escena era íntima, casi ritual: sangre, manos, fuego extinguido… y lluvia de fondo.
—¿Por qué siento que esto es apenas el primer acto de algo más grande? —preguntó Tyler, apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados.
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Editado: 20.08.2025