Al día siguiente
El sol apenas comenzaba a filtrarse por la ventana, tiñendo la habitación con un resplandor dorado y tibio. Tyler fue el primero en despertar. Sentía el peso suave de Selene acurrucada contra su pecho, su respiración pausada rozándole la piel como una melodía tranquila.
La observó en silencio, como si el tiempo se hubiera detenido para regalarle ese instante. Con suavidad, acarició la línea de su mandíbula, deteniéndose en el arco de su mejilla, trazando su silueta como si la dibujara con la punta de los dedos en su memoria.
Selene se movió ligeramente, respondiendo al roce. Sus ojos se abrieron con lentitud, aún pesados por el sueño, y lo miraron entre sonrisas.
—¿Me estabas espiando mientras dormía? —susurró, con la voz rasposa de recién despertar y una ceja levantada en gesto divertido.
Tyler dejó escapar una risa suave, sin apartar la mano de su rostro.
—No es espionaje si estoy admirando algo tan hermoso.
Selene rodó los ojos con fingida exasperación, pero no pudo ocultar la sonrisa que se formó en sus labios.
—Qué romántico... y un poquito acosador.
Tyler fingió indignación mientras apoyaba la frente contra la de ella.
—Me declaro culpable —murmuró—, pero no me arrepiento de nada.
Ella soltó una risa cálida y dejó un beso fugaz en la comisura de sus labios antes de acomodarse mejor entre sus brazos.
Por un momento, el mundo parecía no existir fuera de aquella habitación. Solo ellos dos, el ritmo lento de la mañana, y el calor compartido de un amanecer sin monstruos.
Selene suspiró, estirándose con un gesto felino.
—Tenemos que levantarnos —dijo al fin—. No podemos quedarnos aquí para siempre.
Tyler, con pereza premeditada, pasó un brazo alrededor de su cintura y la atrajo más hacia él.
—¿ Si ya se?
—Selene ¿Y si hay un Tartareum Monstrum que podría estar causando caos allá afuera?
—Tyler Que espere —dijo mientras depositaba besos suaves en su cuello—. Necesito al menos cinco minutos más contigo.
Selene cerró los ojos un instante, dejándose llevar por la ternura del momento. Pero luego, suspiró con resignación y le dio un suave empujón en el pecho.
—Ty, en serio. Hoy llegan tus padres. No quiero que nos vean así…
Y justo entonces, como si el universo decidiera jugarles una broma…
Rosalind Simms, la madre de Tyler, empujó la puerta sin llamar, cargando una bolsa con panecillos y suéteres recién doblados.
—Cariño, traje unos… —se interrumpió en seco al verlos en la cama—. Oh… lo siento. Creí que estabas solo.
Y cerró la puerta con torpeza, desapareciendo al instante.
Selene se quedó congelada, con los ojos abiertos de par en par, mientras el rubor subía de golpe a sus mejillas. Luego, se cubrió el rostro con ambas manos, ocultando su vergüenza.
—Dios mío… quiero morirme.
Tyler soltó una carcajada, tratando de contenerla sin éxito.
—Al menos no fue mi Padre… aunque estoy seguro de que lo sabrá en cinco minutos.
Selene le dio un golpe suave en el brazo, aún sin mirarlo.
—Esto no es gracioso, Tyler.
—Solo un poquito —respondió él, con esa sonrisa encantadora que sabía usar cuando quería desarmarla.
Selene suspiró profundamente y se sentó en la cama, aún tapándose parte del rostro con las sábanas.
—Definitivamente tenemos que levantarnos ya.
Tyler se estiró con pereza y la siguió con lentitud.
—Está bien, pero esta es la última vez que no le pongo seguro a la puerta…
Ella lo miró de reojo, ya con una sonrisa renovada en el rostro.
—Sí, por el bien de tu madre… y de mi dignidad.
Ambos rieron mientras se preparaban para enfrentar el día, dejando atrás el calor de las sábanas, pero llevando con ellos la intimidad compartida que, por una noche —y tal vez por muchas más—, les había devuelto algo de paz.
Mientras tanto, en la casa de Selene,Demioz ya se había levantado.La luz matinal se filtraba a través de las persianas, dibujando líneas pálidas sobre las paredes de la cocina.Con movimientos mecánicos, casi ceremoniales, colocó una taza sobre la encimera y vertió en ella un poco de té negro, dejando que el aroma amargo impregnara el aire.
Mientras esperaba, un destello captó su atención. Un brillo sutil, casi imperceptible, proveniente del suelo, justo debajo de la mesa. Frunció el ceño.
Se inclinó con elegancia, como si incluso un gesto tan simple respondiera a un antiguo protocolo. Sus dedos encontraron el objeto rápidamente: un brazalete de plata, adornado con una esmeralda en el centro.
El corazón de la piedra aún latía con un tenue fulgor, como si recordara la calidez de quien lo había portado.
Demioz lo sostuvo entre sus dedos, contemplándolo con una mezcla de sorpresa y nostalgia. La curva de sus labios se suavizó en una media sonrisa, cargada de recuerdos.
—Así que… aún lo conservas —murmuró, con voz baja, casi reverente.
Durante un breve instante, su mirada se perdió en el vacío, atrapada entre memorias que no se atrevía a nombrar. Pero ese instante se desvaneció como el vapor del té humeante.
Volvió a guardar el brazalete con cuidado en el bolsillo interior de su abrigo, como si fuera un relicario secreto, algo demasiado preciado para ser dejado al azar.
Entonces, con una calma inquietante, llevó la taza a sus labios y bebió un sorbo, dejando que el amargor del té lo anclara de nuevo al presente.
Sus ojos, ahora más fríos, se posaron en el grimorio abierto sobre la mesa del comedor. Las páginas lo llamaban. El siguiente paso estaba cerca.
Y aunque el calor de la esmeralda aún se sentía contra su pecho, Demioz ya no se lo permitiría:el pasado era un lujo,el amor, un riesgo.Y él…no pensaba perder otra vez.
Mitras tanto al mismo tiempo Selene y Tyler se levantaron casi al mismo tiempo, aún envueltos en la intimidad de la noche anterior. Ella, con un leve rubor en las mejillas, se movía con cierta torpeza, mientras él sonreía divertido, con esa chispa en los ojos que delataba que la situación le parecía más entretenida que embarazosa.
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Editado: 02.09.2025