Mientras tanto, Demioz había llegado a casa.
Aún llevaba en las manos la vasija que contenía al Pestem parásito. La dejó con cuidado sobre la mesa del recibidor, colgó su abrigo en el perchero y se dejó caer en el sofá. La penumbra de la sala lo envolvió, junto con el eco de un pensamiento que no podía apartar: casi pierde a Selene.
Su voz se quebró apenas al murmurar para sí, con un tono cargado de frustración y resignación:—Tal vez el idiota del good boy de Simms tenía razón…… yo solo le hago daño. La pongo en peligro.Tal vez… sin mí esté mejor.
Se levantó con un suspiro y se dirigió a su habitación. Allí comenzó a doblar ropa con movimientos mecánicos, colocándola dentro de una pequeña maleta. Después, se acercó a la mesita de noche y tomó una fotografía: él y Selene, abrazados, sonriendo como si el mundo no tuviera sombras. La sostuvo un momento, atrapado por la nostalgia, con un peso denso de arrepentimiento hundiéndose en su pecho.
Con cuidado casi reverente, guardó la foto entre su ropa, cerró la maleta y salió de la habitación. Bajó las escaleras en silencio, el eco de sus pasos sonando hueco. Cuando giró el pomo de la puerta para irse, esta se abrió desde fuera. Selene estaba allí.
Sus miradas se cruzaron.Ella frunció el ceño, observando la maleta.—¿Y eso? —preguntó, con un hilo de incredulidad.
Demioz esbozó una sonrisa sin alegría.—Bueno, cariño… se cumplió tu deseo.Te dejaré de molestar. Me voy de tu casa.
Selene dio un paso hacia él.—¿Por qué?¿Es por lo que pasó con el Pestem?
—Sabes… tú y yo nunca hablamos después de que terminamos —dijo él, evitando su mirada.
—No quiero hablar del pasado —replicó ella.
Demioz soltó una risa breve, sin humor.—Sí… eso pensé que dirías.Pero espero que algún día lo hablemos.
—Entonces, ¿te vas por eso? —Selene lo miraba con una mezcla de rabia y desconcierto.
—Hoy casi vuelves a morir —respondió Demioz, su voz grave, contenida—. Porque ese maldito parásito entró en tu cuerpo.
—Sabes que no fue tu culpa —dijo ella, con un tono sereno, aunque sus manos temblaban apenas—. Saltó atraído por mi energía.
Demioz negó, con una media sonrisa amarga.—Mea bella smaragdi… fui imprudente. Y eso casi me cuesta lo más importante que he tenido. Me puse a pensar y… creo que me di cuenta de algo.
—¿De qué? —preguntó ella, inclinándose apenas hacia él.
—Todos tienen razón.Cuando estoy cerca, solo has salido herida…al borde de la muerte, en innumerables ocasiones. ——Apretó la maleta con una mano, como si le costara soltarla—. Así que tomé una decisión: me alejaré. Te dejaré libre. Vivir tu vida. Encontrar tu felicidad… como siempre la has añorado.
Selene lo miró confundida. Sentía un nudo en el pecho que no sabía cómo nombrar. Quería decirle que no se fuera, que él era lo único que le quedaba de su pasado —para bien o para mal—, pero ninguna palabra salió de su boca.
Demioz ladeó la cabeza, mirándola como si quisiera grabar su imagen antes de partir.—Ya no te molestaré más, cariño. Sé que me odias… así que supongo que mi partida te alegra.
Selene murmuró, apenas audible:—No te odio…
Demioz sonrió apenas al escuchar esas palabras y, con una dulzura inusual en él, le acarició la mejilla.—Me alegra oír eso… pero tú no me ves como yo a ti. Aún siento algo por ti, mea bella smaragdi.No sé qué exactamente… pero debo averiguarlo sin hacerte daño en el proceso.
Luego se levantó del sofá.—Algún día… hablaremos sobre lo que nunca pudimos decirnos.Lo que no se cerró del todo.
Selene lo miraba sin entender del todo. No sabía si lo que sentía por su partida era tristeza, rabia… o un apego a un pasado que no era capaz de soltar. Hasta que, sin darse cuenta, una lágrima rodó por su mejilla.
Demioz se acercó y le limpió la lágrima con el pulgar, con una delicadeza que contrastaba con todo lo que él era.—¿Estás llorando por mí, amor? Me halagas… pero no lo merezco. Alguien como yo no merece tus lágrimas.—Suspiró, y su expresión se endureció—.Solo espero que, cuando deje de lado mi orgullo y mi ego, y esté listo para pedirte perdón por todo el daño que te he hecho… no sea demasiado tarde.
Tomó la maleta, dispuesto a irse.
Selene lo detuvo, sujetándole el brazo con fuerza, su voz quebrada.—¿Y quién me ayudará con los Tartareum Monstrum?
Demioz sonrió de lado.—Supongo que tú podrás solucionarlo con los Hijos de Ipswich.Pero no te preocupes… aún no me iré de Ipswich. No hasta que se solucione todo este caos.
Se inclinó hacia ella, susurrando:—Estaré cerca… pero no tanto. Así que no te librarás de mí del todo, cariño. No hasta que todo acabe.
Sin más, le besó la frente. Luego abrió la puerta y se fue.
Selene permaneció de pie unos segundos, y después se dejó caer en el sofá. La puerta seguía cerrada, pero la sensación era como si hubiera quedado abierta una herida invisible. Tristeza, rabia, vacío… se suponía que lo odiaba, ¿no? Entonces… ¿por qué dolía tanto verlo marchar?
Selene se quedó de pie, inmóvil, con la mano aún extendida hacia el vacío donde segundos antes había estado el brazo de Demioz. La puerta se cerró con un clic seco, tan leve que cualquiera lo habría pasado por alto… pero para ella sonó como el eco de una despedida que nunca se permitiría aceptar del todo.
Sintió que algo invisible le apretaba el pecho, un peso incómodo que no provenía de magia ni de demonios, sino de algo mucho más humano: la certeza de que sus palabras no habían bastado para detenerlo.
Sus labios temblaron. Se mordió el inferior con fuerza, como si así pudiera impedir que la angustia se filtrara en forma de lágrimas.
En su mente, imágenes de él comenzaron a arremolinarse: su sonrisa insolente, las veces que había interpuesto su cuerpo entre ella y un peligro mortal, la calidez de sus manos sobre su rostro minutos atrás. Cada recuerdo traía consigo un aguijón contradictorio, mezcla de dolor y ternura.
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Editado: 02.09.2025