Los Hijos de Ipswich El lado oscuro del pacto

Capítulo 15, Parte I: El surgimiento de nuevas sombras

Mientras tanto, al mismo tiempo en el Nikki’s Bar, Reid y Pogue acababan de llegar. Apenas cruzaron la puerta, saludaron con gestos rápidos a un par de compañeros de la academia y fueron directo a la barra. El aire estaba cargado de música, risas y vasos chocando; la clase de ruido que apagaba pensamientos oscuros y disfrazaba preocupaciones. El lugar perfecto para olvidar —aunque fuera por unas horas— el mal sabor de boca que les había dejado Collins.

—Necesito un trago fuerte —murmuró Pogue, dejándose caer sobre el banco frente a la barra, mientras se pasaba una mano por el cabello.

Reid, con esa sonrisa arrogante que nunca abandonaba, chasqueó los dedos al barman.—Dos whiskys. Y no seas tímido con el hielo, amigo.

El camarero asintió y se giró de inmediato. Pogue lo miró de reojo, arqueando una ceja.—¿En serio whisky? A ti no te dura ni dos sorbos.

Reid soltó una carcajada, inclinándose hacia él con aire burlón.—¿Y? No vine a hacerme el santo. Vine a olvidarme de Collins y su cara de “idiota caído en desgracia”.

Pogue bufó, aunque no pudo evitar que una sonrisa le cruzara el rostro.—Siempre tienes un apodo para todos, ¿no?

—Obvio. ¿Qué sería de este mundo sin mi talento para ponerle estilo a las cosas? —Reid tomó el vaso en cuanto el barman lo dejó frente a él y lo alzó, dedicándole una sonrisa descarada a un par de chicas que reían cerca de la mesa de billar.

Pogue rodó los ojos y bebió un sorbo del suyo, más calmado. Aun así, en su mirada se notaba el cansancio acumulado, las sombras de la preocupación que ni el alcohol ni las bromas podían borrar del todo. Reid lo notó, aunque prefirió suavizar el ambiente con una broma.

—Vamos, bro. Si me pones esa cara toda la noche, las chicas van a pensar que soy tu niñera y no tu compañero de tragos.

Pogue rió entre dientes, negando con la cabeza.—Eres un imbécil… pero de los divertidos.

—Exacto. El mejor tipo de imbécil. —Reid sonrió ampliamente, levantando el vaso como brindis improvisado.

Los dos chocaron sus copas, y en ese instante, entre risas, humo y música, dejaron que la tensión se desvaneciera aunque fuera un poco. El peso del apellido Ipswich y el nombre de Collins quedaban, por unas horas, al otro lado de la puerta del bar.

Las dos chicas de la mesa de billar no tardaron en acercarse, atraídas por la seguridad descarada con la que Reid levantaba el vaso. Una de ellas, de cabello rubio y mirada atrevida, apoyó un codo en la barra.—¿Y a qué se debe ese brindis?

Reid ladeó la sonrisa, casi como si hubiese estado esperando la pregunta.—A la vida, preciosa. Y a que esta noche merece ser mejor que la de ayer. —Alzó el vaso hacia ella, antes de darle un trago largo.

La amiga, una Castaña de ojos brillantes, miró a Pogue con curiosidad.—¿Y tú? Se nota que no sonríes tanto como tu amigo.

Pogue, que apenas estaba saboreando su whisky, soltó una risa baja.—Alguien tiene que mantener los pies en el suelo mientras él intenta volar.

Las chicas rieron, y Reid no perdió tiempo en replicar, señalando a Pogue con un gesto exagerado.—¿Lo ves? Es mi ángel guardián… aunque la mayoría del tiempo prefiere hacer de aguafiestas.

Pogue lo empujó con el hombro, fingiendo molestia.—Y aún así siempre termino sacándote de los líos.

El grupo se rió. La pelirroja inclinó la cabeza hacia Reid.—¿Siempre son así?

—Siempre —contestó Pogue antes que Reid, sonriendo de verdad esta vez.

Reid levantó las manos como si fuera un acto solemne.—Lo nuestro es camaradería de alto nivel. Puede que discutamos, pero al final del día… —hizo un gesto con la mano, señalando a Pogue— este tipo es mi amigo.

El comentario, aunque vestido de broma, llevaba un peso real. Pogue lo miró de reojo, y con un leve asentimiento alzó su vaso.—Eso no lo voy a negar.

Chocaron las copas otra vez, y las chicas, encantadas con la química entre ellos, sonrieron cómplices. La música subía de volumen, las luces se mezclaban en destellos de colores, y por un instante, Reid y Pogue lograron lo que habían ido a buscar: olvidar el mundo exterior y simplemente disfrutar de la noche, con risas, compañía y la certeza de que, pase lo que pase, se respaldaban mutuamente.

La música vibraba en el aire cuando la puerta se abrió de nuevo. Una corriente fresca entró junto con la silueta de una chica que de inmediato robó la atención. Su andar era seguro, casi felino; cada paso que daba resonaba con una confianza natural que hacía que más de una mirada se desviara hacia ella.

El cabello castaño claro le caía en ondas suaves sobre los hombros, enmarcando unos ojos miel que brillaban con un matiz travieso bajo las luces cálidas del bar. El vestido corto, de falda suelta en tono crema, parecía flotar con cada movimiento, etéreo y delicado, contrastando con la chamarra de cuero negra que añadía un filo rebelde a su encanto. Un par de zapatillas negras cerradas completaban el conjunto, y el pequeño diamante de su collar centelleaba como una chispa en la penumbra.

Reid, que estaba a medio trago, bajó lentamente el vaso sin quitarle los ojos de encima.—Mira nada más… —susurró, con esa sonrisa que solía anunciar problemas—. ¿Quién es esa belleza?

Pogue, curioso, siguió su mirada. Observó a la chica con calma, meditando un segundo antes de soltar una leve risa por lo bajo.—No lo sé… pero definitivamente no está nada mal.

Reid arqueó una ceja con la emoción chisporroteando en sus ojos azules.—Entonces tenemos. Averiguarlo.

Sin más, se deslizó fuera de la barra con ese aire despreocupado y arrogante que lo caracterizaba, mientras Pogue lo siguió, más relajado, aunque con una sonrisa divertida que delataba su complicidad.

La chica acababa de tomar asiento en una mesa vacía, cruzando una pierna sobre la otra, el vestido cayendo con gracia sobre sus rodillas. Se acomodó un mechón de cabello tras la oreja, revelando los delicados aretes que brillaron bajo la luz.




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