Los hijos de la Ia: crónicas de una humanidad rota

Umbrales y Cicatrices

El silencio en el refugio aquella mañana era distinto,no era el silencio reconfortante del día en que crees que todo se ha calmado, sino uno denso, cargado de anticipación. Llevaban tres días haciendo planes, pero ya Gael ajustaba la correa de su mochila mientras Abigail revisaba por quinta vez el botiquín, sus manos temblaban pero su rostro se mantenía imperturbable, y es que ya se preparaban para irse de las instalaciones después de decidirse por salir en busca de respuestas.

—¿Tienes las tabletas de yodo? — preguntó Gael sin mirarla, era metódico, se notaba en sus movimientos que estaba preparado.

—Si — Abigail respondió sin mirarlo, y con un clic seco se cerró la cremallera metálica.

Kira los observaba desde un rincón, los brazos cruzados,el seño fruncido como si cada roce de los preparativos fueran un golpe bajo para su autoestima.

—¿Realmente te irás con ella Gael?— escupió mirando a Abigail con desdén nada simulado— Ella será solo una carga allá afuera.

Gael se giró lentamente, su mirada dijo mucho más de lo que sus palabras pudieran llegar a decir, la determinación era evidente, aunque ni el mismo supiera que lo impulsaba a tomar aquella decisión, y entonces habló.

— Prefiero una carga que tener que mi lado a un fantasma que solo respira para juzgar — respondió Gael.

— Si mueres allá afuera no iré a buscar tú cadáver— dijo Kira destilando rabia.

— No espero que lo hagas, ¡y ya basta!, hemos hablado de esto ya, es lo que haré y no hay vuelta atrás.

Kira mostró su molestia, Abigail no intervino, pero los ojos de ambas se encontraron, y por un minuto se vieron sin máscaras: miedo, celos, inseguridad. Kira dio la vuelta sobre sus talones y desapareció por el pasillo.

Mientras descienden por el túnel que conectaba el refugio con el exterior Abigail susurró

—¿Qué pasa entre ustedes?

—Nada por lo que tengas que preocuparte, ahora no hablemos más, tenemos mucho camino por recorrer — respondió Gael tajante.

***

La luz del sol los golpeó como una bofetada. El mundo exterior era un lienzo de ruinas oxidadas y naturaleza salvaje que reclamaba lo que alguna vez fue civilización. Abigail se cubrió el rostro mientras sus ojos se adaptaban. El aire olía a óxido, humedad y libertad, caminaron durante horas guiados por un mapa que Gael dibujaba en su mente ayudado por sus implantes y mejoras. Hablaban poco, pero cuando lo hacían las palabras eran pesadas, hablaban solo lo necesario.

— Se que ha sido tú decisión acompañarme, pero al menos te dignarás a decirme a dónde vamos ¿No?

— Al Umbral — respondió Gael como si fuera la respuesta más obvia.

—¿Qué es el Umbral exactamente? — preguntó Abigail, con un suspiro sonoramente audible, mientras bordeaban un vehículo oxidado.

— Una brecha, un punto de quiebre donde la realidad se distorsiona, algunos dicen que es una herida en el tiempo, otros que es una puerta hacia algo más, hay quien dice que es el principio de todo y que también es donde se puede encontrar el final.

—¿Y tú qué creés?

— Que solo lo sabremos cuando lleguemos allí, solo estoy seguro de que si queremos respuestas tenemos que llegar hasta allá.

Caminaron en silencio un par de horas más, y fue en una curva del camino, mientras avanzaban por un paraje de musgo negro y árboles caídos que todo cambió. Primero fue un chasquido en la maleza, luego un zumbido agudo propio de una descarga, era un grupo de caza recompensas que emergía de entre los arbustos como sombras afiladas.

El ataque fue rápido, preciso, como si supieran exactamente donde estarían, Gael empujó a Abigail tras una roca mientras disparaba su arma improvisada. Pero no fue lo suficientemente rápido, una descarga la impactó, aunque no la dejó inconsciente el disparo le arrancó un jadeo y luego el líquido vital corría por su sien, no había tiempo para quejas, sabía, además, que su nano sistema se encargarían de curarla. Todo se volvió confusión, disparos, gritos. Cuando Gael logró reducir a los últimos atacantes corrió hacia ella.

— ¡Abby! ¿Estás bien? — gritó arrodillándose a su lado, en su voz se notaba más tensión de la necesaria.

Ella tenía un golpe en la frente y parte de su ropa desgarrada, pero respiraba, luego del primer impacto había seguido luchando, pero era como si todos la tuvieran a ella como objetivo.

—¿Quiénes eran?

— Cazarrecompensas — respondió Gael— parece que alguien ha puesto precio a nuestras cabezas.

— Creo que ambos sabemos quién fue, solo una persona conoce nuestro destino.

— Déjame curarte — gruñó Gael sin querer seguir tocando el tema, mientras buscaba en la mochila lo necesario —¿Puedes moverte?

—¿Sabes lo que haces? — se quejó Abigail entre dientes.

— Se más de lo que crees — replicó con un tono en el que quería denotar firmeza, aunque el temblor de sus manos lo delataban.

Mientras curaba la herida, sus cuerpos estaban tan cerca que el calor entre ellos parecía más peligroso que cualquier bala. Gael la miraba fijamente con el sudor resbalando por su cuello, Abigail evitaba sus ojos, pero no sus labios que parecían llamarla.




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