Los hijos de la Ia: crónicas de una humanidad rota

Ruinas de la verdad

Sus cuerpos aún temblaban, el sudor mezclado, los latidos desordenados, los labios marcados por una guerra que no sabían si la habían peleado o perdido. Gael la tenía entre sus brazos, pero no era paz lo que sentía, se sentía extraño, como si el deseo no hubiera sido completamente de él, como si no hubiera nacido de ellos, como si no hubieran tenido elección. Abigail aún respiraba agitada, pero no lo miraba, mantenía los ojos en el techo, vacíos, y una sola pregunta rondaba en su mente ¿Por qué lo hice?, no era amor, tampoco era odio, pero dolía, porque era un impulso, fue algo que no habían podido evitar.

Gael:

Mientras le acariciaba la espalda solo podía pensar: Esto no fue solo mío, esto no fue solo mi deseo reprimido ... es algo más, algo que me quema y consume cada vez que la toco, que respiro su olor, ¿y si no soy yo? ¿y si nunca fuimos los dos? ... Aún así no me arrepiento, volvería a besar sus labios otra vez.

Abigail:

No lo conozco, no sé quién realmente es, aún así, mi cuerpo lo deseó, no, mi cuerpo lo necesitaba. ¿Y si no fui yo? ¿Y si me están usando otra vez ... como antes? Aún así ... no me arrepiento de nada, lo volvería hacer.

Ambos se mantuvieron callados, pero en el aire había una tensión que no solo olía a sexo, era algo más, era el comienzo de algo más fuerte, pero el amor no debía dolor así, aún así, los estaba desgarrando por dentro.

La luz del amanecer acariciaba las ruinas del refugio improvisado donde Abigail y Gael habían pasado la noche. La respiración de ambos llenaba el aire dentro del lugar mezclándose con el aroma a sudor, tierra y deseo no del todo saciado.

Abigail fue la primera en levantarse, se vistió en silencio, con movimientos suaves pero tensos. Sabía que el tiempo se agotaba, que lo que acababa de vivir con Gael era un punto sin retorno, pero también sabía que no podía, no quería detenerse.

— ¿Estás bien? — preguntó Gael con la voz todavía rasposa.

— No lo sé — respondió ella sin mirarlo — Pero no podemos quedarnos aquí, continuemos a lo que veníamos, aunque sigo sin confiar en ti.

No dijeron más, al menos no por ahora, recogieron sus cosas y emprendieron el camino hacia El Umbral. El aire matinal era fresco, pero no lograba apagar el calor que persistía entre sus cuerpos, aquello seguía manteniéndolos incómodos a ambos. A medida que caminaban entre los escombros de una ciudad olvidada los silencios se fueron llenando de palabras que pensaban más que las piedras, aunque sin volver a tocar el tema sobre lo sucedido la noche anterior.

— ¿Por qué te uniste al ejército? — preguntó Abigail de pronto.

Gael la miró de reojo, dudó pero al final respondió.

— Porque no tenía otra opción, me criaron para obedecer, para servir. No sabía hacer otra cosa.

— ¿Y te gustaba? Servir, digo.

— Al principio, si, sentía que era útil, sentía que ... pertenecía a algo, pero con el tiempo vi lo que hacíamos, lo que le hacíamos a los que no encajaban y empecé a cuestionarlo, me cuestioné a mí mismo.

— ¿Fuiste parte de la represión?

— Si — la respuesta fue un susurro, como una confesión que aún dolía — Hasta que no pude más.

Abigail asintió en silencio, en su fuero interno sentía que comprendía lo que Gael le contaba.

— ¿Y cómo terminaste afuera?

— Me asignaron a una misión de recuperación en una base científica ... Lo siento Abby, no creo ser capaz de contarte más, ahora mismo hasta yo cuestiono mi pasado, las cosas que dijo el profesor, el que ambos recordariamos, ¿y si todo lo que recuerdo no es real?

El silencio volvió a instalarse entre ellos mientras el camino los guiaba por una antigua carretera rota y devorada por la maleza. Los pasos de Abigail eran rápidos, tensos, como si quisiera alejarse, Gael la seguía más atrás sin decir nada, como si supiera que cualquier palabra en ese momento sería una chispa peligrosa. Pero la chispa llegó y no fue de ninguno de ellos.

— Que irónico ... encontrarla viva y al lado del ejecutor.

La voz surgió del costado del sendero, como un susurro salido del polvo, ambos giraron al mismo tiempo para ver cómo un hombre emergía entre los árboles torcidos, envuelto en un abrigo desgastado por los años, con la barba grisácea y los ojos hundidos que pese al tiempo conservaban un brillo lucido que llegaba a aterrorizar. Llevaba consigo una pequeña maleta metálica y un brazalete que se veía antiguo y que Abigail reconoció sin saber el por que.

— ¿Quién eres? — preguntó Gael en posición defensiva.

— Mi nombre es Eron Malk — respondió sin dudar aquel hombre extraño — Fui parte del grupo de científicos que trabajó en el Proyecto Génesis junto a ustedes, y tú Abigail ... tú eres nuestra obra maestra.

El mundo pareció detenerse, la cabeza de Abigail giraba sin entender que era lo nuevo que se presentaría.

— ¿Qué? ... ¿Cómo me encontraste? — sus preguntas salían sin fuerzas.

— No es difícil rastrear lo que uno a creado — respondió con una sonrisa rota — Y aunque no debo hacerlo creo que es necesario que sepas toda la verdad. No fuiste una víctima Abigail, fuiste voluntaria, tú pediste formar parte del experimento, incluso lo exigiste ... Dijiste que querías ser libre por fin.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.