Dante despertó sobresaltado. El golpe en la puerta la noche anterior había sido real, pero cuando finalmente se atrevió a abrirla, no había nadie allí. Solo el viento frío de la madrugada y el eco de su propia respiración contenida. Había pasado horas sentado frente al manuscrito, intentando encontrar una explicación racional, pero cuanto más lo leía, más sentía que algo—o alguien—lo observaba desde las sombras.
Por la ventana de su departamento se podía ver que la ciudad estaba iluminada por lo cual decidió salir. Necesitaba respuestas, y la única persona que podía ayudarle era Adrián, su colega en la universidad, un historiador experto en mitología antigua. Llegó a su oficina en el campus al atardecer, justo cuando la luz empezaba a desvanecerse entre los edificios góticos.
—¿Todo bien? Pareces haber visto un fantasma —dijo Adrián, observándolo con cautela.
Dante dudó. ¿Cómo explicar lo que había leído sin parecer un lunático? Decidió ir directo al punto.
—Encontré un manuscrito —dijo, sacando el libro de su mochila y dejándolo sobre el escritorio de madera—. Es más antiguo de lo que parece. Habla de vampiros como si fueran reales, como si existieran entre nosotros.
Adrián arqueó una ceja y, sin responder, pasó los dedos sobre la portada ajada. Algo en su expresión cambió.
—¿Dónde conseguiste esto? —preguntó, su voz apenas un susurro.
—En la biblioteca bajo la catedral. Pero esta pasando algo raro… cada vez que leo ciertas partes, es como si el texto cambiara. Como si supiera que lo estoy leyendo.
El silencio entre ellos se volvió denso. Adrián abrió el libro con cuidado y comenzó a pasar las páginas, hasta que su mirada se detuvo en una frase escrita con tinta oscura:
"Cuando la sangre llama, no hay vuelta atrás."
De repente, la temperatura en la habitación descendió. Dante sintió un escalofrío recorrer su espalda justo antes de que las luces parpadearan y un golpe resonara en la ventana. Ambos giraron la cabeza al mismo tiempo.
Fuera, en la calle vacía, una figura alta y delgada los observaba desde la acera. No se movía, no pestañeaba. Solo miraba, como si los estuviera evaluando.
Adrián cerró el libro de un solo golpe y se levantó con velocidad.
—Dante, tenemos que salir de aquí. Ahora.
Pero era demasiado tarde. En un instante, la figura desapareció… y el sonido de pasos resonó en el pasillo detrás de ellos.
Dante sintió que su pulso se aceleraba. Algo les estaba acechando. Algo que no pertenecía a este mundo.