Dante difícilmente podía procesar lo que tenía frente a él. Su nombre, escrito en aquel documento antiguo, era imposible de ignorar. La tinta gastada, el papel quebradizo por el tiempo… todo indicaba que ese archivo no era reciente. Pero eso no tenía sentido. ¿Cómo podía estar allí si él no había nacido hasta siglos después?
Adrián, a su lado, estaba igual de desconcertado. Su mirada recorría el pergamino con incredulidad, tratando de encontrar una explicación lógica.
—Debe ser una coincidencia —susurró. —Alguien más debió llamarse igual que tú.
Dante negó con la cabeza lentamente.
—No creo en coincidencias. No después de todo esto.
El desconocido, que hasta ahora había estado en silencio, soltó una breve risa. No era de burla, sino de comprensión.
—No es una coincidencia. Es un ciclo.
Dante frunció el ceño.
—¿Un ciclo?
El hombre asintió, agarró el documento entre sus dedos y presionó sus ojos en las líneas desgastadas.
—Cada generación, la sangre de los antiguos busca regresar. No siempre lo logra. Algunos nombres quedan enterrados en la historia. Otros… se despiertan.
Dante sintió un escalofrío recorrer su piel.
—¿Y qué significa eso?
El desconocido lo miró con intensidad, su expresión grave.
—Significa que no solo descubriste el manuscrito. Significa que te estaba esperando.
El silencio en la habitación se volvió absoluto. Adrián abrió la boca para decir algo, pero le fue difícil encontrar palabras. Dante solo pudo escuchar su sonido de respiración acelerado.
—Tienes dos opciones —continuó el hombre—. Puedes intentar huir, ignorar esto y vivir tu vida como si nunca hubieras encontrado el libro. O… puedes aceptar lo que eres.
Dante sintió el peso de aquella decisión hundirse en su pecho.
—¿Y si elijo ignorarlo?
El hombre solo apoyó las manos sobre la mesa, inclinándose levemente hacia él y le dijo.
—Los vampiros no olvidan. Te buscarán.
Adrián tomó aire bruscamente.
—Esto es una locura. Dante, no tienes que hacer esto.
Dante cerró los ojos por un segundo.
No tenía que hacerlo. Pero, en lo más profundo de su mente, algo le decía que ya había tomado una decisión incluso antes de entrar en esa habitación.
Cuando los abrió, su mirada era firme.
—¿Qué implica aceptarlo?
El desconocido sonrió.