El mundo a su alrededor se desmoronaba. Dante cerró los ojos, intentando aferrarse a la realidad, pero era imposible. Las voces que antes parecían susurros ahora resonaban con fuerza en su mente. No eran solo sonidos… eran recuerdos.
Pero no eran suyos.
Cada imagen que surgía en su cabeza lo hacía sentir como si estuviera viviendo una vida que no le pertenecía. Lugares que nunca había visitado, personas que nunca había conocido. Guerras, conspiraciones, rostros marcados por el paso del tiempo…
Y en medio de todo, una figura. Un hombre de ojos oscuros, vestido con ropajes antiguos. Su presencia no era imponente, pero irradiaba una autoridad que podía sentirse en cada fibra del cuerpo de Dante.
"Recuerda quién eres."
Dante respiró hondo, sintiendo el peso de aquellas palabras hundirse en su pecho. Algo dentro de él empezaba a encajar. Las piezas de un rompecabezas enterrado en la historia.
Adrián, que había estado observándolo en silencio, finalmente se atrevió a hablar.
—Dante… ¿estás bien?
Su voz sonaba lejana, como si llegara desde otro plano. Dante abrió los ojos, y por un instante, la luz de la vela parpadeó, proyectando sombras que no deberían estar allí.
—Lo conozco —murmuró.
Adrián frunció el ceño.
—¿Conoces a quién?
Dante pasó una mano por su rostro, sintiendo su propia piel más fría de lo habitual. Era el efecto de la sangre.
—Al hombre del recuerdo. Sé que lo he visto antes… pero no en esta vida.
El desconocido que los había guiado hasta allí se mantuvo en silencio, observándolo con detenimiento.
—No es un simple recuerdo —dijo con voz serena—. Es una advertencia.
Dante levantó la mirada.
—¿Advertencia de qué?
El hombre tomó aire lentamente, como si estuviera eligiendo sus palabras con extremo cuidado.
—Y dijo la historia está a punto de repetirse.
El aire en la habitación se volvió pesado. Adrián dejó escapar un suspiro, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
—¿Qué significa eso?
El desconocido miró directamente a Dante, y en su expresión había algo nuevo. Respeto.
—Significa que tú no eres el primer Dante Allister. Y que el último no sobrevivió lo suficiente para contar su historia.
Dante sintió que el mundo volvía a inclinarse bajo sus pies.
La sangre no solo lo había cambiado. Lo había marcado.