Capítulo 23
Sótano de la Mansión Höller, vecindario privado de Renania, Santiago de Surco, Lima, Perú.
Tras entablar contacto con Ileana, Amelia miró a Mammon con desprecio. Hacer que un mago oscuro y dos orcos poseídos por demonios estuvieran andando por la mansión no era parte de su plan para llevarse a Calipso, eso solo lo hizo para hacer daño a los indefensos miembros de la familia que se quedaban desprotegidos al irse los más fuertes a detener el avance de los clanes vampíricos que marchaban hacia territorio Dracul. Ante esa reflexión, Amelia se percató que el plan preparado por Mammon para tomar a Calipso como prisionera ni siquiera estaba bien organizado, por lo que la llegada del Príncipe del Inframundo fue solo un impulso que este tuvo, esperando tener suerte.
- Tu padre no sabe que estás aquí con la piedra de luna, ¿verdad? –la sonrisa que Mammon tenía al ver que Amelia se percató de los intrusos que estaban en los otros pisos de la mansión, se le borró porque había sido descubierto-. Has venido sin un plan, recurriendo a un posible golpe de suerte. Qué tonto.
- ¡No te atrevas a insultarme! ¡Ramera de perros! –el insulto que Mammon lanzó a Amelia hizo que esta se enojara. A la hija de la Madre Luna no le molestó que la llamara ramera porque sabía muy bien que no lo era, pero no le gustó que llamara perro a Stefan, su amado licántropo. Con un simple movimiento de ceja, la piedra de luna que colgaba del cuello de Mammon se desplazó hacia las manos de la hija de la deidad de los pueblos sobrenaturales.
- A tu padre no le va a gustar para nada que hayas actuado sin pensar. Tu plan para hacer a Calipso prisionera falló, y ahora pierdes una de las tres piedras de luna que le costó tanto trabajo obtener a tu hermano Leviatán. Creo que después de esto, vas a perder el derecho al trono –Mammon empezó a sentir un fuerte dolor en todo su ser, ya que la divinidad de Amelia lo dañaba al no tener la piedra de luna para absorber esa energía. Aunque estaba muy maltratado, quiso acercarse a ella para quitarle aquello que Satanás desconocía que su primogénito había tomado sin su permiso, pero se golpeó contra una pared invisible que la hija de la divinidad de los sobrenaturales había alzado para su protección.
- ¡Nooooo! ¡No puedo perder otra vez! –gritaba Mammon tratando de romper la barrera invisible con sus manos.
- Lo siento, pero ese es tu destino –dicho eso, Amelia abrió un portal con el tronar de sus dedos, y con un movimiento de su mano, obligó a Mammon a cruzarlo, retornándolo al Inframundo.
Tras informar a Calipso que podía salir de su escondite, Amelia se teletransportó hacia donde sintió la presencia de los vampiros Darius y Kotaro. Ellos acababan de acomodar sobre la cama de Lena a la pequeña y a su padre. El poder del vampiro japonés no solo sanó las heridas del brujo, sino que también restituyó sus ropas, por lo que no había ninguna señal de haber sufrido un violento ataque que lo dejó al borde de la muerte. Ambos vampiros salían de la habitación cuando Amelia apareció delante de ellos. Kotaro de inmediato hincó una rodilla sobre el suelo, adorando a la hija de la Madre Luna, pero Darius se quedó parado sin opción a reaccionar por lo impresionado que estaba al tener enfrente de él a una mujer demostrando tremendo poder cuando unas semanas atrás era una simple humana.
- Creo que tu capacidad de reacción rápida solo sirve cuando estás en situaciones de vida o muerte –dijo Amelia sonriendo. Darius entendió que se dirigía a él, que estaba bromeando con él. Kotaro alzó ligeramente la cabeza para mirar al General Dracul, y al notar que este aún no reaccionaba, lo jaló de los pantalones, haciendo que cayera toscamente.
- ¡¿Acaso no te han enseñado a respetar a la divinidad?! ¡Ella es la hija de la Madre Luna! –dijo Kotaro a Darius en un inaudible susurro que el vampiro como Amelia pudieron escuchar.
- Y a ti, ¿sí? –repreguntó Darius mostrando asombro.
- Kotaro, como al resto de vampiros por nacimiento que lograron rescatar del Clan Hagi, conoce a mi madre y sabe de mí. Desde que fue arrancado de los brazos de sus padres, mi madre lo ha visitado en sueños, para ayudarle a no perder las esperanzas, ya que el momento de dejar la esclavitud llegaría –la respuesta de Amelia hizo que Kotaro sonriera agradecido, aunque el mostrar sus colmillos lo hacía lucir un poco aterrador.
- Perdón por mi falta de tino. Te recuerdo como humana, y encontrarte manifestando tanto poder, me aturde –se disculpó así Darius, agachando la cabeza.
- Entiendo. Además, no debió ser fácil enfrentar la situación que acabas de vivir. El padre de tu predestinada estuvo a punto de morir. Si no fuera por tu rápida reacción y toma de decisiones, ahora estaríamos llorando a Ravi –Amelia miraba con ternura a Darius, quien se llevó una mano al pecho al empezar nuevamente su corazón a latir al recordar el breve momento que pudo tener a Lena, siendo una niña, entre sus brazos.
- ¿Tu predestinada? –preguntó Kotaro notoriamente confundido.
- Sí. La pequeña que acabamos de dejar durmiendo al lado de su padre es mi predestinada –respondió Darius sintiendo un poco de vergüenza, la cual no se le notó porque su pálida piel no permitía que ese gesto se marcara en su rostro.
- Por eso tanta diligencia al cuidar que lo vivido por ella sea interpretado como una pesadilla –dijo Kotaro sonriendo pícaramente al General Dracul, quien bufó molesto para que el joven vampiro japonés dejara de molestarlo.
- Por favor, no se vayan a pelear –bromeó una vez más Amelia mostrando que disfrutaba el momento-. Ambos se han portado como todos unos héroes, rescatando a Lena –y miró a Darius- y sanando las graves heridas de Ravi –y miró a Kotaro-. Al haber ayudado a mi familia, les estoy profundamente agradecida –y Amelia hizo una reverencia enfrente de ambos, cosa que sorprendió muchísimo a Kotaro y dejó frío a Darius-. Ahora sí, es momento de que regresen a Bran. Están a nada de recibir un ataque, y ambos son necesarios en el campo de batalla.