Los Hijos Del Abismo

Parte 1

Los Hijos del Abismo

Capítulo 1: La Grieta

El cielo sobre Elarion se partió en silencio.

No hubo estruendo, ni luz cegadora. Solo una grieta negra, como una cicatriz en el firmamento, que se abrió lentamente sobre la ciudad flotante. Max lo vio desde la torre de vigilancia, con los ojos fijos y el corazón latiendo como si algo dentro de él despertara.

—¿Lo ves también? —preguntó Axel, su hermano menor, con la voz temblorosa.

Max asintió. No era la primera vez que veía esa grieta. Desde niño, la había soñado. Pero esta vez no era un sueño.

Maya llegó corriendo, con su tablet holográfica en mano y el cabello revuelto por el viento.

—No es natural —dijo, agitada—. Esa cosa... está emitiendo una señal. Una frecuencia que no pertenece a este mundo.

Los tres se quedaron en silencio. De la grieta comenzó a caer una lluvia negra, espesa como tinta. Y con ella, descendieron los primeros.

Criaturas aladas, deformadas, con ojos que brillaban como brasas. No eran ángeles. Eran algo más antiguo. Algo que había sido desterrado del cielo y ahora buscaba venganza.

Max sintió que algo dentro de él se activaba. Un símbolo en su brazo comenzó a arder. Axel cayó de rodillas, sus ojos en blanco. Maya gritó, pero no de miedo... sino de reconocimiento.

—Son los Hijos del Abismo. La profecía es real.

Desde lo alto, la ciudad flotante comenzó a temblar. Las alarmas no sonaban. Los sistemas no respondían. Era como si la tecnología misma se negara a enfrentar lo que venía.

Max se acercó a Axel, que murmuraba palabras en un idioma que ninguno de ellos conocía. Maya intentó acceder a los archivos ocultos del gobierno, buscando respuestas. Lo que encontró fue peor que cualquier invasión.

—Nos han estado preparando para esto —dijo, con la voz quebrada—. Desde antes de que naciéramos.

La grieta se expandió. Y con ella, el terror apenas comenzaba.

Los Hijos del Abismo

Capítulo 2: Ecos del Vacío

La ciudad flotante de Elarion estaba en silencio, pero no por calma. Era el tipo de silencio que precede al colapso.

Max observaba a Axel, aún de rodillas, murmurando en aquel idioma imposible. Las palabras parecían resonar en el aire, como si el vacío mismo las repitiera. Maya seguía conectada a los servidores ocultos, sus dedos temblando sobre la pantalla.

—Hay registros —dijo finalmente—. De hace más de cien años. Hablan de una grieta similar, pero fue sellada. Por alguien llamado El Custodio.

Max se levantó. El símbolo en su brazo seguía ardiendo, pero ahora parecía responder a las palabras de Axel. Cada frase que su hermano pronunciaba hacía que el símbolo brillara con más fuerza.

—¿Quién es El Custodio? —preguntó.

—No lo sé —respondió Maya—. Pero según esto, los Hijos del Abismo fueron encerrados por él. Y solo podrían regresar si tres portadores despertaban.

Axel dejó de murmurar. Levantó la cabeza. Sus ojos ya no estaban en blanco, pero algo en su mirada había cambiado.

—Somos los tres —dijo con voz grave—. Max, Maya... y yo. Somos los portadores.

Un estruendo sacudió la ciudad. Desde la grieta, una figura descendía lentamente. No tenía alas. Su cuerpo era humo y metal, y su rostro estaba cubierto por una máscara rota.

—Ese no es un ángel —susurró Maya—. Es algo peor.

La figura habló sin mover los labios. Su voz se escuchó en cada rincón de Elarion.

—El Custodio ha caído. El sello se ha roto. Y ustedes... ustedes son el sacrificio.

Max sintió que el aire se volvía más denso. La ciudad comenzó a inclinarse, como si la gravedad misma estuviera siendo alterada. Maya gritó, intentando mantener el equilibrio. Axel extendió los brazos, y el símbolo en su pecho se encendió.

—No somos sacrificios —dijo Max, con la voz firme—. Somos los herederos.

La figura se detuvo. Por primera vez, pareció dudar.

Y entonces, desde el fondo de la grieta, algo más comenzó a subir. Algo que ni siquiera los Hijos del Abismo querían liberar.

El verdadero terror estaba por llegar.

Los Hijos del Abismo

Capítulo 3: El Susurro del Metal

El cielo sobre Elarion ya no era azul. La grieta había comenzado a devorar la luz, y la ciudad flotaba bajo un manto de sombras líquidas que se movían como si tuvieran voluntad propia.

Max, Axel y Maya corrían por los pasillos del núcleo central. Las puertas automáticas se abrían y cerraban sin control, como si algo estuviera interfiriendo con la red. Maya intentaba mantener la conexión con los servidores, pero cada paso los alejaba más de la señal.

—Nos están aislando —dijo Maya—. Quieren que estemos solos.

Axel caminaba en silencio. Desde que la figura descendió, algo en él había cambiado. Su voz era más profunda, sus movimientos más precisos. Max lo observaba con preocupación, pero no decía nada. El símbolo en su brazo seguía brillando, ahora con un tono rojizo.

Llegaron a la sala de energía. Allí, entre los generadores, encontraron una cápsula sellada. Sobre ella, una inscripción en el mismo idioma que Axel había pronunciado.

—¿Qué es esto? —preguntó Max.

Axel se acercó. Puso la mano sobre la cápsula. Esta se abrió con un chasquido metálico, revelando una figura humanoide, cubierta de placas negras. No respiraba. No se movía. Pero sus ojos se encendieron al verlos.

—Unidad 7 activada —dijo la voz robótica—. Portadores detectados. Protocolo de defensa iniciado.

La figura se levantó. No era enemiga. Era un guardián. Uno de los últimos que El Custodio había dejado atrás.

—¿Puedes ayudarnos? —preguntó Maya.

—No. Solo puedo retrasar lo inevitable.

Desde los pasillos, comenzaron a escucharse pasos. No humanos. No mecánicos. Eran los Hijos del Abismo. Y esta vez, no venían solos.

Max apretó los puños. Axel cerró los ojos. Maya cargó su arma de pulso.

El guardián se adelantó.

—Entonces pelearemos. Hasta que el metal se oxide y el alma se apague.



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En el texto hay: angeles caidos y magos

Editado: 25.09.2025

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