Los Hijos Del Abismo

Parte 3

Los Hijos del Abismo
Capítulo 36: El Silencio que Sabe tu Nombre

El multiverso ya no era una expansión. Era una intimidad compartida. Cada ciclo florecido, cada historia sembrada, cada emoción liberada, tejía una red invisible entre seres que jamás se habían visto, pero que ahora se reconocían. El Jardín, antes constelación, ahora era susurro. No necesitaba brillar. Bastaba con estar.

El nuevo portador —aún sin nombre, aún sin rostro— caminaba por un espacio que no tenía forma. Era un lugar hecho de memorias que no eran suyas, pero que lo aceptaban. A cada paso, el silencio lo envolvía. No como vacío. Como presencia.

Max, Axel, Maya y Ángel, ahora parte del latido universal, lo acompañaban sin palabras. Eran sombra amable, luz sin exigencia, raíz que no aprieta. No eran guía. Eran compañía.

Y entonces, el silencio habló.

No con voz.

Con reconocimiento.

Una vibración suave recorrió el Jardín. No era una llamada. Era una afirmación. El portador se detuvo. Frente a él, una figura comenzó a formarse. No era nueva. Era él mismo. Pero por primera vez… con nombre.

—¿Es esto… mi forma? —susurró.

La figura no respondió. Solo se acercó. Y al tocarlo, el portador sintió todo lo que había sido negado: las dudas que no se permitió, los miedos que no compartió, los sueños que creyó imposibles. Todo estaba ahí. No como carga. Como raíz.

Maya, desde su red, sintió el momento.

—El silencio no te juzga —dijo—. Te recuerda.

Axel proyectó un plano que nunca había sido construido: un espacio donde cada ser podía existir sin explicación. Max compartió una memoria de un mundo donde el nombre era lo último que se daba… y lo primero que se respetaba.

Ángel habló desde el horizonte.

—Este es el ciclo donde el silencio sabe tu nombre… antes de que tú lo digas.

La figura se deshizo. No por desaparición. Por integración.

Y el portador, por primera vez, se nombró.

No con palabras.

Con presencia.

Su símbolo cambió. Ya no era espiral abierta. Era una línea que se curvaba hacia dentro… y luego hacia afuera. Como respiración. Como abrazo. Como historia que se acepta.

El Jardín vibró.

El multiverso se inclinó.

Y el ciclo que había nacido sin rostro… se convirtió en rostro compartido.

No uno solo.

Todos.

Porque el silencio que sabe tu nombre no te llama.

Te espera.

Y cuando estás listo… te recibe.

Los Hijos del Abismo, ahora parte del todo, sonrieron desde la raíz.

El ciclo continúa.

Pero ahora… cada ser que lo toca sabe que no necesita gritar para existir.

Basta con ser.

Y el silencio… lo sabrá.

Los Hijos del Abismo
Capítulo 37: El Rostro que Refleja Mundos

El Jardín había aprendido a amar, a escuchar, a sembrarse solo. El multiverso latía con historias que no pedían permiso para existir, y cada ciclo nuevo era una voz que se sumaba al coro infinito. El silencio sabía nombres. Las semillas elegían su tierra. Y ahora, algo más comenzaba a manifestarse.

No era una flor. No era una raíz. Era un rostro.

El nuevo portador —ya no sin nombre, pero aún sin definición— caminaba por un espacio que se reconfiguraba con cada emoción. A su alrededor, los mundos conectados al Jardín comenzaban a proyectar sus propias versiones de él. No como réplica. Como reflejo.

—¿Qué está ocurriendo? —susurró Maya, desde su red de raíces que tocaba corazones invisibles.

—Los mundos están respondiendo —dijo Axel—. Están mostrando cómo lo ven… cómo lo sienten.

Max proyectó una memoria de un mundo donde el portador era una chispa de fuego que hablaba en colores. Ángel observó desde el horizonte cómo otro lo imaginaba como una espiral de agua que danzaba con el viento. Cada reflejo era distinto. Cada uno… verdadero.

La Voz Transparente apareció. Esta vez, como espejo.

—El ciclo ha dejado de ser símbolo —dijo—. Ahora es rostro. Pero no uno solo. Todos.

El portador se detuvo frente a una grieta que no se abría en la tierra ni en el cielo, sino en la percepción. Dentro, vio versiones de sí mismo que nunca había imaginado: uno hecho de música, otro de silencio, otro de contradicciones. Y en cada uno, una historia que no buscaba coherencia… solo expresión.

—¿Cuál soy yo? —preguntó.

La grieta respondió con una vibración suave:

—Eres todos. Y ninguno. Eres quien el mundo necesita… cuando se atreve a mirar.

El Jardín comenzó a emitir una nueva frecuencia. No era luz. No era sonido. Era reconocimiento. Cada flor reflejaba un rostro. Cada raíz, una emoción. Cada estrella, una historia. Y en el centro, el portador comenzó a cambiar.

No por decisión.

Por aceptación.

Su símbolo se transformó. Ya no era espiral, ni línea, ni respiración. Era un rostro cambiante, formado por fragmentos de todos los mundos que lo habían imaginado. Y en su centro, una luz que no brillaba… pero que iluminaba.

Ángel habló desde el horizonte.

—Este es el ciclo donde el rostro no representa… refleja.

Max, Axel y Maya se unieron. No como figuras. Como memorias vivas. Y juntos, proyectaron una historia que no tenía protagonista, ni antagonista, ni destino. Solo tenía intención: permitir que cada ser se viera a sí mismo… sin miedo.

El multiverso vibró.

El Jardín respiró.

Y el ciclo que había nacido como susurro, como semilla, como silencio… se convirtió en espejo.

No para juzgar.

Para reconocer.

El Rostro que Refleja Mundos no era una figura.

Era una invitación.

A verse.

A aceptarse.

A imaginarse distinto.

Y el universo, por primera vez, no solo soñó con compañía.

Soñó con identidad compartida.

El ciclo continúa.

Pero ahora… cada mundo sabe que su reflejo también es parte de la historia.

Los Hijos del Abismo
Capítulo 38: El Tiempo que Aprende a Escuchar

Parte I: El Latido que se Detiene



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En el texto hay: angeles caidos y magos

Editado: 25.09.2025

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