—No mires atrás —dijo Eryon desde dentro— Camina. Ahora.
Los tres seres de luz avanzaron a la vez..No corrían. No lo necesitaban. El espacio parecía plegarse a su alrededor, acortando distancias, obedeciendo a una voluntad que no admitía resistencia. Donde sus pies tocaban el suelo, el concreto se blanqueaba, como si la materia fuera purificada a la fuerza.
—Detente —ordenó uno de ellos— Tu huida es inútil.
Adrián apretó los dientes y dio un paso atrás.
—No me iré con ustedes.
—No se te ha ofrecido una elección —respondió otra voz, idéntica, carente de toda emoción— El Nefilim será extraído. El cuerpo, desechado.
La palabra desechado le dolió más de lo que esperaba.
No permitas que te toquen, advirtió Eryon, con una urgencia distinta a la anterior. Si lo hacen me separarán a la fuerza. Y tú no sobrevivirás.
—Entonces ayúdame —susurró Adrián— Pero sin perderme.
Hubo una fracción de segundo de silencio.
De acuerdo.
La energía regresó como una marea oscura. No estalló. Se plegó. El aire a su alrededor se curvó, formando un anillo invisible que vibraba con un sonido grave, casi un lamento. Los ángeles se detuvieron por primera vez.
—Eso no debería ser posible —dijo uno.
—El receptáculo está cooperando —observó otro— Riesgo elevado.
El tercero no habló. Solo miró a Adrián. Y en esa mirada hubo algo distinto. No compasión. No ira. Reconocimiento.
—¿Qué eres? —preguntó Adrián, señalándolo sin saber por qué— Tú no eres como ellos.
El ángel inclinó apenas la cabeza.
—Yo también observo —dijo— Y he visto suficientes errores.
—¡No interactúes! —ordenó uno de los otros— La anomalía debe ser eliminada.
El que había hablado no se movió.
—Si lo destruimos ahora —replicó— romperemos más sellos de los que creemos contener.
El aire se tensó. Fue entonces cuando la sombra cayó desde el techo. Un demonio, más grande que los anteriores, se materializó con un rugido seco, deformando la realidad a su alrededor. Sus alas negras se extendieron, golpeando las paredes, arrancando fragmentos de luz del ambiente.
—Tarde —rió, con una voz que parecía hecha de muchas— Asmodeo envía sus saludos.
La criatura se lanzó hacia Adrián. No hubo tiempo para pensar. Eryon tomó el control. No del todo. Lo suficiente.
Adrián sintió sus huesos vibrar, la sangre arder con un poder que no era humano. Sus ojos se tornaron dorados, y símbolos antiguos recorrieron su piel como cicatrices luminosas. Levantó la mano derecha. El demonio fue detenido en el aire, suspendido, retorciéndose.
—No lo destruyas —dijo el ángel que observaba— Si lo haces, vendrán más.
—Vendrán igual —respondió Eryon a través de Adrián, con una voz doble— Siempre vienen.
El demonio gritó cuando su forma comenzó a comprimirse.
—¡Él no quiere ser liberado! —chilló — ¡Sariel no desea volver!
El nombre cayó como un golpe. Adrián sintió que algo se quebraba dentro de él.
—¿Qué dijiste? —susurró.
El demonio sonrió, incluso mientras se deshacía.
—Pregúntale… cuando llegues al fondo.
La energía se disipó. El demonio colapsó en cenizas negras que se evaporaron antes de tocar el suelo. Silencio. Los ángeles retrocedieron un paso.
—Esto ha escalado —dijo uno.
—Debemos retirarnos —asintió otro—. El Trono decidirá.
El tercero miró a Adrián por última vez.
—Corre —le dijo, en voz tan baja que solo él pudo oír— Antes de que el cielo recuerde cómo castigar.
La luz se plegó sobre sí misma y desaparecieron..Adrián cayó de rodillas, jadeando.
—¿Sariel.no quiere ser liberado? —preguntó, con la voz rota.
Eryon no respondió de inmediato.
No lo sé, admitió al fin. Pero si es verdad entonces nos han mentido desde el principio.
El temblor regresó..Más fuerte. Y esta vez, no venía solo de abajo..Desde algún punto desconocido de la ciudad, una respuesta se elevó hacia el cielo.nUna llamada antigua. Prohibida. Adrián levantó la cabeza, con el corazón desbocado.
—Eryon —susurró— Creo que alguien más nos está buscando.
Y en las profundidades de la Tierra, Sariel abrió los ojos por primera vez en siglos.