Los Hijos Del Olvido

La voz bajo la piedra

La caída no fue inmediata. Adrián tuvo la sensación absurda de estar descendiendo dentro de un pensamiento, no de un túnel. La oscuridad no se cerraba; se replegaba, como si la ciudad misma los estuviera olvidando a medida que bajaban. El ruido del mundo sirenas, gritos, helicópteros se apagó hasta convertirse en un recuerdo lejano. El aire cambió. Era más frío. Más pesado. Antiguo.

—Este lugar no figura en ningún mapa —dijo la mujer mientras avanzaban por un corredor apenas iluminado por luces de emergencia— Fue sellado hace décadas. Antes de que el cielo comenzara a vigilar con tanto cuidado.

—¿Quién eres? —preguntó Adrián, con la garganta seca.

—Me llamo Iria —respondió sin mirarlo— Y escucho voces que otros prefieren llamar locura.

Eryon se agitó dentro de él.

Este sitio está cerca, murmuró. Demasiado cerca.

—¿Cerca de qué? —susurró Adrián.

Eryon no respondió. El pasillo desembocó en una sala amplia, circular, con símbolos grabados en el suelo. No eran demoníacos ni celestiales. Eran humanos. Trazos imperfectos, repetidos una y otra vez, como si alguien hubiera intentado contener algo que no comprendía.

—Aquí el cielo no puede vernos —dijo Iria— No directamente.

—¿Y el infierno? —preguntó Adrián.

Ella sonrió sin humor.

—El infierno siempre ve.

Adrián sintió el pulso en el pecho cambiar de ritmo. No era Eryon. Era otra cosa. Algo más profundo. Más vasto. Entonces la escuchó. No con los oídos. Con la memoria.

Adrián.

El nombre no fue pronunciado como una orden, ni como una amenaza. Fue dicho con una tristeza tan antigua que le hizo arder los ojos.

—¿Lo oíste? —preguntó en voz baja.

Eryon estaba inmóvil.

, respondió al fin. Y no debería ser posible.

La sala vibró. No como un temblor, sino como una respuesta.

No debiste venir.

La voz emergió de todas partes y de ninguna. No era fuerte, pero era absoluta. Adrián cayó de rodillas sin darse cuenta.

—Sariel —susurró Eryon, con algo que se parecía demasiado al miedo.

Hubo un silencio cargado.

No pronuncies mi nombre, respondió la voz— Aún no.

Iria retrocedió un paso.

—Así que es verdad —murmuró—. Sigues consciente.

Lo estoy porque no me permiten olvidar, dijo Sariel— Y porque aún debo vigilar.

—¿Vigilar qué? —preguntó Adrián, levantando la mirada— ¿A nosotros?

La respuesta tardó.

Vigilarte a ti.

El aire se volvió insoportablemente denso.

—¿Por qué? —exigió Eryon, tomando la voz de Adrián— ¿Por qué nos abandonaste?

La palabra abandonaste resonó como una herida abierta.

Porque si no lo hacía, respondió Sariel con un peso devastador, te habrían destruido.

Adrián sintió que algo se quebraba dentro de Eryon. No fue rabia. Fue comprensión forzada.

—Nos están cazando —dijo Adrián— El cielo quiere separarnos. El infierno quiere usarnos. Tú… tú no quieres que te liberemos

Porque mi libertad es tu sentencia, dijo Sariel—Y la del mundo.

La sala se estremeció. Los símbolos del suelo comenzaron a apagarse uno a uno.

—Entonces ¿qué se supone que hagamos? —preguntó Adrián, con la voz rota— ¿Esperar a que nos maten?

La voz de Sariel se suavizó apenas.

Huir no es suficiente.mLuchar tampoco.

Iria miró a Adrián con los ojos muy abiertos.

—¿Qué quiere decir? —preguntó.

Pero Sariel no respondió a ella.

Eryon, dijo— Hijo mío ellos no vienen por mí.

El silencio que siguió fue terrible.

—¿Cómo que no? —susurró Eryon.

Vienen por lo que yo sellé antes de caer. Y ahora tú eres la llave.

La sala se oscureció por completo. Muy arriba, algo se movió en el cielo..Muy abajo, algo respondió desde el Abismo. Adrián sintió una certeza helada recorrerle la espalda.

—Eryon… —susurró—.Creo que nunca se trató de liberarlo a él.

Y en lo profundo de la Tierra, Sariel cerró los ojos. Porque el verdadero encierro estaba a punto de abrirse.




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